Los tres naufragios de Violet Jessop
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Quizás el capitán Edward Smith, que se ahogó con su barco, o el radiotelegrafista Phillips, que murió en su puesto emitiendo la señal de socorro hasta el último instante, sean algunos de los tripulantes del Titanic más recordados cuando se habla del naufragio del transatlántico más célebre de la historia. Sin embargo, ni uno ni otro, ni ninguno de los célebres multimillonarios que viajaban en el buque pueden arrebatar a Violet Jessop, una humilde camarera, azafata en primera clase, haber acaparado la biografía más intensa de las 2.228 personas que iban a bordo el día del naufragio que cumple su centenario el día 15 de este mes.
Entre la tripulación del Titanic sólo había 23 mujeres, tres de las cuales perecieron. El resto se salvó, y entre ellas estaba Violet Jessop, joven, bella y luchadora. Una mujer a la que la vida deparó un destino extraordinario, pues sobrevivió a los tres accidentes que experimentaron los tres mejores barcos de la naviera White Star o, lo que es lo mismo, quizás los tres mejores barcos de una época. Violet Jessop salió indemne en 1911 del Olympic, que casi naufragó tras un abordaje fortuito; sobrevivió al hundimiento del Titanic, en 1912, y se salvó del naufragio del Britannic , hundido en 1916 durantela Primera Guerra Mundial. Tres barcos hermanos, pertenecientes a la Clase Olympic, tres peripecias imponentes y una mujer, Violet Jessop, para contarlas.
Este mes se cumplen cien años del naufragio del Titanic, que, sin ser el más catastrófico en víctimas de la historia (este triste récord lo ostenta el Wilhelm Gustloff, en 1945), ha pasado a convertirse en el mito que encierra una lección general de humildad pese a que ningún técnico de sus astilleros, los Harland & Wolff de Belfast, afirmara, como tantas veces se ha dicho, que fuera insumergible. En cambio, es cierto que sus constructores pregonaron, ufanos y orgullosos, desde el mismo día que comenzó a levantarse desde la quilla, que el Titanic era la más grande y mejor máquina jamás construida por el ser humano. Y era verdad. Su construcción congregó la admiración pública de propios y extraños, de modo que su leyenda nació antes de ser botado. Su dramático viaje inicial, que le llevó a terminar destrozado en el fondo del océano, fue una señal para una época que también comenzaba a irse a pique. No se percibió en aquel instante, pero su fracaso técnico y social fue la pantalla en la que se proyectó trágicamente un modo de entender una vieja sociedad en evolución que no tendría cabida en el turbulento siglo XX, escenario del sufragio universal, de revoluciones, de guerras civiles y de dos guerras mundiales casi sucesivas.
Más de dos mil personas iban a bordo, y los pasajeros más poderosos, ricos o afamados acapararon las biografías e historias que emanan desde entonces del Titanic, un sonoro sustantivo que irremediablemente absorbe protagonismos.
Sin embargo, el Titanic no era un hijo único. Al contrario. Tuvo dos hermanos de singular parecido: el Olympic y el Britannic , que también experimentaron accidentes, apenas recordados, eclipsados por el drama de su célebre pariente. Es cierto que el Olympic salió relativamente bien parado de su lance y que acabó sus días desguazado, final natural para un barco; pero el Britannic, el más joven de los trillizos, terminó en 1916 en el fondo del mar Egeo. Y como eslabón que une a los tres barcos, emerge una humilde mujer que iba para pastora de ovejas en Argentina y que terminó sus días en una casita del Reino Unido después de haber vivido y superado los accidentes del Olympic, del Titanic y del Britannic: Violet Jessop.
La biografía de Violet Constance Jessop es un icono de la supervivencia y al mismo tiempo un sólido retrato del recorrido de las clases trabajadoras que malvivieron el auge de una nueva soberbia humana que se forjó en Occidente a comienzos del siglo XX con el maquinismo inmoderado y la industrialización pesada. Un camino formado en el paisaje de un clasismo que muchos imaginaban inamovible, en el que grandes contingentes de trabajadores al límite de la pobreza emigraban de Europa a América llevando como equipaje la certeza del sacrificio al que estaban condenados para salir adelante y malvivir. Parias, aparentemente anodinos, sólo contemplados como dato estadístico, que dependían de algún hecho extraordinario para salir del sendero sin vistas por el que transitaban, para alcanzar excepcionalmente una posición visible. Y ese hecho extraordinario acaeció con la bella Violet Jessop, una mujer poseedora de una elegancia natural que se diría que no le correspondía a la hija de un pastor de ovejas irlandés perdido en la inmensidad dela Pampaargentina en los albores del siglo pasado. Esta es su historia.
