Un piolet en la cabeza

La X marca el lugar

Un piolet en la cabeza

La mejor pieza de opinión sobre la crisis social de estos últimos días la han podido leer ustedes en este periódico. Lo firmaba JL Martín, y era una viñeta en la que un hombre, aguantando una vara con estoico ademán de profesor, señalaba la forma de proceder en caso de una opiniones polémicas: si coinciden con las de uno hay que gritar que es libertad de expresión; en caso contrario, es delito de odio.

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Acción de los manifestantes del SEPC en el interior del edificio histórico de la UB, en Barcelona, contra el encarcelamiento del rapero Pablo Hasél. 

KIKE RINCÓN - EUROPA PRESS / EP

La encarcelación del rapero Pablo Hasél ha prendido una mecha en las calles. No voy a opinar sobre ningún exceso producto de estas manifestaciones porque entiendo que corro el riesgo de generalizar y es importante revisar caso por caso. Pero me parece necesario señalar que, por sistema, ningún hartazgo pueda justificar una actitud gregaria.

Igual que hay jóvenes que hoy se manifiestan por las calles de toda España defendiendo la libertad de Hasél para decir que "no me da pena tu tiro en la nuca, pepero", otros que permanecen callados pueden hacerlo mañana pidiendo justicia para Eduardo Clavero, líder neonazi del grupo Batallón de castigo al que le acaba de caer un año en prisión por delitos de odio. Si el problema entre estas dos tesis es la legitimidad del discurso, habrá que marcar muy bien dónde está la línea entre deseo y acción para no acabar avalando ideas autodestructivas. Nos guste o no, nuestra libertad acaba donde empieza la de los demás.

Ningún hartazgo justifica una actitud gregaria; hacerlo abre la puerta  a la anarquía

Es importante tener muy presente que la sociedad en la que vivimos exige una responsabilidad individual para con nuestros actos, en unos límites marcados por la Ley. Porque esa Ley, citando a Kennedy en uno de sus más famosos discursos contra el gobernador segregacionista de Misisipi, es lo que impide que algún perturbado materialice los tuits de Pablo Hasél y le clave un piolet en la cabeza a José Bono. O a un vecino que le ha movido las lindes, que a efectos prácticos es lo mismo.

El hartazgo es una entidad real pero etérea, útil pero esquiva, que es capaz de justificar que un hombre desesperado cometa cualquier barbaridad. Y eso, por muchas vueltas que le queramos dar, solo lleva a un camino: la anarquía.

No me gusta el uso partidista de la libertad de expresión por parte de la izquierda. Tampoco me gustan los atajos en los discursos de la derecha para apropiarse de la Constitución o el Estado de Derecho y convertirlos en entidades inamovibles. Pero creo que no se puede engañar a la gente diciéndole que nunca antes se había planteado, desde el punto de vista teórico o práctico, un debate sobre los límites de la libertad de expresión o la apología de la violencia. Como si antes de la generación actual no hubiese aciertos, errores, catástrofes y muertes. Es adanismo en estado puro, auspiciado por una creciente tendencia de los partidos a tratar a su masa de votantes como un todo homogéneo lleno de menores de edad.

Algunos políticos están lanzando queroseno al incendio por un mero cálculo electoral

Eso es, al final, lo que resulta más lamentable: que algunos políticos lanzan queroseno al incendio por un mero cálculo electoral. Ignoran el pasado con la esperanza de simplificar el argumentario, apelar al sentimiento y aprovechar la desafección y la miseria. Todo lo que está pasando estos días en las calles, todo, está regado con la demagogia que favorece a determinados discursos que buscan imponer su relato. Y el problema es que pretende hacerse no desde la legítima confrontación de ideas, sino desde el sacrificio de unos peones sobre el tablero.

Decía Ortega y Gasset que "ser de la izquierda es como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser imbécil". 80 años después de esta afirmación, la política de bloques sigue triunfando por encima del individuo. La democratización del conocimiento y las comunicaciones a través de la tecnología no nos ha hecho más libres ni plurales, sino todo lo contrario. Y es triste llegar a la conclusión de que, no importa cuánto tiempo pase, estamos condenados a repetir los mismos errores como si fueran nuevos.

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