La lucha contra los narcopisos revitaliza la vida vecinal del Raval
La limitada respuesta de administraciones y asociaciones de siempre da pie a nuevas entidades
El pasado sábado montaron un calçotada, y mañana una fideuá. La crisis de los narcopisos está revitalizando la maltrecha vida vecinal del Raval. Ahora nadie falta a las reuniones de propietarios que se montan en los rellanos. La falta de respuesta de las administraciones públicas y de las asociaciones tradicionales está alimentando una nueva hornada de entidades ciudadanas. Aquí se encuentran vecinos de toda la vida, inmigrantes con lustros en el barrio, barceloneses recién llegados… La gente vuelve a saludarse por las calles, de repente saben quién vive en el piso de abajo. Ahora los trapos rojos del Raval también penden de las fachadas de Vallecas.
“Hasta hace poco a las reuniones de propietarios íbamos dos o tres, ahora vamos casi todos, cada dos por tres, incluso montamos reuniones de urgencia –explica A., el vicepresidente de una comunidad de propietarios que no quiere que se publique su dirección por miedo a que los narcos vengan a ocupar las viviendas vacías de su finca–. El otro día uno se preguntó en voz alta por qué no llamamos a Desokupa para echar a los narcos. En la finca tenemos ideas diferentes, pero lo hablamos todo. Al final acordamos poner una segunda puerta en el portal, y también una cámara de seguridad. Desde que intervine en la audiencia pública de Ciutat Vella me para gente por la calle. Antes todo el mundo iba sólo a lo suyo”.
A A. le llamamos A. porque en este barrio todos los que se enfrentan a los narcos prefieren guardar el anonimato. “Yo llegué al Raval en el 2000. Entonces los más mayores se acordaban de los tiempos en los que ellos mismos pintaban las zonas comunitarias, los críos entraban y salían de las casas, no tenían administrador porque entre todos se ocupaban de todo... Pero luego sus hijos se fueron del barrio, y ellos ya no podían subir tantas escaleras”. Y la crisis lo terminó de desmembrar todo. Muchos dejaron de pagar la comunidad, de repente nadie cambiaba la bombilla fundida de la escalera, los desahucios dejaron tras de sí un reguero de pisos vacíos...
“Los narcopisos son una cara de la especulación inmobiliaria. No importa que evites que los traficantes se instalen en tu finca si el resto del barrio continúa degradándose. Por ello también voy a las reuniones de Acció Raval. Mañana seré el pinche de la cocinera de la fideuá de la calle Vistalegre. Es que después de la última reunión unos cuantos nos tomamos unas cañas. Entonces nos conocimos. Y como ella es una vegetariana muy militante y yo soy vegano pues... Al final también me estoy metiendo en la organización de las fiestas del barrio de este verano”. El lema de la fideuá de mañana es El gentrificar se va a acabar.
“Antes a las reuniones de propietarios íbamos dos o tres, y ahora no falta nadie”
Acció Raval nació a finales del 2016, frente a un desahucio, charlando sobre lo sucio que estaba el barrio, sobre cómo de repente se abrían un montón de puntos de venta de droga. El término narcopiso aún no estaba acuñado. La primera iniciativa de Acció Raval tuvo lugar hace ahora un año. Una quincena de personas se manifestaron con una pancarta con la leyenda Traficants, foteu el camp. Los traficantes asomaban la cabeza y se desternillaban, recuerdan quienes pusieron en marcha esta entidad.
“Entonces las calles estaban muy apagadas –prosiguen los de Acció Raval, gente del barrio de toda la vida–. Hacía mucho que la vida asociativa del barrio había dejado de ser lo que fue. El Raval nunca fue como Sants, Gràcia, Sant Andreu... Aquí tuvieron mucha importancia los coros y los equipos de fútbol, pero la asociación de vecinos de siempre se lo comió todo... Sin embargo poco a poco la gente comenzó a hartarse de la degradación, a hablar con sus vecinos, a montar asambleas en sus en sus calles, en d’En Roig, Riereta, Picalquers, Reina Amàlia, Sant Gil... La gente perdió el miedo a los traficantes, y en el verano comenzaron las caceroladas”. Setenta noches, una tras otra. “Gracias al empuje de los vecinos los problemas del Raval están en la agenda de los políticos y de los medios de comunicación. El fin de semana pasado estuvimos en Madrid participando en unos debates con Madres contra la droga que montó la entidad Vallekas no se vende”.
