El gigante del bambú
Al hablar del oso panda es habitual pensar en un inmenso peluche de gestos lentos con una ramita de bambú en la boca. Pero esa es la imagen que se obtiene en centros de crianza o en zoológicos. Sobre el terreno, el oso panda gigante es casi imposible de alcanzar. Esta especie emblemática de la fauna planetaria sólo se localiza en pequeñas áreas del sudoeste de China (en las provincias de Shanxi, Gansú y, sobre todo, de Sichuan) y se encuentra gravemente amenazada; su principal enemigo es la destrucción de su hábitat y de los bosques de bambú que lo acogen y lo alimentan.
No sé sabe con exactitud cuántos pandas gigantes quedan, aunque se dan cifras de entre 1.500 y 2.000 individuos. Y es que el recuento de pandas es extremadamente complicado, ya que viven en áreas de difícil acceso, en terrenos muy abruptos cubiertos por impracticables selvas de bambú. En algunos de estos lugares, hay hasta treinta especies distintas de bambú, lo cual es una ventaja para el panda. Pero cuando la variedad es escasa, este animal, que necesita a diario entre 20 y 25 kilos de materia prima para alimentarse, peligra.
De momento, los pandas de la reserva de Longxi-Hongkou, en la provincia de Sichuan, viven ajenos a las amenazas con que se enfrentan algunos de sus congéneres. Todo el área de este paraje natural protegido (unas 40.000 hectáreas) está cubierta por una vegetación realmente densa, que sólo admite algunos claros en zonas rocosas y cerca de ríos y lagos. El panda se mueve por todas partes: desde las zonas más bajas de la reserva, en torno a los 1.500 metros de altitud, hasta las diversas cimas montañosas, que pueden superar los 4.500. Pero su ubicación preferida es en lugar intermedio, situado a una altitud de alrededor de 3.000 metros.
Cualquier expedición para poder ver a los pandas es, sin duda, costosa. Las rutas suben por cuestas vertiginosas con una vegetación que, a menudo, las hace intransitables. En las partes más bajas hay bosques de árboles de hoja caduca, donde predominan arces, abedules y serbales, que pronto dejan paso a coníferas (pinos, alerces y abetos) rodeadas por marañas de bambú. A esta altitud, es muy normal que haya nieve durante todo el invierno, lo cual dificulta todavía más el avance.
Aun así, los guardas de la reserva salen cada día de la estación de Longxi, situada a 1.850 metros, hacia las cimas de las montañas en busca de rastros del esquivo panda. En el mes de noviembre hace mucho frío, incluso en las cotas más bajas, porque la humedad que hay en este lugar impide que la temperatura supere los cero grados durante varias semanas seguidas. Pero eso no disuade a los pandas de instalarse en las cumbres si desde allí obtienen suficiente comida.
Shang Tao, director de la reserva de Longxi-Hongkou y gran experto sobre pandas, explica que cada día se realizan muchas actividades de investigación con el objetivo final de proteger a los osos. Estas constan de un control rutinario de la reserva realizado por cinco guardas que incluye un seguimiento de huellas, un inventario de la vegetación y una revisión de las grabaciones de las cámaras ocultas en el bosque. “Esas cámaras de infrarrojos son las que han visto realmente a la mayoría de los pandas que habitan en esta reserva”, explica Shan Tao. “Para los humanos es casi imposible verlos, incluso para estos cinco guardas que salen casi los 365 días del año en busca de sus indicios”, añade.
De hecho, Lui Cheng, un guarda nacido en un pequeño caserío a 45 minutos a pie de la estación, que conoce estas montañas como la palma de su mano, confiesa que en toda su vida, tras veinte años de dedicación al estudio del panda, sólo lo ha visto cuatro o cinco veces: “Alguna vez lo oímos, pero el bosque es tan cerrado que, cuando llegamos al lugar de donde proceden los ruidos, el panda ya ha desaparecido entre la vegetación”. Eso sí, Lui, que se desplaza con gran rapidez con su pequeña mochila a la espalda y un machete afilado en el cinturón para cortar bambú si es necesario, es capaz de encontrar indicios de la presencia del oso casi con los ojos cerrados. “Todos estos brotes los ha mordido un panda hace tan sólo unos pocos días”, comenta señalando unas ramas de bambú. “Y ese excremento puede tener dos o tres semanas, lo cual quiere decir que el panda utiliza esta zona con frecuencia”, continúa explicando Lui mientras avanza con tenacidad por el laberinto de bambú.
