Picasso

El coleccionista Jaume Maymó edita periódicamente un boletín en el que ofrece gratuitamente entrevistas, crónicas y testimonios de un pasado reciente publicadas en diarios y revistas. Gracias a ese boletín, sus amigos saben más cosas del poeta Joan Brossa, del pintor Joan Miró y de Eugenio Arias, que fue barbero y fiel amigo del pintor Picasso. Yo conocí a Jaume Maymó en aquellos arroces que todos los jueves nos ofrecía generosamente Ramón en su restaurante, ya desaparecido. Algunos de los habituales eran Brossa, Jesús Julve, conocido como el mago Hausson, o el fotógrafo Francesc Català-Roca.

En todo esto pensaba hace unas semanas mientras paseaba por Málaga, ciudad que su alcalde y el actor Antonio Banderas han sabido poner de moda. O sea, que recorriendo la plaza de la Merced y mirando la fachada del edificio en cuya primera planta vivió Picasso sus dos primeros años de vida me daba cuenta de que Málaga, además de su pescaíto frito, ahora ofrece cultura al visitante. O, como mínimo, museos, porque además del museo Picasso, también han aterrizado en la ciudad el museo Carmen Thyssen, el Centro Pompidou y la Colección del Museo Ruso de San Petersburgo.

Málaga, además de su ‘pescaíto’ frito, ahora ofrece cultura al visitante. O, como mínimo, museos

Fue, pues, durante ese paseo cuando recordé el penúltimo boletín de Jaume Maymó en el que aparece un artículo, fechado el 15 de noviembre de 1987 y firmado por los galeristas Miquel y Joan Gaspar, publicado precisamente en este diario. El título del artículo es Los Gaspares y en el mismo sus autores hablan de la entrevista con Picasso que les preparó su amigo Jaume Sabartés. Cuentan los Gaspares que el encuentro con el pintor malagueño tuvo lugar en Cannes y en el mismo les demostró que su amor por Barcelona era inmenso. Así lo escribieron en su día los autores del artículo, en el que se destaca que cuando Sabartés le comentó a Picasso su intención de donar su colección particular a Málaga, el pintor le respondió rotundamente que no. Parece que dijo: “En Málaga nunca me han hecho caso”.

El año 2005, Maya Ruiz Picasso, una de las hijas del pintor, dijo, refiriéndose a Málaga, que “ como el galope de un pura sangre he oído resonar estas tres sílabas toda mi vida”. Y también es cierto que, pese a que solo vivió dos años en Málaga, en algunos de sus escritos el pintor habla con pasión de los olores y sabores malagueños. Habla de las roscas de vino y miel, de boquerones y chanquetes, de una caja de pasas llena de toreros, de un olor de sardinas que en la playa bailaban la danza del fuego, de caracolas de bizcocho y churro malagueño, del borrachuelo hecho con aguardiente, anís y azúcar, etcétera. Creo que Picasso estaría satisfecho de su omnipresencia en la Málaga actual.

Yo celebro mucho que en Málaga se haya apostado por la cultura, pero buena parte de esa cultura aún se puede disfrutar tomando un vermut tradicional en el mercado de A tarazanas, en los espetos de sardinas a la brasa que preparan en el barrio marinero de Pedregalejo o en esas puntillitas y ese ajoblanco que sirven en la bodega el Pimpi.

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