Tres mil noches sin Antonio Vega

Tres mil noches sin Antonio Vega

Diez años, más de tres mil noches de ausencia de Antonio Vega no nos han hecho olvidarnos de él. Son culpables ese puñado de canciones fundidas en material extraño: frágiles pero irrompibles. Disponía el músico de mucho talento al componer como lo hacía y gusto al colocar una voz apenas audible entre unos versos muchas veces elusivos que cambian de significado casi en cada escucha. Canciones como caleidoscopios. Uno era convocado a escuchar una canción de Antonio Vega. En ese encuentro no había lugar para la causalidad. Subías la escalera de la casa encantada, abrías la puerta de su habitación, luminosa, privada y muy particular, y sólo tratabas de no romper nada porque cada objeto allí tenía un sentido misterioso. Lapicero, guitarra y compás. Te sentabas en el suelo, sobre una alfombra y veías al músico sacar del aire aquellas canciones. Laboratorio de mago esa habitación en la que se convocaban miedos, placeres, perezas y terrores así como todos los intentos de mantenerlos a raya con armas sin épica, resistencia doméstica, placebo nostálgico de refugio a veces pagado al dealer de turno, a veces gratis, en el propio mundo interior de Vega, su propia armonía de niño alienígena. Un universo sociópata a refugio del otro mundo, el infierno que somos los demás, esa máquina de matar anomalías, rarezas y gente no eficaz aunque la física sea un placer, siempre corre uno con un monstruo detrás y hoy, precisamente, en el día menos indicado, diste en el blanco: con dos flechas tres dianas para ser exactos. Todas esto son trozos de canciones suyas porque lo suyo era magia con precisión aunque uno se pregunta si no deberíamos aprender a dormirnos sin canciones como éstas en la mesilla de noche. Pastillas efervescentes que dejar caer en un vaso de agua para aliviar síntomas del resfriado y la congestión de la soledad.

La fascinación por algunas de las canciones de Antonio Vega van también parejas con las ganas de subirle el volumen del amplificador, de zarandearle y despeinarle, de ponerle una banda detrás, quitarle de encima la mediocridad autocomplaciente, esa onda de niño consentido y enfermizo que tiene a todo el mundo dispuesto a perdonar faltas de higiene, puntualidad cuando no de asistencia. Y es que Antonio Vega no llegó nunca del todo. No tuvo las suficientes fuerzas como para hacer un disco completo. Vidas de santos, vidas de artistas niños. Funambulistas del hambre, encontrados fríos en callejones y porterías, toda esa pestilente belleza del artista atormentado. No fue éste el destino de Antonio Vega. Murió ya adulto, de deterioro y si le echamos de menos es porque fue un artista sin recambio que dejaba entreabierta la puerta de su habitación. Aterrador el ruido de los relojes allí dentro pero, a pesar de ello, conseguimos escuchar su voz entre otras mil, un puñado de canciones en un vaso de agua.

Etiquetas
Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...