Tiana negray francesa
No es tarde pero al ser enero ya es de noche. Han bajado las temperaturas y en Tiana hace frío. Desde hace ya siete años se celebra un festival –Tiana Negra– dedicado a la novela negra escrita en catalán. Nació como tantas otras veces con hechuras de apuesta de dinamizadores de la cultura que quieren cambiar las cosas de las que se quejan. El lugar, la desgraciadamente desaparecida librería Catalonia. El envite lo lanzó Sebastià Bennasar y lo recogió la alcaldesa de Tiana, Esther Pujol. Bennasar –que deja ahora su comisariado– es una fuerza de la naturaleza, buen repartidor de cartas y méritos, tan entusiasta y tenaz como lo es Anna Maria Villalonga, la nueva comisaria. La alcaldesa cumple su segundo –y por decisión propia, último– mandato. Su iniciativa fue el modelo de los –según las últimas estadísticas– catorce festivales similares de toda Catalunya.
Entras en el casal de Tiana, sala Isaac Albéniz, y te dejas caer en cualquiera de las sillas. Se apagan las luces y es fácil sentirse como si te hubieras sentado en tu sillón favorito, afuera esté lloviendo, enciendas el flexo y cojas un libro que llevas a medias y que te mueres por seguir leyendo. Tiana Negra es un festival muy al modelo francés, compacto en actividades y horarios –día y medio–, con énfasis en las firmas de autores y mesas redondas. Familiar, cercano y entrañable que debe mucho al esfuerzo y la ilusión de personas –Jordi Fernando, M.ª Dolors Sàrries…–, asociaciones y editoriales –A lrevés, Meteora, Llibres del delicte–. La liturgia es divertida, naif y directa. Enseguida quieres ser uno de ellos. Esa sensación no se estropea cuando hablan las autoridades –inusualmente cercanas– y aumenta al recordar al añorado Agustí Vehí. Cuando llegan los autores en forma de vídeo de homenaje como es el caso de Teresa Jové o de forma presencial –Margarida Aritzeta, Francesc Puigpelat o Joan Carles Ventura– uno recuerda lo que tiene de refugio la literatura. Escribir es una vocación. Hay que bajar el volumen del ruido y la competición para recordar que un escritor es aquel que no puede dejar de escribir con independencia de cómo le vayan la cosas. En eso consiste lo vocacional. No hay nada que pudiera impedir que Jové, Puigpelat o Aritzeta siguieran escribiendo. A pesar de, en ocasiones, el desánimo, la zozobra o las obligaciones de la vida de civil, sean complicadas de gestionar. Hay escritores a los que se les ha castigado en no ser publicados y han seguido escribiendo. Hay escritores que no consiguen publicar y siguen escribiendo. Hay escritores que tienen lectores y otros que no. O que los tienen y los pierden. Hay escritores que se pierden en el éxito o en el fracaso, pero todos ellos siguen escribiendo. Si eres escritor, siempre sigues escribiendo. Hay algo imparable en esta vocación con plus de generosidad, algo que, a veces, olvidamos, más pendientes de las cifras que de las letras. Un libro siempre es un mensaje dentro de una botella. Y en ese mensaje siempre hay una necesidad de saber leer al que lo recibe, compartir extrañamiento y soledad. De hacerle grato ese momento en que enciende el flexo, afuera llueve y nada importa mucho que no sean aquellas frases en ese libro. Uno escribe y sigue escribiendo para ese preciso momento.