Un día (29) cualquier
Se llama Dolores, aunque todos la conocen como Lola. Su hogar, un modesto bajo en el Parque Alcosa de Alfafar, ha sido testigo de su vida durante más de 15 años. Pero hoy no vengo a contarte sobre un día especial. No, esta es la crónica de un día cualquiera en su existencia, y créeme, para Lola, incluso lo ordinario se convierte en extraordinario.
Antes de adentrarnos en su historia, permíteme ponerte en contexto. Por circunstancias personales, mi familia y yo —mi esposa y mi hija— hemos pasado dieciséis días y sus respectivas noches en el hospital Doctor Peset de Valencia. Allí nos vimos enfrentados a una de esas situaciones que ponen a prueba la fortaleza de cualquier corazón: mi otra hija estaba ingresada. Durante esas interminables jornadas, compartimos habitación con cuatro mujeres diferentes, cada una con su propia historia, tan únicas y desgarradoras como las marcas que dejaron en mi memoria los días de hospital. Pero hoy, no voy a hablarte de las cuatro. Hoy quiero hablarte solo de Lola.
Un coche destrozado tras el paso de la DANA en Alfafar
Lola, como decía, vivía en el Parque Alcosa. Era un día 29 de octubre, un día cualquiera en el calendario para la mayoría, pero no para ella. Para Lola, cualquier día encierra un desafío monumental. Desde hace años lucha contra una enfermedad que parece devorarle el aliento: EPOC, Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica. Sus pulmones, rebeldes, no cooperan; el aire se convierte en un lujo. Vive atada, literalmente, a un respirador de oxígeno que se convierte en su compañero inseparable, sus botellas de oxígeno, un recordatorio constante de su fragilidad.
Pero no es solo la falta de aire lo que define sus días. Una hernia gigantesca a la altura del estómago limita su movilidad hasta lo indecible, un obstáculo físico que la retiene como un ancla. Por si fuera poco, el sobrepeso añade una capa más a esta lucha diaria, un peso no solo físico, sino emocional, que agrava su situación hasta el extremo.
Apenas puede caminar. Cada paso que da es una conquista, una batalla que libra con valentía, aunque muchas veces en soledad. Porque, en su pequeño mundo, Lola no está completamente sola. En su pequeño mundo, Lola cuenta con la compañía de su hijo de 41 años. Un hombre con un carácter reservado, que enfrenta sus propios retos personales y emocionales, pero que, a su manera, está siempre presente para ella. Los días de Lola, como ves, no son días cualesquiera. Son jornadas de resistencia, pequeñas epopeyas de supervivencia en un entorno que podría aplastar incluso al espíritu más fuerte.
En otro momento, te hablaré de las visitas y los acompañantes, de ese universo particular que se crea en las habitaciones compartidas de un hospital. Pero hoy, este relato es de Lola. Porque su historia, aunque cotidiana para ella, es un recordatorio dolorosamente bello de la fuerza del ser humano frente a la adversidad.
El día 29 de octubre será recordado como el momento en que Valencia vivió la mayor catástrofe natural de su historia. Ese día, la riada más devastadora que jamás se haya registrado en España irrumpió sin aviso, sorprendiendo a todos en su vida cotidiana. No hubo alertas, ni tiempo para prepararse; quienes debieron advertir del peligro no lo hicieron. Y así, las poblaciones afectadas fueron tomadas por las aguas, desbordadas por un torrente implacable.
En el Parque Alcosa, donde vivía Lola, el desastre llegó tan rápido que apenas hubo margen para reaccionar. Los vecinos, conscientes de su situación, actuaron con una urgencia que probablemente le salvó la vida. Corrieron a su casa y la subieron al piso superior. Para cuando lograron ponerla a salvo, el agua ya había alcanzado los dos metros de altura, arrasándolo todo a su paso. En el caos, resultó imposible rescatar su bombona de oxígeno, un objeto vital para Lola. Sin la ayuda de quienes actuaron tan rápidamente, ella no habría sobrevivido.
Pero la tragedia no terminó ahí. El oxígeno que llevaba consigo se agotó a las 22:00 horas. Su vida pendía de un hilo hasta que las primeras unidades de la UME llegaron para evacuarla. Fue trasladada a la mañana siguiente de urgencia al hospital Doctor Peset, donde, gracias a los cuidados recibidos, hoy puede contarse su historia. Sin embargo, esta no es solo una historia de supervivencia; es mucho más.
La conocimos tres días antes de que a mi hija le dieran el alta del hospital. Desde el primer momento, Lola, con su sonrisa y su talante amable, desarrolló un vínculo inmediato con mi hija y con nosotros. A sus 64 años, después de haberlo perdido todo, irradiaba una humanidad que no se encuentra fácilmente. Incluso en medio de su dolor y su lucha diaria, era capaz de regalar simpatía, cercanía y un humor desbordante.
Lola llevaba ingresada desde el 30 de octubre. Habían pasado 50 días con sus respectivas noches en el hospital. Su casa, su refugio durante años, había quedado destruida por la DANA. Sin un lugar donde ir, su situación quedó en manos de los servicios sociales del hospital, quienes notificaron lo ocurrido a la Generalitat Valenciana desde el primer momento. La Conselleria respondió rápidamente, pero lo que ofrecieron estuvo lejos de solucionar su situación. Gestionaron una plaza en una residencia de mayores, pero con una condición: Lola debía pagar 650 euros al mes de los 800 que recibía de pensión. Además, le negaron una silla de ruedas, indispensable para su movilidad, y solo le ofrecieron un andador, como si fuera suficiente para compensar su pérdida. Un “detalle” que parece una burla frente a la magnitud de sus necesidades.
A pesar de todo, Lola no se rindió. Su espíritu permaneció intacto, su sonrisa seguía presente, y su forma de enfrentarse a la adversidad era una lección de vida para cualquiera que la conociera. Tenía esa asombrosa capacidad de restaurarle importancia a lo que para otros sería insoportable y de encontrar siempre un motivo para seguir adelante.
Pero yo no soy Lola. Y aunque admiro profundamente su fortaleza, no puedo quedarme callado ante esta injusticia.
¿Cómo es posible que un gobierno niegue una silla de ruedas a una mujer que ha perdido todo? ¿Cómo permitimos que alguien tenga que pagar casi toda su pensión por un techo después de haber quedado desamparada por una catástrofe natural? ¿Qué nos está pasando como sociedad que toleramos esta indiferencia?
¿Cómo permitimos que alguien tenga que pagar casi toda su pensión por un techo después de haber quedado desamparada por una catástrofe natural?
Parece que la sociedad valenciana vive un mal sueño, del que no despertamos. Los días pasan y, en lugar de mejorar, las cosas empeoran. Mientras tanto, nuestros políticos se gritan, se insultan y convocan reuniones que no llevan a nada. Se alejan cada vez más de las necesidades reales de la ciudadanía, creando un abismo que parece insalvable.
Historias como la de Lola desgarran el alma y nos obligan a reflexionar. ¿Es esta la sociedad en la que queremos vivir? ¿O todo lo que creíamos que éramos ha sido solo un sueño? En medio de todo este desconcierto, lo único tangible, lo único real, es Lola. Gracias, por ser como eres. Por recordarnos, incluso en la adversidad, lo que significa ser humano.