Al haberse enquistado en la Barcelona amurallada la carencia de grandes espacios no solo dedicados al ocio y
el espectáculo, sino también una falta de tradición social, quedó justificado el empleo del coso taurino para otros
fines.
El Torín ya puso de manifiesto sus bondades en este
terreno. Baste mentar el haberse especializado como punto de despegue de globos aerostáticos.
La falta de espacios grandes acabó por consagrar este coso y así poder ofrecer ciertos espectáculos
El hecho de ofrecer un gran aforo en el que el público no solo tomaba un cómodo asiento, sino también disfrutaba de un buen lugar de observación al estar elevado sobre una pista en la que iba a suceder todo, superaba con creces las ofertas del campo abierto.
Al ser inaugurada en 1900
la plaza de las Arenes, pronto desplazó a la de la Barceloneta; que el aforo fuera superior permitía mejorar las mayores expectativas de negocio.
Cuando entró en juego la Monumental, nombre justificado por el número de asientos, en aquel momento el mayor de España y solo superado poco después por las Ventas de la capital, las Arenes acabó mayormente dedicada a otros espectáculos.
Ya a primeros de siglo y fuera de la temporada, las Arenes no dudó en acoger toda suerte de ofertas, como teatrales y circenses de categoría notable. Pronto se reveló como el inmejorable recinto para celebrar actos de otro signo bien distinto, como por ejemplo el político; los mítines se enriquecían allí con una atmósfera de lo más intensa obtenida por una multitud enardecida ante oratorias vibrantes.
El espectáculo musical brindado por los cada vez más numerosos Cors de Clavé supo aprovechar también las cualidades que a todas luces ofrecía la novedosa Arenes. En el centro de la plaza aparece aquí el coro prieto, conjuntado y dispuesto para ofrecer lo mejor de su arte vocal, estimulado por un público rendido que llena el aforo; se trata de los grupos venidos de toda Catalunya, pues Josep Anselm Clavé se reveló como un seductor de masas proletarias que salvaba del triste destino tabernario.
La calidad musical evidenció sus límites, y de ahí que se fundara el Orfeó Català, nombre que proclamaba el objetivo y de ahí también que lograra poner en pie un Palau como templo del canto: fue el primer auditorio de España.