Violet Jessop, nacida el 2 de octubre de 1887 enla Pampa, cerca de Bahía Blanca (Argentina), era irlandesa de sangre y cultura. Sus padres, William y Katherine, a la que llamaban Kelly, habían emigrado al Nuevo Mundo huyendo de una desolada Irlanda. Era la mayor de nueve hermanos, seis de los cuales sobrevivieron: Violet, William, Phillip, Jack, Patrick y Eileen. Sus ojos grandes, verdes grisáceos, siempre llamaron la atención. Devota católica como sus padres, llevaba en su delantal un rosario, pues creía fuertemente en el poder de la oración, hasta rozar la superstición.
Una vida dura y la alimentación precaria dieron paso a la tuberculosis. Fue su primera gran prueba de supervivencia. Los médicos la desahuciaron, pero, inexplicablemente, Violet superó la enfermedad y prosiguió con su rutina. Era fuerte, y el destino aún le reservaba muchas más pruebas que superar. Y llegaron. Un mal día, su vida en Argentina se vio súbitamente interrumpida por la muerte de su padre. Kelly, la madre, tuvo que hacerse cargo de la familia y no encontró mejor solución que emigrar de nuevo, esta vez a Inglaterra. Buscó trabajo y lo encontró de camarera en la naviera Royal Mail Line (RML), que hacía, entre otras, la ruta de las Indias. Violet, todavía una cría, pudo estudiar en un colegio, obviamente católico, y ocuparse de una de sus hermanas. Los otros hermanos fueron al orfanato. El trabajo de Kelly no daba para más, y así eran aquellos tiempos para aquellas gentes.
Al poco, la fatalidad volvió a cebarse en los Jessop al enfermar la madre. Violet se puso a trabajar para sacar adelante a los suyos. Le costó que la aceptaran de camarera en la misma línea que su madre. Resulta que Violet tenía 21 años y, aunque a comienzos del siglo XX y para la vida cotidiana o el matrimonio era una mujer madura, para el trabajo en los barcos era demasiado joven. La costumbre establecía que para atender a los pasajeros se contrataba a mujeres que le doblaran la edad. Corría 1908, y Violet era una mujer que asumía con determinación la responsabilidad de sustituir a su madre enferma como cabeza de familia. Pero su 1,60 de estatura sin tacones, su juventud, belleza y elegancia natural se convirtieron en una desventaja casi infranqueable. En una entrevista de trabajo le dijeron que su aspecto podría provocar problemas con los pasajeros o la tripulación. Y, tras varios intentos, optó por afearse. No se maquilló, no se arregló y utilizando ropa vieja monocolor logró aparentar diez años más. Entonces la contrataron para servir a los pasajeros de tercera. Años después explicó que su físico había sido causa de algunas anécdotas, como la de haber recibido tres propuestas de matrimonio en un mismo viaje, y una de ellas, ¡de un adinerado pasajero de primera clase!
Pero Violet no se conformó con la Royal Mail y buscó mejora en otras compañías. Y la encontró, sin exagerar, en la pujante White Star Line, siempre en crecimiento y dispuesta a contratar en sus barcos a personal con experiencia. Y es que la White Star era en ese instante una potentísima naviera que competía universalmente en el transporte transoceánico, cada vez más solicitado por las clases altas, por los nuevos profesionales, por la emigración masiva y por el comercio mundial. Frente a la White se encontraba la célebre Cunard Line, también británica, y las no menos poderosas compañías alemanas Norddeutscher Lloyd y la famosa Hapag. Obviamente, la aviación estaba en sus albores y no contaba en esta carrera, y el ferrocarril ni saltaba todos los continentes ni competía en eficacia con los cada vez más veloces, confortables y más grandes barcos transoceánicos. Esta competencia explica el porqué de la construcción de los tres supernavíos de la Clase Olympic (el Titanic y sus hermanos Olympic y Britannic), que superaban a los entonces colosales Lusitania (hundido en la Primera Guerra Mundial) y Mauretania de la Cunard y a los buques germanos Kronprinz Wilhelm , Kaiser Wilhelm II y Kronprinzessin Cecilie .
Sin embargo, Violet no estaba del todo a gusto con la idea de trabajar en la White Star, que frecuentaba latitudes más altas y frías quela Royal Mail.Además, entre los empleados dela Whitecorría la historia, en parte cierta, de que los pasajeros dela White Stareran más exigentes, estirados y antipáticos que los dela Royal Mail, una línea que, digamos, navegaba más al sur.
