Vendôme, la plaza de las 28 joyerías de París
De Boucheron a Courbet
Imaginada por Luis XIV y diseñada a principios del siglo XVIII como por un grupo de especuladores inmobiliarios, hoy se ha convertido en la zona cero del lujo mundial
La plaza Vendôme es desde hace 122 años la dirección del hotel Ritz, pero también la del austero ministerio de justicia de Francia. Cada uno de sus palacetes, fachadas inamovibles desde 1720, lleva originalmente el nombre o las armas del noble que lo hizo construir. Menos ostensible, la marca de la especulación inmobiliaria que le dio nacimiento. Y más espectacular, hoy, las 28 joyerías que ocupan el perímetro y que se aprestan a demostrar, con las piezas XL que impone la tendencia primavera 2020 en alta joyería, que los virus pasan y los millones quedan.
“Una joya debe verse de lejos; las miniaturas son detestables”, estableció en 1931 el joyero Jean Fouquet. Si quiere verlas de lejos y de cerca, cuando la Covid dé permiso para viajar, plántate junto a la columna erguida –no siempre, como se verá- en el centro de la Place Vendôme. A su alrededor todo son joyas. Y que no se le caigan los anillos por no reconocer una docena de marcas. Si las locomotoras se llaman Boucheron, Chopard, Cartier, Chaumet, Van Cleef&Arpel, su irradiación ampara las marcas menos conocidas que lograron hacerse un sitio en el contorno. Coinquilinos, tal vez, pero en plan desayuno con diamantes. Y si el hombre feliz no tiene camisa es porque nunca pasó delante de Charvet.
En 1893 el gran joyero Frédérique Boucheron abrió tienda en el número 26 de la plaza con la peregrina excusa de que la luz del sol hacía que, allí, sus joyas brillaran especialmente. Durante cinco años será la referencia de lujo. Pero no tendrá celos del nuevo vecino: el hotel Ritz. Al contrario: cuando César Ritz abre en 1898, en el número 15, el que se convertirá en arquetipo del hotel de lujo, el primero con baño en la habitación, Boucheron comprende que hay allí un faro para conducir princesas y nuevos ricos hasta su puerta.
Importante porque aquel final de siglo, ese XIX que vio nacer el ferrocarril, la bicicleta, la fotografía, el plástico, la aspirina, las premisas del cine, el automóvil y el avión, París lo atravesó entre guerras, ocupación, revoluciones, hambrunas y hasta una epidemia de cólera. En cambio, del otro lado del Canal de la Mancha, la Inglaterra de la revolución industrial inventaba entre tanto los iconos del siglo XX: el deporte como espectáculo y sobre todo el turismo.
Era dorada
En 1893 el gran joyero Frédérique Boucheron abrió tienda en la plaza y cinco años después la inauguración del hotel Ritz le sumo brillo
Para ese sucesor del viajero creó Ritz su hotel. Y enmendó en parte la historia de aquel espacio. Porque esta place Vendôme tan decorativa, imaginada en 1690 por Luis XIV con la idea de “airear París”, pero emplazada en ese sitio preciso por un grupo de especuladores entre los que se contaba Jules Hardouin-Mansart, superintendente de los edificios reales y arquitecto, fue inaugurada nueve años más tarde, pero inconclusa. Un simple decorado. En lo que fuera el palacio del duque de Vendôme, el rey artista quiso dejar su legado artístico. En torno a su estatua ecuestre, de bronce, de 7 metros de altura, debían surgir una decena de edificios públicos: biblioteca y academias reales, Casa de la Moneda, embajadas…
Un espejismo, porque no había fondos. El rey rabió, pero no Mansart y sus socios. Unos meses después de la ridícula inauguración, la ciudad de París compra el terreno, con el beneficio que puede imaginarse a partir de sus dimensiones: dos hectáreas. Las huecas fachadas son destruidas, la operación privatizada. Los nobles de París quieren tener allí su palacete. Mansart impone una sola condición: las fachadas deben ser iguales y respetar su diseño. Mandaba el hombre: tres siglos exactamente después de su terminación, el perfil de la plaza es el mismo.
En aquellas épocas insalubres que habían obligado a Maria de Medicis a edificar el palacio de Luxemburgo (hoy sede del Senado) para huir de los miasmas del Louvre, el emplazamiento tenía un atractivo adicional, que conserva: la vecindad del jardín del Carrousel y el de las Tullerías, también encargado por Luis XIV, inspirado por Colbert, rediseñado por Le Nôtre, hoy más antiguo jardín a la francesa de París.
Imperio del lujo
Festoneada de palacetes la plaza quedó rodeada de restaurantes de lujo, bancos y joyerías. Y desde el siglo XX de casas de alta costura.
