Loading...

¿Qué valor le damos a la muerte de una prostituta?

Análisis

A la gravedad de las consecuencias directas de su trabajo se suma un desprecio social que las ignora cuando son víctimas del terrorismo machista

GRAFCVA395. ALZIRA (VALENCIA), 06/12/2019.- El sospechoso de la muerte de Marta Calvo, Jorge Ignacio P.J.,al que se le relaciona con la muerte de dos prostitutas EFE/Kai Försterling

Kai Försterling / EFE

Estigma por su ocupación y, como consecuencia, otros estigmas; que alcanzan desde la falta de apoyo social cuando sufren agresiones hasta el tratamiento informativo de sus muertes. Hablamos de las prostitutas, mujeres a las que la sociedad (término que empleo en términos muy amplios) observa en ocasiones como si se tratara de no-mujeres, como seres inferiores, como entes invisibles recluidos en puticlubs, o arrastradas a la calle o a la calzada de una carretera al servicio del capricho de algunos hombres. Con efectos terribles para ellas, pues a la gravedad de las consecuencias de su labor, en la mayoría de las ocasiones realizada por obligación, se suma ese desprecio por todos conocido, y, además, el hecho de que, cuando son asesinadas por un hombre, la respuesta social es, en el mejor de los casos, inferior a cuando una no prostituta sufre una situación similar. Cuando una de ellas es asesinada no hay manifestaciones de solidaridad en las puertas de los ayuntamientos, ni políticos decididos a recordar sus nombres y sus vidas.

Lo comento con la fiscal Susana Gisbert, que se ha distinguido estas semanas por reclamar lo que es de sentido común: que la ley de violencia de género alcance a todo tipo de agresiones machistas, no sólo a las que se producen dentro del ámbito familiar o de pareja; también a las mujeres que sufren, por ejemplo, la salvajada de las violaciones en grupo (las autodenominadas “manadas”). Es decir, a todas. Susana Gisbert me reconoce que las prostitutas son las grandes olvidadas; no para la policía, que siempre investiga a los autores de las agresiones, pero sí para otros entornos, que las ignoran, lo que resta presión social contra estos feminicidios. Hablamos, por ejemplo, del caso de Joaquín Ferrándiz, que entre 1995 y 1996 asesinó a cinco mujeres en Castellón. Cuatro de ellas eran prostitutas, pero la sociedad no reaccionó, no se manifestó, no hubo comunicados, hasta que la quinta, una profesora llamada Sonia Rubio, fue víctima de este asesino que cumple condena de 69 años de prisión.

Comentamos el caso también de Marta Calvo, joven valenciana que se citó con Jorge Ignacio P.J.; el hombre que supuestamente la asesinó y que después la descuartizó para esconder su cuerpo. Con anterioridad, este narcotraficante había estado con dos prostitutas que tras quedar con él fallecieron por consumo de estupefacientes. La Guardia Civil intenta atar cabos para confirmar la hipótesis de que nos encontremos ante otro asesino en serie, como lo fue Joaquín Ferrandiz. De seguro que si las otras dos prostitutas no hubieran ejercido ese oficio hubiera habido algún tipo de respuesta social; es una constante. Pero sería hipócrita no asumir que la muerte de una prostituta tiene siempre un valor inferior para este ecosistema social que prefiere, seamos sinceros, ignorarlas. Basta darse una vuelta por algunas avenidas de València por la noche, observar en qué condiciones trabajan, qué enormes riesgos asumen, cómo son vigiladas por chulos o matones, y comprobar que la ciudad (ocurre en todas) les da la espalda. La policía sabe mejor que nadie las innumerables agresiones que sufren, de todo tipo. Es lo que tienen los estigmas.

Susana Gisbert me comenta que urge reconocer a las prostitutas como lo que son, mujeres. No abordamos el tema de su posible regularización, ilegalización y otras medidas; que son asunto muy complejo y con multitud de puntos de vista. Hablamos de su protección, y de su derecho a ser tratadas como cualquier otra mujer cuando son acosadas, violentadas, humilladas, violadas o asesinadas. Que sería adecuado que, cuando una de ellas sufre una agresión, las instituciones, que tienen enorme capacidad para influir en la sociedad, también respondieran, porque además de todo lo dicho suelen ser las mujeres más vulnerables, en todos los sentidos. Con una forma de vida que se asemeja a la esclavitud, sin apoyos de ningún tipo, muchas de ellas alejadas miles de kilómetros de su familias, ignorantes incluso del idioma o del lugar donde están, y conscientes de que en cualquier momento puede aparecer un Jorge Ignacio o un Joaquín Ferrandiz cualquiera, y quitarles la vida.