Finalmente, en 1910, se enroló en la Star, primero en el First Majestic , y luego fue transferida al Olympic , de camarera. Diecisiete horas de trabajo al día por dos libras y diez chelines al mes. O sea, unos siete euros de hoy, más cama y comida. Su jefe, es decir el capitán, era Edward Smith, afamado marino que siempre mandaba los mejores barcos de la compañía.
Pese al recelo inicial, Violet se sintió bien en el Olympic, que era muy lujoso, con ebanistería, mobiliario y decoración magníficos. Como en todos los barcos, en primera clase había más servicio que pasajeros, proporción que se invertía a medida que se bajaban niveles sociales.
Violet se encontraba a bordo del Olympic el 20 de septiembre de 1911, cuando, cerca de la isla de Wight, chocó con el crucero de guerra británico HMS Hawke. Aunque es una cuestión controvertida, parece ser que el Olympic, mandado por Smith, fue responsable del accidente. Por suerte, los dos barcos soportaron el impacto y lograron regresar a la costa muy dañados, pero sin que hubiera que lamentar pérdidas humanas. La peregrina explicación para el grave accidente es que el tamaño del Olympic y su poderosa estela habían absorbido al Hawke, lo que provocó la colisión.
En mayo de aquel año (1911), se había botado el Titanic y se anunciaba su puesta en servicio inmediata. Trabajar en el magnífico Titanic era una tentación que ningún empleado de la White Star quería dejar escapar, salvo Violet, que se encontraba contenta en el Olympic. La White quería tripulantes experimentados para su flamante y ya famoso Titanic, y Violet acabó cambiando de barco, presionada por amigos y familiares, que la convencieron de que formara parte de un buque tan importante como aquel, que superaba a cualquier otro en adelantos y belleza.
Violet embarcó en el Titanic en Southampton vestida con un largo traje marrón. Durante el corto periodo de tiempo que pasó a bordo, conoció a Thomas Andrews, un personaje que surge en las historias del Titanic y que sabemos que alcanzó el respeto de la tripulación gracias a la propia Violet.
Andrews era un hombre de un estatus inabordable para una azafata. Era el padre del Titanic y el arquitecto jefe del astillero. Viajaba en primera clase (obviamente), tenía 39 años, era de Belfast y sobrino de lord Pirrie o, lo que es lo mismo, de la cima de la compañía constructora del barco. Pero Andrews era diferente. Violet explicó que su relación con la tripulación era mucho más próxima y amable de lo habitual al comienzo del siglo XX en aquel superclasista Reino Unido que a bordo de sus buques exageraba aún más las distancias humanas. Andrews impresionó a Violet y a sus compañeros con su sincera atención a las sugerencias de mejoras que le comentaban los tripulantes de cualquier categoría. Violet dijo del ingeniero: “Con frecuencia, durante las rondas nos encontramos con nuestro querido diseñador dando vueltas discretamente con cara cansada y aire de satisfacción. Siempre que nos topábamos con él, estaba dispuesto a intercambiar una palabra amable. Creo que su única pena, pues se lamentaba, es que cada día estábamos más lejos de su casa. Todos sabíamos del amor que sentía por su hogar en Irlanda y sospechábamos que deseaba volver cuanto antes”, escribió Violet en un libro de memorias (1).
La noche del 14 de abril, el cuarto día de navegación del viaje inaugural del Titanic, el aire al anochecer era más frío. Como cada noche antes de retirarse, Violet había salido a cubierta a tomar aire fresco y al entrar de nuevo sintió satisfacción ante el lujo y la grandiosidad de la máquina que la albergaba. Católica devota, había leído en voz alta una oración de origen hebreo que le enseñó una anciana irlandesa. La oración la escuchaba atenta su compañera de camarote, Elizabeth Leather, ya que Violet estaba convencida de que aquella extraña plegaria la protegería del fuego y de agua. Violet estaba a punto de dormirse cuando se produjo la colisión.
“Nos dieron la orden de subir al puente y vi a los pasajeros circulando con calma, sin preocupación”. Poco después, apoyada en un mamparo junto a otros camareros, observó absorta como las mujeres se despedían sobrecogidas de sus maridos antes de ser embarcadas con sus hijos en los botes de salvamento. Al poco, un oficial le ordenó embarcar también en un bote (el 16) para demostrar a las mujeres reacias que era seguro subir a bordo.