Abierto al público desde su origen, rápidamente contó con cafés y restaurantes. Si los parisinos paseaban entre esculturas clásicas, desde 1964 ese museo al aire libre sumó creaciones del catalán Aristide Maillol, de Rodin, Louise Bourgeois, Henry Moore. Aquella Place Vendôme festoneada de palacetes, y con sus 54 farolas desde que París se ganó el apodo de ciudad de la luz, se vio pronto rodeada de restaurantes de lujo, bancos y joyerías. Y desde el siglo XX de casas de alta costura.
En 1801 la plaza inspira la construcción de la rue de Castiglione (por la condesa que habitaba el 26 Place Vendôme, hoy sede de Boucheron) y en 1806 la de la rue de la Paix (la más cara de París en el primer Monopoly).
Un año antes, para celebrar su victoria en Austerlitz, Napoleón I hace construir la columna Vendôme, con el bronce de 250 cañones tomados a rusos y austriacos. La coronaba una estatua suya y la columna se alzaba justo allí donde, de 1699 a 1792, Luis XIV galopó inmóvil hasta que la Revolución lo derribó. La columna –3,6 m de diámetro y 44,3 de altura- fue inaugurada en 1810, el año en el que nacía Frédéric Chopin en el Gran Ducado de Varsovia. La columna será su paisaje postrero: el 17 de octubre de 1849, Chopin muere en el número 12 de la Place Vendôme, allí donde desde 1907 refulgen las joyas de Chaumet.
En 1871, la derrota francesa frente a los prusianos permite a la Comuna de París imponer, del 18 de marzo al 28 de mayo, un efímero gobierno socialista en la capital. Reprimidos por el gobierno, la semana sangrienta (21 al 28 de mayo) deja un saldo de 20.000 muertos, 40.000 detenidos y 500 edificios oficiales incendiados o destruidos. Pero el mayor símbolo cayó antes: el 16 de mayo los comuneros se cargan la columna Vendôme. Gajes de la fama y de estar en el lugar menos indicado en el momento más inadecuado, el pintor Gustave Courbet es designado responsable. Y forzado a pagar. Morirá seis años más tarde, exiliado en Suiza y arruinado.
Hoy, su Origen del Mundo, entonces obra clandestina, se exhibe a ojos de todos en el museo d’Orsay. Paradojas de la historia, Manuel Mallen, francés de Montbeliard, veterano de la joyería de lujo (dirigió por ejemplo Piaget España) decidió que así como Courbet revolucionó la Place al derruir la columna, él revolucionaría la plaza con diamantes sintéticos y precios un 30% o 40% mas bajos. Ahí, en el 7 Place Vendôme, los salones de su joyería Courbet, semejantes a los de un apartamento de lujo, reciben a posibles compradores.
Grandes marcas
En 1993, cuando Chanel relanzó su sector joyería, buscó lógicamente un domicilio en la plaza
Y es que desde su nacimiento esa place Vendôme, símbolo de la especulación inmobiliaria, del poder y de la riqueza estaba predestinada a estuche de joyerías. Si Boucheron abrió camino, será la irradiación del Ritz, de ese mundo de la riqueza que Marcel Proust situará entre el cotilleo y la literatura con su A la búsqueda del tiempo perdido (Coco Chanel contó que Proust sobornaba camareros del Ritz, hacia 1917, para que le revelaran manías de las y los huéspedes) lo que terminará por atraer a los joyeros, hasta entonces afincados en los jardines del Palais Royal.
En los 1930, mientras la Alemania miserable y humillada en Versalles se rearma, la Place Vendôme vive su apogeo. En 1932 Gabrielle –Coco- Chanel diseña en su suite del Ritz la que será su única colección de joyería. Normal para quien “llevaba a diario gordos anillos, esos llamados anillos de cóctel –dice hoy la comunicación de la casa-, pero también gemelos, por pares, en los puños de sus blusas”. Y en 1993, cuando Chanel relanzó su sector joyería, buscó lógicamente un domicilio en la plaza.
En este incierto prólogo al verano 2020, cuando París lame las heridas de la Covid19, la plaza no parece resignada a renunciar a lo que por aquí se llama bling bling, la ostentación. Así, cada vitrina, cada salón privado de los joyeros de la plaza, se apunta a la tendencia XL, con referencias como el collar con 204.03 carates de diamantes realizado por Van Cleef Arpel, en 1939, para la boda de la hija de la reina Nazli, de Egipto, con el futuro Sha de Persia.
Y es que el espectáculo debe continuar. No en vano, París era una fiesta nació de los apuntes que Hemingway olvidara en el guardamuebles del Ritz.