El fotógrafo que dejó vacías las ciudades mucho antes que el coronavirus
Desiertos urbanos
Tokio, Londres, Nueva York... Ignacio Pereira inició en 2016 un periplo por la belleza desértica de grandes urbes con una visión que huye del drama y encuentra el sosiego
Horror al vacío. Horror vacui. Si lo sufre, mejor no mire por la ventana ni admire estas fotos asombrosas, imágenes de ciudades desiertas que el artista Ignacio Pereira ha ido fotografiando en los últimos cuatro años y que se han convertido en una profecía involuntaria de lo que está pasando en nuestras ciudades que son lo más parecido a islas de cemento, desiertos de hormigón, cielos de asfalto con una quietud nerviosa apenas rota por unos cuantos transeúntes en mascarilla.
Las fotos de Pereira, que va recorriendo el mundo en pos de esos momentos de quietud y paz urbana, no son una llamada apocalíptica, ni tampoco una prueba fehaciente de una catástrofe aún sin cicatrizar, sino una invitación a despertar, a disfrutar de la aurora, a ser optimista. “Con la epidemia del coronavirus y cómo se han vaciado las calles, mi trabajo ha pasado de ser increíble a creíble. En alguna exposición, la gente miraba mis fotos y no se creía que pudiera ser y ahora…”, cuenta al teléfono desde su casa asomado a ver si caza alguno de los rayos que el sol se ha brindado en enviar después de unos cuantos días nublados.
Cuando empecé a ver que las ciudades se vaciaban pensé que, por primera vez en la vida, iba al colegio con los deberes hechos”
¿Qué sintió cuando empezó a ver que la realidad superaba , o al menos igualaba, su ficción? “Cuando empecé a ver las ciudades tal y como yo las he retratado en los últimos años sentí que, por primera vez en mi vida que llegaba al colegio con los deberes hechos, que todo el mundo iba a salir a la calle a fotografiar lo que yo he estado haciendo en los últimos cuatro años. Nunca había tenido esa sensación, de ir por delante…”.
Con una técnica muy concreta y laboriosa, mucha paciencia e ingenio y observación y cálculos y días de no hacer nada hasta que el paisaje es el ideal, Pereira consigue imágenes, por lo general, felizmente imposibles y fruto del trabajo de diez, quince días de muchas mediciones de luz, de cruzar los dedos para que ningún obstáculo, unas obras en la calle por ejemplo, un cambio súbito de la meteorología, se interpongan entre el paisaje y su objetivo. A veces sale alguien, una persona o dos, también sacando una foto o retratándose con una selfie, para demostrar que las imágenes no son artificiales, irreales.
En su trabajo la casualidad no existe y la suerte o la mala suerte pueden pasar de improviso y quedar retratadas al lado de algún transeúnte solitario que agranda aún más la inmensidad de la llanura solitaria. ¿Qué es sino el cruce de Shibuya en Tokio vacío hasta la alucinación, la plaza Trafalgar de Londres, la Gran Vía madrileña siempre (no esta vez) con el pulso acelerado, un Nueva York que no ha conseguido vaciarlo ni King Kong, ni la emisión de Guerra de los Mundos de Orson Welles?
El cruce de Shibuya parece más difícil de fotografiar de lo que es. La Fontana de Trevi lo es más: siempre hay alguien sentado allí que no se quiere ir”
La Fontana de Trevi, vacía. Times Square, un despistado, dos coches de policía To serve and protect, y los neones anunciando musicales de Broadway que ahora han tenido que cerrar puertas –El Rey León, Harry Potter…- y presentando series que ahora están reponiendo. “En realidad fotografiar el cruce de Shibuya parece más difícil de lo que es. De hecho lo es más la Fontana de Trevi, porque siempre hay alguien sentado allí que no se quiere ir”, cuenta Pereira, que estos días se ha convertido en una pequeña celebridad por los paralelismos de su obra con nuestra vida estos días, llenos de paisajes vivientes pero vacíos.
¿Qué buscaba cuando empezó? “En principio el objetivo era hablar de la soledad en las grandes ciudades, de la tranquilidad que existe en ciertos momentos para poder disfrutarla, claro si a la imagen le pones a alguien llevando una bolsa de plástico en la mano y una mascarilla, la imagen cambia. Pero mi idea nunca fue dar una imagen apocalíptica”, expone. En realidad, el trabajo de Pereira, que se ve reducido en la pantalla de la computadora, tablet (o aún más en el móvil) es de gran formato, como asemejando una ventana donde asomarse.
¿Cómo pasa los días? Pues, a la vez que intentando cazar algún rayo de sol y cocinando para unos vecinos de escalera que están enfermos (se está quedando sin vajilla…) Pereira ya está pensando en el siguiente paso creativo para seguir volviendo al colegio con los deberes hechos. “Después de lo que está pasando veo una continuidad muy interesante a mi trabajo, hacer un homenaje, regalar lo que me ha hecho pensar. Están surgiendo muchas ideas que estoy deseando contar”, concluye. Mientras, tiene que asalir a la palestra para denunciar que se usen sus fotos con mensajes manipuladores por un conocido partido parlamentario de extrema derecha, y sigue atendiendo a los medios. Normal, Pereira ha dado en el clavo. Va a salir hasta en la hoja parroquial.