Palmira Calvo: “Ahora hay procesiones en el Aneto, yo así no lo subiría”
Entrevista
Una de las mujeres pioneras en la escalada en la Comunitat Valenciana valora cómo ha cambiado la montaña en los últimos 80 años: masificaciones, material, igualdad...
Cuando Palmira Calvo (València, 1931), habla de la montaña, su rostro se ilumina. Es la que le abrió las puertas de la felicidad en tiempos difíciles que pasó en la adolescencia y la que le ha regalado “los mejores amigos”. Hoy la roca y los rocódromos están cada día más llenos de mujeres, pero cuando ella empezó era un rara avis, a finales de los años 40, en plena época oscura de la autarquía franquista.
En la montaña conoció a su marido, Rafael Cebrián, que ella prefiere llamar “mi compañero”. Porque eso es lo que ha sido: su compañero en la montaña y en la vida. Con él celebró una luna de miel poco habitual: unos días en Pirineos, donde ascendieron el Aneto, Posets y Perdiguero, entre otras cumbres.
Solo hay otro asunto más que le emociona tanto o más que la montaña: su familia. Lleva una fotografía de sus tres hijos en la cartera que muestra con orgullo. Su hija pequeña, Elena Cebrián, es ahora la Consellera de Agricultura y Medio Ambiente de la Generalitat Valenciana. ¿Cómo lo lleva su madre? “Muy mal. La vemos muy poco. Siempre tiene la agenda ocupada”, lamenta con resignación.
Palmira Calvo comenta, divertida, que en la fotografía, recostada en el sillón, podría hacerla parecer una anciana. Pero sus ojos brillan como solo pueden hacerlo los de las personas apasionadas. Dice que si ya no puede subir montañas, las admirará desde abajo. Por esta manera de entender la montaña, sin cronómetros ni clasificaciones, y por ser una de las mujeres pioneras en la escalada en la Comunitat Valenciana, este sábado recibirá un homenaje en el V Encuentro estatal de mujeres escaladoras, que este año se celebra en Montanejos.
-La oleada de empoderamiento femenino a la que asistimos en los últimos meses ha llegado también a la escalada. Ángela Eiter encadenaba en octubre de 2017, hace un año, el primer 9b femenino de la historia de la escalada (“La Planta de Shiva”, en Villanueva del Rosario, Málaga). ¿Qué significa este hito para la historia de la escalada, un mundo de hombres?
Es muy importante que las mujeres demuestren que pueden estar a la altura necesaria en la igualdad de oportunidades con otros hombres, más allá de impedimentos sociales, familiares e incluso políticos. Y hay muchos hombres que han ayudado a las mujeres a seguir adelante con sus ideas. Eiter demuestra que si una mujer tiene vocación, si lo desea y tiene las condiciones necesarias puede llegar al punto más alto.
-También lo vimos no hace muchos años con la vasca Edurne Pasaban, quien se convirtió en la primera mujer en hacer cumbre en los 14 ochomiles.
Son ejemplos que van ayudando a seguir adelante. Y además, Pasaban también colabora en muchas acciones solidarias.
-¿Cómo le dio a Palmira Calvo por la escalada?
Mi familia era muy progresista y avanzada. Mis padres fundaron la asociación naturista de València, eran muy ecologistas aunque en aquel entonces todavía no se usara esa palabra, y les parecía muy bien todo lo relacionado con el aire libre y la montaña. A los 18 años tuve un tropiezo muy grande en mi vida, por dificultades económicas y otros temas. Entonces, animada por mi hermano, empecé a participar en el Centro Excursionista de València. Allí me encontré con la naturaleza, con la montaña, con los buenos amigos que conservo desde entonces y mi marido. Pero siempre se habla de escalada y yo prefiero hablar de montañismo, no senderismo. Salí mucho por las montañas valencianas, Pirineos… la montaña es donde mejor lo he pasado en mi vida.
He dormido en la montaña, haciendo vivac, sola con chicos. A otras chicas les parecía temeroso, a mí no y se lo debo a mi familia”
-Imagino que su época no era sencilla para la escalada en ningún sentido. La guerra civil, la postguerra, un mundo de hombres… ¿Cómo lo recuerda? ¿Era difícil adentrarse en un mundo tan de hombres?
La escalada quizás sea la parte más llamativa, pero ascender una montaña va más allá. Yo participé en cursillos de escalada del Centro Excursionista, pero las mujeres se apuntaban más a las excursiones, no a escalada. Claro, había gente que me decía: “Mira, una que sale sola a la montaña solo con chicos”. Pero en mi casa eso no les afectaba nada porque sabían que los chicos eran mis amigos, mis compañeros y que, si era necesario, yo sabía parar los pies a quien fuera. También hemos dormido en la montaña, haciendo vivac, algo que a otras chicas les parecía temeroso. A mí no, y se lo debo a mi familia.
-Usted se sentía segura haciendo montaña con ellos.
