Un magnífico artículo de Ramon Suñé puso el dedo en una de las llagas que atormenta a Barcelona y que cíclicamente entristece a la mayoría de sus ciudadanos. “La Barcelona deslucida” era su titular y reflejaba la (poca) intensidad que la iluminación pública proyecta sobre las calles y monumentos de la ciudad. Una realidad que no necesita de ningún tipo de amplificación para que el ciudadano entienda que el nivel de iluminación no solo es bajo sino que además es inapropiado.
El artículo publicado recordaba que entre los días 7 y 9 de febrero, Barcelona acogerá la celebración de una nueva edición del festival de la iluminación artística, Llum BCN. Sería sensacional que ese certamen significase un presagio de cambio en la manera de gestionar la ciudad, porque desgraciadamente el tono lumínico en la calle es de una pobreza contagiosa.
Barcelona lleva muchos años con la lacra de la mala iluminación de sus calles
La ciudad lleva muchos años con esa lacra. Los rasgos de una sostenibilidad mal entendida han dañado mucho a la capital catalana. La iluminación es un ejemplo. Hoy en día, gozar de un sistema lumínico del que sentirse orgulloso es compatible con consumos bajos. Solo es necesario que exista la voluntad política para cambiarle el aspecto a la ciudad.
Esa situación, la de una ciudad rebosante de luz, donde calles y monumentos refuljan con vida propia, no solo sería interesante desde el punto de vista estético. También sería recomendable pensando en su seguridad. Las candilejas no solo son la norma lumínica en el extrarradio, sino que el puro centro también evidencia un resplandor de posguerra, algo que no ayuda a la obtención de un nivel de seguridad como el que necesita la ciudad.
Evidentemente, los principales motivos de que la inseguridad campe a sus anchas por las calles no hay que atribuirla al bajo tono de la iluminación pública, pero sin duda ese aspecto colabora decididamente. En cualquier caso, el Ayuntamiento no debería solo tomar nota de mejorar la iluminación por cuestiones de seguridad. La estética importa, permite que la ciudad luzca mejor, que sea un aliciente renovado para los locales, para los turistas y para el estado de ánimo global de las personas.
Llevamos demasiado tiempo con diversos sinsabores en esta ciudad, y ha llegado la hora de tratar de quitarnos pesos de encima. Y que aquellos que viven obsesionados con los males que aporta la contaminación lumínica piensen en cambio en las bondades que un poco de alegría puede aportar. A la espera de otras buenas noticias, quizás los barceloneses, esos que nos hemos convertido en los españoles que más impuestos pagamos y los que tenemos que soportar los precios más altos del país en la mayor parte de servicios, merezcamos transitar por la noche sin tener que usar un sofisticado elemento de visión nocturna, como si de agentes secretos se tratase.