Los captadores de clientes de los clubs ilegales de cannabis del Barri Gòtic se apostan en la Rambla, junto a la calles Canuda, Portaferrisa, Ferran... “ Coffee shop, amigos”, dicen a toda la gente que sube y baja. “ Cannabis club”. Día y noche. “Marihuana, hachís... ¿Algo especial?”. Con mucha alegría. Y también pululan por Escudellers, Avinyó, Lleona, Tres Llits, Nou de Sant Francesc, Ample... Son decenas. “Vamos, amigos”, proclaman entre sonrisas, abriendo los brazos, con mucho desparpajo.
Son muy habituales y conocidos en el vecindario el Guapo y el de las rastas, el Gordo y el Cortado, el del patinete y otro que sobre sus patines acostumbra a dar vueltas muy dicharachero en torno a las guiris veinteañeras... Pero, a pesar de sus aires de repartidores de descuentos de copas en discotecas, no son más que narcotraficantes de siempre muy espabilados. El del gorro es conocido por su agresividad, los de Lleona también ofrecen cocaína, speed y MDMA, hasta hace poco el italiano hacía horas extras regentado el narcopiso que montó en una vivienda del Museu de Cera.
A pesar de sus aires de promotores de fiestas, también menudean cocaína
Vecinas del Gòtic iniciaron una cruzada contra estos delincuentes. Son ellas quienes los fichan en las redes sociales. Los buscan y esperan a que seduzcan a un grupo de turistas. Los fotografían conduciendo a los visitantes de la ciudad a un club de cannabis clandestino y luego lo cuelgan todo en internet. Al menos así los incomodan, les recuerdan que n o pueden hacer lo que les dé la gana. “Te pones delante con el teléfono y mientras finges que estás grabando un mensaje de voz pues disparas la cámara a ráfagas... El problema es que ellos también
nos conocen, y que son gente peligrosa...”.
En principio, apuntan fuentes municipales, Barcelona suma unos 200 clubs de fumadores de cannabis que más o menos cumplen con la normativa vigente. Unos 30 están en Ciutat Vella. El número de clandestinos es muy voluble. Según la regulación del sector, estos clubs no pueden incitar de ningún modo al consumo de drogas ni llevar a cabo ningún tipo de promoción. Y, además, nadie puede hacerse socio al momento. Has de esperar dos semanas.
Hace pocos días, en las proximidades de un club ubicado en la calle Groc, una de estas mujeres tuvo que marcharse a toda velocidad ante las amenazas de los captadores...“Comenzamos a organizarnos hace más de un año”, explican. Entonces no eran más que los miembros de un grupo WhatsApp de progenitores preocupados por la aparición de jeringuillas abandonadas en las proximidades de los centros educativos. Así nació la plataforma vecinal Fem Gòtic. La cruzada contra los captadores empezó después.
Muchas webs informan en inglés sobre cómo conseguir marihuana en Barcelona
“El problema es que esta gente degrada el espacio público –detallan las vecinas–. Por su culpa cada vez vienen más turistas que se creen que en Barcelona pueden fumar toda la marihuana que quieran. Además, no paran de abrir negocios de semillas y pipas. Son negocios legales, pero contribuyen a dar a entender que Barcelona es la nueva Amsterdam. Caminado por Avinyó y Ample, en menos de 300 metros, cuentas una decena”.
Google muestra un montón de webs en inglés con información, consejos y advertencias sobre cómo conseguir marihuana en Barcelona. “De cara al mundo somos el barrio de los porros –se quejan en Fem Gòtic–... Ya teníamos suficiente con el turismo de borrachera. Y encima los captadores no tienen problemas en ofrecer drogas a los chavales del barrio. No queremos que estén todo el día incitando a nuestros hijos a drogarse. No queremos que se crucen con ellos”.
Sí, los captadores ofrecen sus servicios a todo el mundo, incluso a los periodistas de La Vanguardia. “¿Un club de cannabis? ¿Eso es legal?”. “Por supuesto –responde el Gordo, la mar de simpático, entre la Rambla y la calle Ferran–. Te haces socio en un momento y puedes comprar todo el hachís que quieras. Está a cinco minutos...”. “Qué guay”. “Sí, ahora no hay muchos abiertos porque no hay muchos turistas, pero en primavera abriremos más”.
La policía municipal detuvo a unos 150 captadores los dos últimos años
A los pocos pasos el Gordo se encuentra con un amigo, un hombre aún más orondo. “Mi amigo te llevará al club”. Al relevo no le hace gracia que hablemos en castellano. “¿Tienes tu identificación?”. “Pues no”. “Entonces no podemos hacerte socio”. “Tu amigo no me dijo que necesitara ningún documento”. “No pasa nada, espera un momento...”. A los pocos minutos aparece otro hombre. “Ve con él...”. Tras callejear un rato se mete la mano en el bolsillo y saca varias bolsas llenas de cogollos amarillentos. “Esto está seco como...”. “Es marihuana al limón ¡Muy buena!”. “¿Y cocaína tienes?”. “No, pero llamo a un amigo y...”.
Fuentes de la Guardia Urbana explican que ninguno de los pasos de este ritual es casual. La policía municipal detuvo a unos 150 captadores los dos últimos años. Pero estos arrestos apenas tuvieron consecuencias penales. “El captador comete un delito contra la salud pública –detallan las fuentes policiales–, pero el hecho de que nunca esté presente en el momento de la venta dificulta la consecución de pruebas y condenas. Además, los captadores prefieren buscar nuevos socios entre los turistas porque en caso de juicio los visitantes nunca vienen a testificar. Nos resulta más efectivo tratar de cerrar los negocios clandestinos”.
Gala Pin, la concejal de Ciutat Vella, explica que durante el año pasado y el anterior el Ayuntamiento cerró 73 clubs ilegales, y también otros seis que, aunque tenían los permisos en orden, recurrían a captadores. La mayor parte de estas operaciones se produjo en este lado de la ciudad. En algunos de estos clubs también se decomisaron dosis de cocaína, pastillas, speed... “No queremos que el Gòtic se convierta en un destino de turismo cannábico –asegura la edil del distrito–. Estamos empleando muchos recursos en impedirlo”.
Algunos ocupan unos bajos a las bravas, otros alquilan locales comerciales e incluso los decoran con esmero
Pero estos clubs ilegales abren cada dos por tres. Algunos de sus responsables simplemente ocupan unos bajos a las bravas. Otros alquilan locales comerciales e incluso los decoran con cierto esmero. Todo depende del dinero que creen que pueden ganar mientras que el Ayuntamiento cumplimenta los trámites administrativos necesarios para clausurar el tinglado. No son pocos los que, en ocasiones en cierta connivencia con los propietarios de los locales, aguardan unos meses tras el precinto y luego vuelven a abrir. Porque quienes administran estos tinglados de manera cotidiana, los que se ponen al otro lado del mostrador, no suelen ser quienes se reparten los beneficios.
“El problema es que las competencias municipales al respecto son básicamente urbanísticas y administrativas –termina la concejal Pin–, y estamos estudiando cómo podemos tener un mayor control de las cuestiones relacionadas con la salud pública”.