Orsini, la bomba que desató el terror en el Liceu
Hace 125 años
Un atentado dejó 20 muertos y más de una veintena de heridos durante el estreno de la ópera de Guillermo Tell, el 7 de noviembre de 1893
“Ni sabemos como empezar el relato del salvaje y miserable atentando de anoche: la magnitud del crimen; el cuadro que se presentó a nuestros ojos”, así empezaba la crónica publicada en La Vanguardia sobre uno de los atentados más atroces en la ciudad. Ocurrió hace 125 años, un 7 de noviembre, en uno de los iconos culturales de Barcelona: el Gran Teatre Liceu. Lo que tendría que ser una gran noche de estreno de la temporada de ópera acabó en una sangrienta pesadilla.
Era un día de mucha lluvia pero no impidió que la afluencia al Liceu fuese masiva. No había ninguna butaca libre para ver la ópera Guillermo Tell de Rossini. Tras el exitoso arranque, en el segundo acto, la música paró de golpe y dio paso a gritos y sollozos. Una bomba, que fue lanzada desde el quinto piso, explotó en la fila 13, cerca del pasillo central.
El balance fue 20 fallecidos y más de una veintena de heridos. La tragedia podría haber sido mayor porque las crónicas recogían que una segunda bomba cayó sobre la falda de una espectadora ya fallecida, la señora Cardellach -cuñada de un conocido procurador barcelonés-, lo que amortiguó el artefacto y no llegó a explotar. La bomba se encontraría más tarde debajo de una de las butacas de la fila 17.
Desde el primer momento los médicos que estaban en el teatro auxiliaron a las víctimas hasta la llegada de los médicos municipales. Las farmacias cercanas, como las del doctor Genové o la del señor Andreu, también se movilizaron para ayudar a los heridos. Algunas pinturas de Salvador Roses muestran la tragedia que se vivió en el salón de los espejos del Liceu y el exterior después del atentado.
Aquella noche el trajín de carruajes en la Rambla se intensificó. El gobernador civil acudió en cuanto tuvo noticia por teléfono de la catástrofe, así como el alcalde y varios sacerdotes. Tras la explosión la policía impidió la salida de los espectadores con el objetivo de detener al autor del atentado. Medios de la época recogen que incluso se llevó a cabo algún arresto aquella misma noche pero no sería hasta más tarde, en diciembre, cuando se detuvo al autor de atentado, el anarquista Santiago Salvador.
En aquella época Barcelona vivía momentos de cambio y también convulsos. Era la Barcelona que se abrió al mundo con la Exposición Internacional de 1888 y comportó algunas reformas, como la expansión de la red del alumbrado eléctrico, la pavimentación de las calles o el desarrollo del transporte público. “Es un momento que Barcelona está en efervescencia con la inauguración de cafés, de tiendas de lujos y el nacimiento de muchos teatros, como el Paral·lel,”, destaca Helena Escobar, archivera de la Fundació del Gran Teatre del Liceu.
La bomba del Liceu no se puede entender como un hecho aislado”
“Es una época de esplendor del modernismo y de la recuperación de la cultura catalana que va unida a una voluntad de más progreso”, explica Escobar. “El motor de este movimiento fue la burguesía, propietaria de las nuevas industrias, de las compañías empresariales y los bancos”, añade.
Pero aquella Barcelona, conocida también como la ciudad de las bombas, vivía momentos convulsos y la vida social estaba “fuertemente condicionada por la conflictiva relación” entre la burguesía nacida de la industrialización y “unas masas de trabajadores que tenían que hacer frente a unas condiciones de vida muy precarias”.
En este contexto se da la bomba del Liceu con un proletario revolucionario fuertemente influenciado en aquella época por las corrientes anarquistas italianas. “La bomba del Liceu no se puede entender como un hecho aislado porque forma parte de una serie de atentados que empiezan en septiembre de 1893 con el atentado contra el general Martínez Campos en la Gran Via, después el del Liceu en noviembre de ese año y en 1896 el de la calle Canvis Nous durante la procesión de Corpus Christi”, apunta Escobar.
La bomba iba dirigida contra la burguesía catalana que llenaba el teatro aunque el tipo de público que asistía entonces era bastante diverso. “Los palcos – que eran propiedad de cada familia- y la platea los ocupaban las grandes familias de la burguesía y la aristocracia local, y a media que la localidad se enfila hacia arriba la composición social cambia”, comenta la archivera de la Fundació del Gran Teatre del Liceu.
Así, en los pisos superiores estaban los aficionados a la música y miembros de la pequeña burguesía mientras que el quinto piso incluso alojaba a la clase trabajadora. “No obstante, el Liceu siempre se ha identificado con la burguesía y más allá de su función como sala de espectáculos también era un lugar de encuentro, de fiesta con bailes de máscara, y exhibición de riqueza donde se cerraban negocios y matrimonios”, recuerda Escobar.
El atentado caló profundamente en la sociedad barcelonesa tal como se pudo comprobar unos días después en el funeral del 9 de noviembre. “Las tiendas cerraron, las farolas de la Rambla se envolvieron con lazos negros, el paseo de la Rambla se llenó de arena para facilitar el paso de los caballos. Toda la ciudad estaba de duelo. De hecho, costó mucho que la gente, la burguesía, volviese al teatro y lo llenase”, relata Escobar.
Tras el atentado se suspendió la temporada de ópera y hasta enero no se reanudó la actividad artística con una serie de conciertos con Antoni Nicolau como director. No se volvió hacer ópera hasta la inauguración de la siguiente temporada y no fue en noviembre sino en diciembre.
El artefacto que utilizó en el atentado Santiago Salvador – que sería ejecutado a garrote vil- fue una bomba Orsini, llamada así por su creador Felice Orsini. Fue un revolucionario italiano que atentó contra Napoleón III en 1858 con este explosivo cuando precisamente el emperador asistía a la ópera de Guillermo Tell.
La bomba Orsini, un artefacto casero y símbolo del anarquismo
Este tipo de bomba se hacía de forma casera, se activaba por contacto y llamaba su atención por sus numerosas chimeneas. La bomba que no explotó en el Liceu ha generado su controversia. Durante un tiempo se creyó que era la que tenía el Museo de Història de Barcelona, hoy en día desactivada y expuesta en la Vil·la Joan era la del Liceu. No lo fue hasta que un artículo de Lluís Permanyer publicado en La Vanguardia en 1990 que desvelaba que el artefacto estaba en poder de la nieta del presidente del tribunal que condenó a muerte a Santiago Salvador. Incluso el Museo de la Policía de Ávila tiene una bomba Orsini y se ha reivindicado que también era la del Liceu. Un artefacto de este tipo también se puede ver en una escultura en la fachada de la Sagrada Família en la que un demonio entrega una Orsini a un obrero.
“La bomba del Liceu ha dejado una fuerte cicatriz en la mentalidad de los barceloneses. Es un hecho que continúa vivo en la sociedad”, concluye Escobar.