Ámsterdam, la ciudad de los canales, las bicicletas por doquier, la de Ana Frank, los tulipanes con primaveras stendhalianas y los espectaculares museos, vive desde hace una década también con el complicado reverso de morir de éxito. El turismo desaforado en la capital de Países Bajos dificulta a sus ciudadanos vivir tranquilos. Ante la situación, el Ayuntamiento ha aplicado una serie de medidas, pero al igual que le ha ocurrido a otras localidades en el mundo, parece aún no tocar la tecla correcta.
La ciudad ha ido implementando acciones en los últimos años, como aumentar la recaudación ante el elevado número de visitantes de la capital. El año pasado superó el récord de las 22,1 millones de pernoctaciones (9,4 millones turistas que pasaron al menos una noche), una cifra que se ha duplicado en apenas cinco años. Desde 2018 aplica una tasa turística, pero desde este año el impuesto ha aumentado y ahora mismo es del 12,5%, la más alta de Europa, y las empresas que organizan cruceros deben cobrar 14 euros por pasajero. La medida se suma a otras como el veto a la apertura de nuevos hoteles en el centro —se estudia ampliarlo más allá de estos barrios— o acotar los pisos turísticos, para, en parte, paliar la acuciante crisis de vivienda. Porque esta es la cara B. Los inquilinos de las casas sin cortinas delante del canal, que viven habituados a miradas indiscretas de los turistas, también se marchan, hartos de las dificultades de residir en una ciudad masificada y con precios al alza. “Queremos que la ciudad sea y se mantenga habitable para sus residentes y visitantes”, explicó el Ayuntamiento en un comunicado.
Los inquilinos de las casas de delante del canal se marchan hartos de los precios y de la masificación
A ello se añade a la prohibición de fumar cannabis fuera de los locales habilitados, la limitación de la llegada de cruceros, adelantar el horario de los locales del Barrio Rojo. Incluso se retiró el famoso letrero “I Amsterdam” de una plaza cercana al Rijkmuseum debido a la alta concentración de turistas que se reunían allí para sacarse fotos ya en 2018, cuando el turismo no paraba de crecer y se empezaron a lanzar campañas publicitarias advirtiendo a los turistas incívicos.
Más recientemente se desató la polémica, con una nueva campaña contra el turismo de borrachera y drogas. El Ayuntamiento la publicó primero para los británicos de entre 18 y 35 años que sobre todo van a la ciudad para celebrar despedidas de soltero y que buscan fiesta con alcohol y drogas. Les advertía de las importantes multas a la que se podían ver expuestos si no se cumplían las normas. El éxito de la campaña no fue el esperado, no se ha traducido en una reducción de este tipo de turismo, por lo que ahora se ha añadido otra en que pregunta a los turistas que si lo que buscan es drogas o alcohol, en lugar de flores o stroopwafel (los gofres de caramelo), quizás Ámsterdam no sea para ellos.