Mientras el bote era largado, un oficial la llamó desde cubierta.
–¡Miss Jessop. Tome...!
Y le lanzó un bebé, que recogió sobre el regazo, de milagro…
Su compañera de camarote, Elizabeth Leather, que también había trabajado en el Olympic, dormía tan profundamente cuando se produjo la colisión que no se despertó al instante. Llegó a cubierta justo para embarcar en el bote 16.
Ambas camareras pasaron ocho horas en el mar, heladas y horrorizadas ante el drama del naufragio en el que el frío apagaba una tras otra las voces de socorro que rompían la noche, hasta que se hizo un silencio si cabe aún más sobrecogedor. Las recogió el Carpathia . Violet abrazaba al bebé contra su duro salvavidas de corchos cuando una mujer se lanzó sobre ella, le quitó la criatura y desapareció al instante. Nunca supo quién era aquella madre que ni musitó un gracias. En cuanto al amable Andrews, murió a bordo, y su cuerpo es uno de los que nunca se encontraron.
Violet regresó a Inglaterra. A finales de julio de 1914 estalló la Primera Guerra Mundial y el Reino Unido movilizó sus recursos, entre ellos el gran transatlántico Britannic, botado el 26 de febrero de 1914 y reconvertido por exigencias bélicas en buque hospital. El 21 de noviembre de 1916, Violet iba a bordo en calidad de enfermera de la Cruz Roja. Navegaba por el Egeo a la altura del canal de Kéa, cuando el barco experimentó una gran explosión al topar con una mina por la amura de babor. Se fue a pique en 55 minutos. “De repente, oímos un ruido ensordecedor. Todo el salón se levantó… Me trajo recuerdos no muy distantes de la noche aciaga del Titanic”, recordaría Violet. El accidente causó 30 horribles muertes; las de unos tripulantes que perecieron despedazados por las hélices del barco, que atrajeron los botes salvavidas que ocupaban. Afortunadamente, el buque no llevaba heridos, y así se evitó una desgracia colosal.
Violet atribuyó su salvación a su abundante cabellera castaña. “Me lancé al mar, fui succionada por debajo de la quilla, y me golpeé la cabeza. Aun así escapé”, izada del pelo por otro náufrago. “Al cabo de los años –reveló–, tras muchos dolores de cabeza sin explicación, el médico me descubrió que tenía una fractura de cráneo antigua”. Violet Constance Jessop ya no sufrió más naufragios que el de su boda. Fue poco antes de cumplir los 40 años de edad y se trató de un desastroso y breve matrimonio del que nunca quiso hablar, ni siquiera decir el nombre del que fue su marido. No tuvo hijos.
En 1945, ocupó un puesto de oficinista y, en 1948, ya con 61 años, inició, tal vez por añoranza, su última etapa marina, al firmar –otra vez con la Royal Mail– un contrato de dos años embarcada. En 1950, Violet Jessop, a los 63 años y tras 42 de vida relacionada con el mar, dio por terminada su carrera en el océano y se retiro a un cottage (casita con techo de paja) del siglo XVI en Suffolk (Great Ashfield, Inglaterra). Allí vivió de sus recuerdos y cuidando gallinas y el jardín. Los huevos que vendía completaban su exigua pensión. Sólo el 18 de julio de 1958 su vida de retiro rural experimentó una breve interrupción cuando alguien se acordó de ella y fue entrevistada por una revista con motivo del estreno aquel mismo año del filme A Nigth to Remember . En la entrevista subrayó ciertas discrepancias con la película de Roy Ward Baker que tal vez deberían también aplicarse a la de James Cameron, de 1997. Violet desautorizó la forma en que aparecían retratados los pasajeros de tercera clase, a los que se apreciaba abandonados a la fuerza detrás de puertas cerradas que les impedían el acceso a las cubiertas del barco. Dijo que eso no era cierto, como tampoco que las mujeres norteamericanas usaran grandes sombreros en la nave.
Una insuficiencia cardiaca congestiva se la llevó en 1971, a la edad de 84 años. Sus restos descansan en tierra bajo una sencilla lápida de piedra en el cementerio de Hartest, Suffolk, al noroeste de Londres. Su epitafio dice: “Violet Constanza Jessop, querida hermana, que murió el 5 de mayo de1971 alos 84 años, fortalecida por los ritos dela Santa Madre Iglesia. Dulce Jesús, ten piedad de su alma”.
Los tres accidentes que sufrió Violet Jessop
Infografía de Raúl Camañas y Rosa Mª Anechina