Hay quien no quiere ni compartir un sofá. Ni el mando de la tele, ni una botella de agua. Pero tampoco el futuro, ni las ganas. Lo de implicarse en una relación ya no se lleva tanto como antes, y no porque haya una epidemia de desapego emocional, sino porque, como explica la psicóloga Alicia González, hay una trampa emocional bien montada en todo esto. Detrás de ese mejor no poner etiquetas hay algo más que desgana. Lo que en realidad se esconde ahí es un movimiento de defensa bastante elaborado.
González explica que muchas veces el motivo no es otro que el miedo. No tanto al compromiso en sí, sino a las consecuencias de ese compromiso: expectativas, decepciones, heridas. Como ella plantea, “si yo no me comprometo contigo y tú conmigo, primero que no te voy a decepcionar porque ya te estoy dejando claro que no quiero que te crees expectativas conmigo, entonces, me quito esa responsabilidad”. La lógica es sencilla: si no hay promesas, tampoco hay culpa cuando las cosas no salen como se suponía.
Marcar límites desde el principio
Una estrategia de protección emocional
Lo curioso, sin embargo, es que esta dinámica no parte de una falta de deseo de vincularse, sino todo lo contrario. Hay una voluntad de conexión, pero controlada desde fuera, sin exponerse del todo.
La psicóloga lo explica así en el pódcast Vidas Contadas: “”Si yo no me comprometo contigo, quizá yo no me hiero, porque no, tampoco me siento decepcionada por ti”. La clave está en mantener una especie de distancia emocional segura, donde se puede compartir sin exponerse por completo.
Todo esto se alimenta también de una necesidad creciente de marcar límites desde el primer momento. Para González, este gesto que parece una muestra de asertividad es muchas veces un intento de anticiparse al daño: dejar claro desde el principio que no habrá una implicación real para no tener que dar explicaciones más adelante. Es una forma de tener la situación bajo control, incluso si eso implica renunciar al posible vínculo.
Y aunque pueda parecer una postura práctica, lo cierto es que deja a muchas relaciones flotando en un terreno impreciso, con los pies fuera pero los ojos dentro. No es que no se quiera querer, es que a veces se prefiere hacerlo con la salida de emergencia bien señalizada.