La turismofobia, la masificación y el hartazgo marcan las fiestas de Gràcia de Barcelona
Tradiciones
La crisis de las entidades de cultura popular también enturbia el jolgorio
La turismofobia, la crisis de las entidades de cultura popular y el hartazgo vecinal están desatando la tensión en las fiestas del barrio de la Vila de Gràcia. Nunca en muchos lustros el ambiente estuvo más enrarecido.
Un muñeco ahorcado junto a la palabra turista deletreada, como en el tradicional juego. “Turista, escupimos en tu cerveza”. “Defiende la cultura popular, ataca al turista”. Son algunas de las pintadas que estos días aparecieron en la paredes. Hace años que pintarrajos de este palo habitualmente con una caligrafía sospechosamente parecida aparecen por estas fechas. Pero este agosto se antojan especialmente agresivos.
Además, si bien alguna fiesta alternativa dejó claro que los turistas tenían vetada la entrada, alguna barra más convencional llegó a colgar un cartel para decir que los turistas no son allí bienvenidos. Si acaso la mayor parte de los visitantes no fueran caucasianos de países más adinerados, ante esta proliferación de pintadas, algún colectivo de defensa de los derechos humanos ya habría tildado la campaña de delito de odio.
La crisis de las entidades de cultura popular también está marcando la última edición de las fiestas de Gràcia, de las que en verdad vienen a ser las fiestas mayores de verano de Barcelona. La inesperada suspensión de la mayor parte de los actos de esta clase tiene frustrada a un mucha gente de la ciudad que entiende que las celebraciones tradicionales son mucho más que una excusa para emborracharse, que piensa que estos saraos son también un modo de preservar un carácter local que la globalización pone en peligro, que siente que de este modo los escenarios de su infancia se terminarán de transformar en los de un parque temático.
Así que las calles y plazas de la Vila de Gràcia muestran estos días un ecosistema un tanto inédito, una versión exagerada de lo fraguado los últimos años, un adelanto lisérgico, desproporcionado y deformado de las tendencias de esta ciudad. Lo que ocurre aquí estos días no es un reflejo de lo que está pasando en el resto de Barcelona, en todo caso una advertencia de cara a un futuro muy próximo.
Los guiris, siempre inasequibles a todo desaliento, continúan alimentando las cajas registradoras de las barras dispuestas para la ocasión. Algunas de las engalanadas calles tratan de paliar la masificación con ingenio, abriendo un camino para quienes tengan muchas ganas de hacer fotografías y otro para quienes caminen más deprisa. De todas formas el bullicio y tanto ir y venir resulta más agobiante luego de caer la noche.
Algunas fiestas alternativas y barras hacen saber a los guiris que no son bienvenidos
Tanta asistencia está atrayendo estas jornadas a más artistas callejeros en busca de unas cuantas monedas que en ediciones anteriores. Un anónimo rapero micrófono en mano brinda sus rimas a todos los transeúntes, una banda de percusionistas realiza pequeños conciertos esquina tras esquina, un payaso trata de arrancar unas cuantas sonrisas...
La verdad es que sin las muestras de cultura popular todo esto se parece un poco más a un gran botellón. Afortunadamente las bestias siguen haciendo las delicias de los niños. Las familias aún tiene su espacio en estas fiestas. Y los tambores de siempre nunca sonaron tan reivindicativos. De repente, unos cuantos gigantes pasan por Travessera de Gràcia con una expresión amarga. También se dejan ver los castellers...
Los tenientes de alcalde Laia Bonet y Albert Batlle fueron abucheados con profusión. Muchos los responsabilizan del desaguisado. Que los políticos se lleven unos cuantos reproches ciudadanos forma parte de la tradición de estas fiestas. Se trata en verdad de una suerte de advertencia de cara al inicio del curso político que se repite verano tras verano, para que las autoridades no se confíen después de sus vacaciones, pero...
De manera que este año, de un modo muy precavido, el alcalde Jaume Collboni no avisó a los medios de comunicación de que visitaría las fiestas del barrio, y luego el Ayuntamiento remitió numerosas fotografías la mar de bucólicas del alcalde socialista botella de agua mineral en mano entre muchos vecinos muy sonrientes.
No, estas instantáneas no reflejan de ningún modo el creciente hartazgo vecinal de estas latitudes. Aquí en el barrio también abundan los residentes que sencillamente están hasta las narices de verse obligados a convivir con el jolgorio desde hace mucho. Y últimamente un poco más. Es la gente que si tiene la oportunidad se marcha de casa una semana.
Vecinos de las fincas que quedan frente a las obras del mercado municipal de la Abaceria lamentan que el Ayuntamiento ubicó cinco retretes portátiles junto a su portal, que el olor a desinfectante se cuela en las viviendas de las plantas más bajas, que estos retretes son el complemento perfecto al banco que ya estaba ahí al lado para que el lugar se convierta durante toda la noche en un improvisado y animado punto de reunión. “No te dejan dormir, como siempre, como todos los años... al menos este año no me despertaron los trabucaires, algo es algo”.
Y vecinos de las plaza Revolució dejaron claro que ya están cansados de que la juerga se alargue bajo sus balcones que a las cuatro de la madrugada aún sufrían algo más de 70 decibelios, y a las cinco algo menos.