En la montaña alguna vez me he visto con un poco de susto, pero con peligro no. ¿Sabes por qué? Porque estás unida por una cuerda a un compañero, que la tiene cogida en otra reunión. De esa cuerda depende tu vida, pero sabes que no la va a soltar. Aunque pases un poco de miedo y te tiemblen un poco las piernas, tienes la confianza del compañero.
-¿Le trataban diferente por ser mujer?
No, no. Nos tratábamos como personas, no como hombres y mujer. A mí me ayudaban como podían ayudar a otro en un momento en el que estaba más cansado que los demás. En el montañismo he aprendido cosas muy importantes: el valor de la amistad, la solidaridad, estar segura de que no te va a abandonar tu compañero… La montaña es otra cosa.
Como ahora está de moda, se dice mucho: “Me he hecho… el Aneto”. Tú no te has hecho nada, el Aneto ya estaba hecho”
-¿Y qué le parecen esas fotografías donde aparece el campo base del Everest masificado? ¿Cree que la montaña ha perdido algo de su encanto de antaño?
Ahora tiene más público y en cierto modo me entristece. Cuando empecé yo pensaba: “Qué hermoso es esto de la montaña”. Estás haciendo algo que te parece importante sin público. No tienes contrincante, no vas contra nadie. Un gran montañero dijo: “En la montaña no se trata de vencer al otro, se trata de vencerte a ti mismo”. Esa frase me ha llegado al alma. La montaña no es solo un deporte, es un sentimiento. Si no lo tienes, no disfrutas tanto de ella. Como ahora está de moda, dicen mucho: “Me he hecho… el Aneto”. Tú no te has hecho nada, el Aneto ya estaba hecho. Toda esta gente sale, se compran un equipo muy bueno, botas, chaquetas, mochilas… y se lanzan a Pirineos, que ya tiene sus dificultades. Y ahora hay procesiones para subir cualquier pico conocido. No cualquier tresmil, sino el Aneto, el Perdido y tres o cuatro más. Yo así no subiría.
-Hablemos de material, otro de los grandes cambios en la escalada. Hoy todo es mucho más cómodo y ligero. ¿Cómo escalaba Palmira Calvo?
Los chicos más sofisticados iban a escalar con abarcas, cosidas con las ruedas de los coches, hechas a mano. Yo llevaba “Chirucas”, un pantalón de mi hermano que mi madre me había cortado como un pantalón bávaro, una camiseta y jersey de los más viejos, y cuando pude comprarme un anorak, un anorak. Todo el material como la cuerda, era propiedad del Centro de Excursionistas, que lo pedíamos cuando íbamos a salir. Ahora hay material de última tecnología que antes era impensable y que también ayuda. Si el escalador no vale, da igual el material; pero si vale, pues el material actual le ayuda más.
-Otra de las dificultades de la época son los viajes. Ahora en unas horas nos plantamos en Pirineos, por ejemplo. Imagino que antes se tardaría mucho más y económicamente no estaría al alcance de todos.
Por supuesto. Me pasó una vez que quería ir a Pirineos, pero no encontré con quien ir. Un amigo medió para que me uniera a un campamento con el centro excursionista de Zaragoza. Marché sola con 20 años, con la mochila, a Zaragoza. Fui en tren. Allí tuve que hacer noche en una pensión. Después, tren a Canfranc y bajé en Sabiñánigo. De ahí, autobús a Torla. Casi dos días para llegar a Torla y luego seguías el camino viejo hasta el valle de Ordesa. Cuando llegué allí, ya no estaba el campamento que me dijeron. En cambio, había uno de chicos de la OJE, la Organización Juvenil Española, la Falange. Todo eran camisas azules. Uno conocía al amigo de mi amigo y me dijo que podía quedarme con ellos si realmente me movía bien por la montaña. Me subió a las Gradas de Cotatuero, me hizo bajar, y admitió que sí, que estaba preparada para ir a la montaña. Me dejaron una tienda y me quedé unos días. ¡Había incluso un cura!
-Nos queda hablar de la montaña en sí, que también habrá cambiado mucho en los últimos 80 años. ¿Cree que ahora hay más conciencia medioambiental que antes entre la ciudadanía?
En la ciudad sí noto que la gente es más cuidadosa. Antes era habitual que escupieran o tiraran al suelo todo lo que se les ocurriera. La gente se está concienciando poquito a poco y creo que en la montaña también.
-Gracias Palmira y enhorabuena por ese homenaje.
La montaña me ha gustado siempre y me moriré gustándome. Si tengo que ir pasito a pasito para ver la montaña desde lejos, iré y la disfrutaré igual, solo de verla, o de leer lo que han hecho otros. Estoy segura de que Edurne Pasaban sentirá lo mismo que yo, aun en mi pequeñez. Ella lo sentirá a 8.000 metros y yo, igual, a 80. Pero el sentimiento de la montaña es el mismo.
Si tengo que ir pasito a pasito para ver la montaña desde lejos, iré y la disfrutaré igual, solo de verla, o de leer lo que han hecho otros”