Ocho años de ocupación y seis meses de silencio judicial

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El gobierno Albiol instruyó un expediente administrativo y un proceso de sanción urbanística para poder desalojar el recinto

La tragedia del incendio en Badalona aflora el drama de la inmigración

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Una pareja de bomberos inspecciona desde el exterior el estado de la nave siniestrada, ayer

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Hace ocho años, el propietario de la antigua nave industrial de la calle Guifré, en el barrio del Gorg de Badalona, vendió el antiguo recinto fabril a un inversor del Baix Llobregat. El único contacto que el Ayuntamiento ha tenido ha sido a través de una inmobiliaria de Sant Feliu de Llobregat, con quien las negociaciones fueron infructuosas. 

Entre tanto, el actual gobierno de Xavier García Albiol, uno de los tres alcalde que se han enfrentado al problema, ha intentado sin éxito judicializar el conflicto para promover el desalojo del edificio.

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La lenta burocracia judicial no ha dado tiempo desalojar la nave a partir de los argumentos de falta de salubridad ante el tribunal contencioso administrativo. Ayer, los vecinos, hastiados de reclamar una solución al conflicto, vieron cumplir sus peores pronósticos

“Avisamos que el terrado estaba lleno de colchones y que cualquier día podía haber una desgracia”, recuerda. En paralelo, se sucedían las denuncias hasta que el pasado verano el gobierno municipal impulsó un intenso operativo policial en el que participaron los Mossos d’Esquadra, la Policía Nacional y la Guardia Urbana de Badalona. Una acción que se repetía periódicamente para identificar a los ocupantes del edificio. Una acción que también se había llevado a cabo minutos antes de la catástrofe.

Un grupo de personas que vivían en la nave antes del incendio

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Los ocupas se habían construido módulos individuales con cartones, maderas y cortinas

“El propietario pasaba de lo que sucedía en la nave”, ignorando los requerimientos del Ayuntamiento, en los que advertían que “solo podía hacer oficinas, en ningún caso viviendas”, recordó el alcalde, que este año había iniciado otro proceso de sanción urbanística.

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Albiol lamentó ayer que la justicia no permitiera actuar para desalojar el edificio, ya que la ley protege a los ocupas y otorga a la nave industrial la consideración de domicilio privado, “por lo que la policía no pudo acceder”. Además, deploró que “en seis meses no tengamos una respuesta del juzgado”.

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Varias decenas de personas, entre ellas algunos de los supervivientes del incendio, se manifestaron ayer en el centro de Badalona

EFE

La presión vecinal obligó al gobierno local a reaccionar con acciones policiales coercitivas. Hace un año cortaron el agua, cuyos contadores habían sido manipulados igual que los del suministro eléctrico. 

Precisamente, el exceso de conexiones a la red eléctrica provocaba constantes cortes de suministro, por lo que en el interior del recinto proliferaban las estufas de butano y la iluminación con velas.

La mayoría de los ocupas de la nave se dedicaban a la recogida de chatarra

Los entre 150 y 200 ocupas que se agolpaban en el interior del recinto industrial estaban organizados de forma bien estructurada. La mayoría de los que llegaron al Gorg procedían del gran desalojo de naves en el barrio de Poblenou de Barcelona el año 2013. 

Los subsaharianos, especialmente procedentes de Senegal, Camerún y Nigeria, se dedicaban a la recogida de chatarra, pero en el colectivo se infiltraron también delincuentes que traficaban con droga y cometían actos delictivos, según explican algunos vecinos. “Si te pedían un cigarrillo y no se lo dabas te escupían y te corrían”, relató Mauricio, un vecino de la calle Tortosa que denunció robos y amenazas.

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La planta baja de la nave se utilizaba como almacén de los productos que los ocupantes encontraban por la calle y había una especie de supermercado e incluso un bar donde algunas noches , según testimonios, organizaban fiestas “hasta altas horas de la madrugada”. 

En los pisos superiores, cada uno de los ocupas se había construido su propio habitáculo. Haziz, marroquí de 34 años, explicaba que “pude construir mi cuarto de madera” en el que guardaba sus pertenencias y su último tesoro: “Una tele que acababa de comprar trabajando de paleta”. Pero esta era la excepción. 

La mayoría de los inquilinos dormían sobre colchones separados por cartones y telas. Los había en todos los rincones de las plantas superiores, incluso en la azotea. “Un polvorín que ya advertimos que estallaría”, dicen los vecinos.

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