Loading...

Notre Dame

Pese a intentar acabar con la polémica de Notre Dame, el asunto, según los bien informados, aún colea. Son muchos los que explican la ausencia de los Reyes de España en la reinauguración de la catedral francesa por un asunto de celos. Pedro Sánchez, el más guapo y más alto de la clase, no acepta que el llamado pueblo prefiera al rey Felipe, pero la simpatía no se logra mediante decretos ley. Un ejemplo fueron los paraguazos o bastonazos valencianos que devolvieron a la realidad al presidente del Gobierno español, acostumbrado a su grupo de palmeros, al frente de los cuales se encuentra la vicepresidenta primera, María Jesús Montero. Esta mujer le pone mucho entusiasmo aparente a sus aplausos, pero no sabe aplaudir. Resulta incomprensible que una mujer nacida en Sevilla, concretamente en el barrio de Triana, no sepa aplaudir.

Creo que Europa necesita de actos como el de Notre Dame. Actos que unan y simbolicen esa unión. Actos que solo saben ya organizar el Vaticano y la casa real inglesa. Pese a que el expresidente francés François Hollande se abrigaba con la bufanda de su club de rugby favorito, todo comenzó bien. Las campanas del templo sonaban nuevamente, la gárgola que algunos parisinos creían que representaba al diablo seguía en su sitio y el arzobispo de París, Laurent Ulrich, se dirigía a una de las puertas de Notre Dame con un báculo muy singular hecho con madera rescatada del incendio. El arzobispo golpeó tres veces la puerta cerrada de Notre Dame y repitió la ceremonia dos veces más. Parece inevitable no pensar en Quasimodo, esa criatura deforme imaginada por el novelista Víctor Hugo, cuando suenan las campanas del templo.

Europa necesita actos como el de París, actos que unan y simbolicen esa unión

Ya en el interior del templo, el singular báculo del arzobispo de París y el color del uniforme de los componentes jóvenes del coro a todos nos recordaron a Harry Potter. También el diseño de las casullas de los sacerdotes contribuyó a que el acto perdiera solemnidad. Y más que las casullas fueron las albas, demasiado cortas. Cuando a un sacerdote, vestido con los paramentos litúrgicos para celebrar misa, se le ve el pantalón, pierde buena parte de su prestancia. Ese problema lo tiene el papa Francisco. Casi siempre va enseñando el pantalón, algo que sin duda debía contrariar mucho a su hermana. Estas cosas ceremoniales, Benedicto XVI lo sabía, no admiten determinados errores. La solemnidad que el acto requería la recuperó el arzobispo parisino cuando ungió el altar de Notre Dame con aceite español perfumado, leche, mantequilla derretida y otras substancias.

En la gran misa de consagración de la catedral de Notre Dame participaron unos 140 obispos 

LV

El mayor problema de la ceremonia de Notre Dame fue el inefable Donald Trump, ese artista de la mueca. Abulta tanto que es imposible que pase inadvertido. Aunque quizá eso es positivo. Él es uno de los que mejor personifica nuestro momento actual, grosero, violento y sin contemplaciones. Ulrich, el arzobispo de París, pidió que las personas no se dejaran deslumbrar por la belleza de las piedras, pero eso es imposible. En esas piedras está la historia de Europa.

Lee también