“Yo llegué al Raval en el 2011 –dice L., una joven madre de un par de criaturas, una de las impulsoras de la asociación de vecinos de la calle Robador–, y yo no tenía ninguna intención de montar ninguna asociación. Pero la realidad me obligó a mí y muchos otros recién llegados al Raval. Al principio nos quejábamos individualmente. La idea de hacer un asociación se nos ocurrió tras reunirnos con los concejales del gobierno municipal y con el presidente de la asociación de vecinos de siempre. Los políticos nos dieron la impresión de que los derechos de todos los demás estaban por encima de los nuestros, que no podíamos reclamar poder pasear con los niños tranquilamente. Y en la asociación de vecinos parecían más preocupados por contarnos todo lo que habían hecho desde los ochenta”.
El gobierno municipal insiste en que hace los que puede, que apenas tiene competencias en materia de tráfico de drogas y de vivienda. La Generalitat funciona por inercia. La Federació d’Associacions de Veïns de Barcelona está pasando de puntillas por el asunto. Y la histórica asociación de vecinos se canjeó la desconfianza de muchos después de que contraprogramara una manifestación antinarcopisos pocos días antes de que las nuevas entidades celebraran la suya. “Al final nos unimos a las calles d’En Roig y Picalquers. Es agotador, y muy gratificante. Ahora me siento como si fuera del barrio de toda la vida”.
“La primera vez que salimos a protestar los traficantes se reían en nuestra cara”
La última iniciativa de esta asociación de vecinos contra los narcopisos consiste colgar un trapo rojo de cada fachada del Raval. En el número 22 de la calle d’En Roig funcionaron hasta no hace mucho dos de los narcopisos más activos del barrio. Los traficantes espantaron a todos los vecinos. La finca se convirtió en una sórdida sala de venopunción. Docenas de toxicómanos malvivían en la azotea, los rellanos, el portal... Los barrenderos municipales sacaron de allí más de una tonelada de desperdicios. Y los narcos, cuando había droga a la venta, colgaban del balcón un pañuelo blanco, y cuando no tenían nada uno rojo. “Y el otro día nos dijimos por qué no emplear su lenguaje para denunciar su actividad –dice
el salvadoreño C, vecino de Barcelona desde hace ocho años–. En algunas caceroladas fuimos tres personas. Recuerdo un vecino que nos dijo que estábamos haciendo el ridículo... Y el día que cerraron los narcopisos del 22 me pidió disculpas. La gente se empoderó. Hasta la calle huele diferente”, añade. Algunos trapos rojos ya penden en Madrid, en los barrios de Lavapiés, Tetuán y sobre todo Vallecas. “Estamos tejiendo una red de barrios y ciudades afectados. Ahora buscamos patrocinios para un gran encuentro a finales de la primavera en Madrid...”.
Un premio para limar diferencias
Cuando todo consistía en aporrear cacerolas, el consenso vecinal era sencillo. Ahora emergen las diferencias entre entidades. Unos creen que la lacra de los narcopisos es un problema sobre todo de seguridad, otros ponen el acento en el aspecto inmobiliario. Unos apuestan por respetar la ley, otros abogan por las ocupaciones preventivas, por no dejar ni un piso vacío a los narcos. Y las estrategias también generan controversia. Para unos el narcotour fue un efectivo mecanismo de denuncia, para otros que así se estigmatiza el barrio. Y las redes sociales, que las carga el diablo, son a veces el escenario de enconados enfrentamientos. “Hemos de hablar más y teclear menos”. “Todos tenemos el objetivo de mejorar el barrio”. Hoy tiene lugar en Valladolid la entrega de los premios anuales de la Coordinara contra el Narcotráfico, la Corrupción y la Especulación de Pajarillos. Los galardonados, “por su coraje y dignidad contra el narcotráfico”, son los vecinos y las entidades del Raval. Unos cuantos acudieron a recibir el simbólico reconocimiento.