Además de la vegetación, que sin duda no ayuda, el carácter del panda también es huidizo, y evita al hombre siempre que puede. Por ese motivo, la trampa fotográfica es una de las mejores maneras de observarlos de cerca en libertad: “Cada mes revisamos sesenta cámaras repartidas por toda la reserva. En invierno, las baterías se gastan rápido y es necesario cambiarlas muy a menudo. En todo un año, hay tres o cuatro ocasiones en que las cámaras consiguen captar fotos o vídeos de los pandas”, explica Lui satisfecho.
Las salidas destinadas a la detección de pistas sobre el estado del panda se completan con las patrullas diarias por las zonas perimetrales de la reserva, cerca de pequeños núcleos de población rural. Se hacen con la intención de luchar contra la caza furtiva, que, en este caso, no afecta a los inaccesibles pandas, pero sí a otros mamíferos del lugar de gran valor ecológico como el mono dorado, el oso negro asiático, el macaco tibetano, el gato de Bengala, el ciervo almizclero o el visón siberiano.
Otra de las medidas para preservar el hábitat del panda es prohibir cualquier actividad humana en el área central de la reserva. No se permiten acciones comerciales o turísticas y sólo son posibles actividades de investigación científica, que deben tener la aprobación de la Administración. Alrededor del corazón de la reserva existe la zona llamada “de amortiguamiento”, que también está reservada a las iniciativas científicas. En el perímetro de la reserva, donde no viven los pandas, está el “área experimental”. Allí se permite la agricultura y la ganadería y se realizan actividades educativas y de turismo.
La reserva de Longxi-Hongkou es el paradigma de la línea conservacionista por la que ha optado China desde comienzos del siglo XXI, apremiada por las presiones internas y externas a favor del oso panda. Actualmente, el país cuenta con 64 espacios naturales que pretenden preservar el hábitat de esta especie, amenazado por un desarrollo económico que ha generado nuevos asentamientos humanos, explotaciones mineras o talas forestales a gran escala.
Explotar la imagen del oso panda también se ha convertido en un valor seguro para promover la concienciación sobre las necesidades de esta especie. Una de las vías por las que ha optado el Gobierno chino es la cesión de ejemplares a los zoos internacionales que reúnen las condiciones para su cuidado y que están dispuestos a abonar una cantidad anual de un millón de euros en concepto de alquiler. Una de las cláusulas del contrato es que si los pandas cedidos crían, la descendencia será devuelta al centro Chengdu, donde está la Base del Panda (Chengdu Panda Base), centro de investigación y de cría del panda gigante.
Y a Chengdu han regresado hace pocas semanas los mellizos de oso panda que nacieron en el zoo de Madrid. Son hijos de una pareja de pandas llegada de la Base del Panda intentando ocupar el vacío dejado por el mítico Chu Lin, que, a su vez, fue hijo de una pareja de pandas que Deng Xiaoping regaló a los reyes de España cuando el país asiático todavía utilizaba esos preciosos gigantes como herramienta diplomática. Se convirtió en el primer oso panda nacido en Europa que logró sobrevivir.
Hoy, además que representar un país, el panda gigante es el símbolo de la lucha por la protección de la naturaleza (visualizada en el conocido logo de la oenegé conservacionista WWF). Pero ese espíritu debe arraigar primero en su propio país trasmitiendo a las nuevas generaciones de jóvenes chinos el valor de tener un animal como el panda y de garantizar su supervivencia. Desde China han surgido iniciativas como el Pambassador, un proyecto que ha reunido y conectado a miles de jóvenes de todo el mundo, con el objetivo de aprender sobre la vida y el hábitat del panda y convertir a los más preparados en sus embajadores a escala internacional.