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Amores dudosos

Aún no me he recuperado del impacto que me produjeron las declaraciones públicas de amor de un político y un novelista. Cuánto amor. Según cantaba Rocío Jurado, la de Chipiona, el amor se puede romper de tanto usarlo, expresión que parece más apropiada para hablar de un colchón que de Romeo y Julieta, pero quién sabe. El amor o lo que solemos llamar amor, inventado, según algunos intelectuales, por Petrarca, es trabajo que ha de practicarse lenta y privadamente porque cuando se airea aparece San Valentín, que es otra cosa, es decir, un negocio más. Y da igual que sea verdad lo que de él se cuenta. Ya saben: el sacerdote Valentín ridiculizó un decreto del emperador Marco Aurelio Claudio, llamado el Gótico, en el que este afirmaba que los hombres solteros eran mejores soldados que los casados. Y ahí comenzaron los problemas para Valentín.

Que Oriol Junqueras, a quien sólo le traiciona o delata su sonrisa, dijera hace unos días ante los miembros del Tribunal Supremo que él amaba a España, lo entiendo. Me consta que entre algunos portadores del lazo amarillo hubo varios intentos de suicidio al escuchar esa declaración de amor, pero yo la entendí. Entendí el sarcasmo o la provocación disfrazados de amor. Si estás en la cárcel lo que quieres es abandonarla lo antes posible y para lograrlo todo sirve. Incluso celebrar a Quevedo, que cojeaba y no soportaba a los catalanes. Lo de Quevedo, que quede claro, es de mi propia cosecha. O sea, que no creo que Junqueras ame a la España que él llama España. Lo digo porque muchos han olvidado que Catalunya sigue siendo aún España. Más que una declaración pública de amor, lo que hizo Junqueras fue utilizar un recurso cristiano que busca la palma del martirio, pero con final feliz. Nada que ver, pues, con el pobre Valentín. Ni decapitado, ni crucificado, ni asado en la parrilla, ni destrozado por los leones.

Junqueras sabe que la jerarquía de la Iglesia católica está muy necesitada de políticos que manifiesten públicamente su condición de católicos. Y por eso siembra. Actúa y siembra. Sólo le perjudican su sonrisa y el Fugitivo. Y, por supuesto, Quim Torra, que cada día tiene más presencia de abadesa aparentemente atrevida.

El otro hombre enamorado o así es Juan Manuel de Prada, quien, promocionando su nuevo libro, dijo que él ama a Catalunya. Lo que dijo fue “Amo a Catalunya y a su cultura”, pero da igual porque se le entendió todo. Como buen escritor, lo que quiere es vender muchos libros. Nunca imaginé que De Prada, a quien yo siempre asocio con la lentitud y con aquellas cinematográficas lágrimas en la lluvia, amanecería un día afirmando que él ama a Catalunya. Esta declaración pública de amor me obligó a sonreír mucho más que cuando escuché la de Junqueras.

Nada es casual. Mientras escribo esta columna leo que acaba de morir el marinero George Mendonsa, que en Times Square besó con pasión aparente a la enfermera Greta Friedman. Lo que reflejaba esa fotografía tan conocida tampoco fue amor.

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