Son, sin apenas pretenderlo, los guardianes de buena parte de la biodiversidad del parque natural de Collserola. Una veintena de payeses, ganaderos, pastores y apicultores –con diferentes proyectos vitales y empresariales– se han convertido en los últimos años en figuras esenciales para la preservación de la fauna y flora, y del mosaico agroforestal de la sierra. Y no siempre es fácil, porque trabajan en un parque natural muy humanizado (repartido entre los términos municipales de Barcelona, Montcada i Reixac, Cerdanyola del Vallès, Sant Cugat del Vallès, El Papiol, Molins de Rei, Sant Feliu de Llobregat, Sant Just Desvern i Esplugues de Llobregat) y con amenazas constantes como la presión urbanística o plagas como el jabalí o la avispa asiática.
De ahí que el Consorci del Parc de Collserola lleve tiempo trabajando en esta gestión que ha cristalizado con el nuevo Plan Especial de Protección del Medio Natural y del Paisaje del Parque Natural de la Sierra de Collserola (PEPNat), redactado y tramitado por el Área Metropolitana de Barcelona y aprobado por la Generalitat. Con el plan, se impulsa el sector primario y se conserva el mosaico agroforestal, destaca Joan Vilamú, jefe del servicio de Medio Ambiente Natural y Territorio del Consorci.
Estas explotaciones contribuyen también a reducir el riesgo de incendios forestales en la sierra metropolitana
Vilamú dice que “hay que cuidar a los agricultores y ganaderos del parque porque, además de mantener la superficie agrícola y el extenso patrimonio construido, mejoran la biodiversidad (crían pequeños mamíferos como los tejones o pájaros como el abejaruco), reducen los efectos del cambio climático, ayudan a la prevención de incendios forestales, son la despensa del área metropolitana de Barcelona, fomentan la economía verde y generan valor”.
Con una dotación de 200.000 euros anuales, el consorcio ha impulsado varios programas, como Alimentem Collserola (45.000 € anuales para el período 2021-24) o los 75.000 euros para el Contrato Agrario de Collserola en el 2022.
Una especie invasora sin depredadores naturales
La avispa asiática se instaló en Collserola en el 2017 y, desde entonces, la administración ha topado contra un muro en su erradicación, ya que es una plaga muy agresiva, sin depredadores naturales, que ha colonizado tres cuartas partes del parque. “Hace cinco años, había pocos nidos y su diámetro era de unos 40 centímetros, pero ahora pueden llegar a un metro y su crecimiento es exponencial; de cada nido saldrán 50 reinas y, por lo tanto, 50 nidos”, advierte el apicultor Éric Barbero, director de Melvida. “Estamos en una situación de crisis real: la avispa tiene atemorizada a la abeja autóctona, la acosa y no sale del panal, está en modo supervivencia”, lamenta. Barbero ha sacrificado la recolecta de miel del otoño para que sus abejas tengan alimento. El peligro no se ciñe solo a las melíferas, sino que esta avispa (de gran tamaño) necesita proteína constante y ataca a otros polinizadores e insectos, como pueden ser “gusanos –que luego serán mariposas–, saltamontes e, incluso, hormigas para alimentarse”, relata, preocupado, Barbero. “Si estas colonias se van haciendo cada día más fuertes en Collserola, acabarán dañando la biodiversidad, ya que sin polinizadores, no hay vida”, alerta. Esta especie invasora daña la producción de uva porque mancha el fruto. Se han probado varios métodos para eliminarla. Uno de los más eficaces se pudo comprobar la semana pasada: la aplicación de un explosivo que revienta el nido, a cargo de Carlos Blanco, el único técnico autorizado en Catalunya para actuar con pirotecnia. Blanco y Barbero reclaman “inversión en investigación para que los científicos trabajen para aislar las feromonas de las avispas asiáticas hembras, en el laboratorio.
Collserola ofrece desde agricultura de montaña, dada su orografía escarpada, a huerta, cereales, frutales, viña, apicultura, pastoreo de cabras y ovejas (por lo tanto, carne y limpieza de sotobosque), cría de caballos, burros. Incluso se cultivan unas sorprendentes mandarinas en la masía de Can Carlets de Barcelona, gracias al microclima de la zona. Son agricultores jóvenes, de entre 30 y 40 años, y muchos se han cooperativizado y defienden proyectos de soberanía alimentaria, a pesar de las dificultades del entorno, como el ataque de los jabalíes o los visitantes incívicos.
Junto a la Fundació Miquel Agustí, se ha recuperado un tomate autóctono, el mandó de Collserola, grande y carnoso, que plantan y venden diferentes agricultores del parque, como los de La Rural. Esta cooperativa, creada en el 2014 en Valldoreix, formada por una quincena de socios y voluntarios, que gestionan 2,5 hectáreas de regadío (cultivo ecológico, principalmente de verduras de hoja), más media hectárea de planta aromática en La Rierada, en Molins de Rei, junto con tres apiarios que cuida el abejero (lo prefieren a apicultor) Éric Barbero, fundador del proyecto Melvida, la única miel certificada de Collserola. Barbero tiene 150 colmenas de abeja negra autóctona repartidas por el parque natural y las cuida como si fuesen sus hijas: “Hay una reina por colmena y pone 2.000 huevos al día. Son las mejores polinizadoras, con una efectividad del 95%. Si hay abejas, hay flores y vida”. Obtiene miel, polen o própolis, y acaba de ser premiado en el Gastronomic Forum por la innovación del Xocomel, elaborado con cacao puro, miel y aceite de oliva.
Plagas como el jabalí o la avispa asiática se suman a la presión urbanística en la lista de enemigos
En La Rural tienen gallinas ponedoras y un rebaño de cabras para autoconsumo. Alfred March y Ana Pol son fundadores de este proyecto que se sustenta sobre l’Ateneu Rural, un programa educativo, formativo y divulgativo de los valores de la agroecología, la gestión de la masía de Can Ferriol, en Sant Feliu, y la venta agraria. “Desde el 2016, ofrecemos formación en crecimiento personal para adultos y empresas, así como el juego y el ocio vivencial al aire libre para escolares”, destaca March. Venden sus cestas ecológicas en la agrotienda de la Floresta y en mercados de Sant Cugat, y las distribuyen en comedores escolares. “Alimentamos a 300 familias a la semana con 52 cultivos al año, de los cuales hay 18 simultáneos”, detallan. “Los payeses somos esenciales en Collserola porque mejoramos el ecosistema, acercamos productos de proximidad a ciudades vecinas y perseveramos en un oficio esencial, aunque con dificultades en un entorno periurbano”.
March lamenta que la legislación actual no ayude a este tipo de agricultura, que por la orografía de la sierra está fragmentada en diferentes espacios. “Y no recibimos ayudas de la Política Agraria Común”, ejemplifica. También lamenta “la intolerancia de algunos vecinos de la Floresta, que se quejan por el ruido del tractor” y los destrozos del jabalí.