La letra pequeña

La letra pequeña
Nel.lo Pellisser

La letra pequeña es la manera coloquial de referirse a esa parte de los contratos, las normativas o las garantías de los dispositivos electrónicos que suelen estar situados en la parte final de los documentos con un cuerpo de letra imposible de leer, si no se tiene vista de adolescente o se amplifica con una lupa o una pantalla.

Imagen de un bombero limpiando una de las zonas inundadas por la dana

Imagen de un bombero limpiando una de las zonas inundadas por la dana

Mariano Fraind

En un momento en que las convocatorias de ayudas estatales y autonómicas, y privadas, para paliar los efectos de la irresponsable gestión del desastre del 29 de octubre pasado se siguen sucediendo sin interrupción; cuando desde hace semanas, mientras se sigue intentando recuperar la normalidad, se encadenan los anuncios de ayudas de unos y otros, la aprobación de los decretos y las disposiciones, y su posterior entrada en vigor, más las consiguientes valoraciones a cada uno de estos anuncios por parte de portavoces políticos y profesionales, principalmente, llega un momento en que se hace imprescindible una mayor claridad y algo menos de ruido político y mediático. Se trataría de no añadir más desconcierto al ya existente. Por ejemplo, en los plazos. Pero es que, además, cuando se accede a la información final de las convocatorias, al llegar a la letra pequeña irrumpe en muchos casos la decepción. Es cuando aparecen las excepciones, las puntualizaciones y las ayudas que no son más que prórrogas del pago de determinados tributos pero que no eximen de satisfacerlos; o no son más que créditos que no hacen más que complicar la situación en un momento donde reina la turbación y la duda. Hay más de uno que ha tenido que hacerse una tabla de Excel para poner orden en tanto galimatías de convocatorias de ayudas e intentar controlar así los plazos y los requisitos sin perderse nada.

Ocurre, además, que estos plazos más que facilitar las cosas las complican, ya que en la cuestión mollar de los seguros de viviendas, negocios o automóviles hay un colapso colosal. Es palpable que nadie estaba preparado para un desastre de estas dimensiones, más allá de una gestión responsable y eficaz que hubiese minimizado sustancialmente los efectos sobre las personas y los bienes materiales, ni las administraciones, autonómicas o locales, ni las aseguradoras, ni el Consorcio de Compensación de Seguros, entre otros. Pero habría que tener presente que para tomar decisiones tan trascendentales como si se reabre o no un negocio, o se reorienta una actividad profesional o, lo que es más relevantes, se hipoteca uno para volver a empezar; o si, finalmente, se lanza el carro por el pedregal, que de todo habrá, se ha de saber con precisión con qué recursos se va a contar. Es decir, cual va a ser la valoración del seguro sobre continentes y contenidos, cual va a ser el peritaje del vehículo que a lo mejor no tenía más que un año y ha pasado semanas inmovilizado pendiente de la visita de un perito o de un mecánico, que no llega. Por no hablar de aquellas situaciones tan excepcionales que le dejan a uno varado en la cuneta sin ayuda ninguna, como la de quienes estaban esperando a que terminasen las obras de restauración de una casa antigua y a falta de cédula de habitabilidad, otra vez la letra pequeña, no tienen derecho a ninguna ayuda con la que restaurar los daños de una vivienda que no se había llegado ni a estrenar. Habría que crear un departamento donde se valorasen los casos de mala suerte, las excepciones a la letra pequeña, para que, como se acuñó en pandemia, nadie se quedase atrás.

Hace falta más empatía por parte de quienes toman las decisiones. Empatía, ya saben, significa ponerse en el lugar de los otros y compartir sus preocupaciones. Aplíquense asesores y estrategas de la política"

También hace falta que las instituciones dejen de anunciar reiteradamente una misma convocatoria, ni a comunicarlas de manera fragmentada, como si se tratase de un serial radiofónico. Y que la información sea clara y precisa, y no esté dispersa en múltiples webs. Tampoco ayuda mucho polemizar sobre quien aporta más y quien lo hace antes o después. Al fin y al cabo, todo sale del mismo saco, el de los impuestos de los ciudadanos. Estos días se van conociendo infinidad de iniciativas de particulares, de múltiples asociaciones y de empresas de toda la geografía peninsular que están apoyando directamente a comercios, autónomos, centros de enseñanza o asociaciones culturales de todo tipo sin contrapartida ninguna. Sin necesidad de luz ni de taquígrafos. Hace falta más empatía por parte de quienes toman las decisiones. Empatía, ya saben, significa ponerse en el lugar de los otros y compartir sus preocupaciones. Aplíquense asesores y estrategas de la política.

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