Quien cabalga un tigre puede acabar devorado por la fiera. Es lo que supone explotar de una forma extrema el resentimiento de los electores. Al final, años de propaganda nihilista contra el adversario a través de radio, televisión o internet convierten a un sector del electorado en un tigre colectivo del que, según el proverbio indio, es casi imposible apearse. Solo que en política ese tigre lo configura un universo de “cuñados enfurecidos”, dispuestos a desplazar a un líder considerado pusilánime en favor de un sustituto que exprese mejor su cólera.
Y exactamente eso es lo que habría ocurrido en el Partido Republicano, cuando, según relata el politólogo Roger Senserrich, un “demagogo bravucón” desplazó a los conservadores de la vieja guardia, aupado por unas bases radicalizadas. Pero eso también podría acabar pasando de un modo u otro en el PP. Es decir, el relevo de un liderazgo ecléctico que busca cubrir ambos flancos de su espacio electoral (el centro y la derecha), pero que acaba por no satisfacer a ninguno. O, peor aún, el desplazamiento hacia Vox de un sector del electorado popular, frustrado y radicalizado por el relato tremendista de la derecha mediática y su inframundo digital.
El riesgo de un liderazgo que no satisface las expectativas de sus seguidores planea sobre el candidato del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo. Sus índices de preferencia como futuro presidente del Gobierno se han reducido a la mitad desde que comenzó su andadura al frente del partido, en la primavera del 2022. Pero lo más grave es la pérdida de apoyo entre sus propios seguidores.
Menos de un 40% del electorado conservador prefiere a Feijóo como presidente, mientras Ayuso se mueve al alza
Más de un 70% de los votantes del PP llegaron a designar a Feijóo como su presidente del Gobierno preferido en los años 2022 y 2023. Sin embargo, en los últimos meses, los electores populares que lo señalan como presidente favorito han caído por debajo del 40% (datos del CIS). Y, simultáneamente, la predilección por Isabel Díaz Ayuso se ha duplicado y roza el 17% entre esos votantes. ¿Riesgo de desplazamiento en el liderazgo popular ante el amenazante crecimiento de la extrema derecha?
Entre los menores de 44 años, Vox aventaja al Partido Popular en intención de voto, con márgenes de hasta siete puntos
La respuesta la tiene el futuro, pero, por ahora, el riesgo al que se enfrenta el PP es al de un incremento a su costa del voto de la crecida ultraderecha transnacional. Ciertamente, las apariencias engañan: hasta uno de cada tres votantes de Vox han llegado a señalar en alguna ocasión a Feijóo o, más aún, a Ayuso como sus presidentes preferidos, mientras que, al contrario, menos de un 4% de los electores populares, en promedio, querrían ver a Santiago Abascal al frente del Gobierno.
Pero si se analizan las transferencias de voto en términos absolutos, son más los electores del PP que votarían ahora a Vox, que a la inversa. Y lo más inquietante para los populares (y no solo para ellos) es lo que se deduce del relevo generacional. En los últimos sondeos, la ultraderecha se pone claramente por delante del PP en intención de voto en la franja de entre los 18 y los 44 años. Y ese puede ser el sufragio del futuro.
En definitiva, si el catastrofismo territorial del PP y Ciudadanos contribuyó a la irrupción de Vox hace casi una década, ahora el clima internacional –con Trump al frente de la primera potencia– y la extrema animadversión inducida mediáticamente contra el Gobierno español de centroizquierda pueden engendrar una amplia minoría política que exija más mano dura con las minorías nacionalistas y los inmigrantes y menos libertades y gasto social. Es decir, un grupo hostil al progreso, incapaz de aceptar la complejidad de los problemas actuales y dispuesto a entregarse a un populismo autoritario como el que supone Vox.
El electorado conservador también puede elegir escenarios autodestructivos
A partir de ahí pueden derivarse varios escenarios electorales de futuro (ver gráficos), de los que se podrían destacar tres. El primero, un voto útil en la derecha mientras la izquierda se fragmenta y desmoviliza (lo que supondría un éxito para Feijóo). El segundo, un corrimiento masivo de electores del PP a Vox, lo que tendría un incierto impacto en la izquierda sociológica, por lo que no garantizaría una mayoría conservadora. Y en tercer lugar, una eventual concentración del voto progresista en torno al PSOE ante la amenaza real de una victoria ultra.
Si el sufragio conservador se dispersa a causa del ascenso ultra, el PSOE podría ganar y seguir gobernando en el caso de concentrar el voto útil progresista
En este último supuesto, si el voto útil al partido de Pedro Sánchez se combinara con un crecimiento sustantivo del sufragio de Vox a costa de los populares, entonces el conjunto de la derecha podría sufrir una sensible derrota. El sistema electoral español no perdona la división ni la fragmentación. Ahora bien, ¿es posible un cataclismo semejante? Hay un indicador que lo contradice: el registro máximo de electores populares que quiere a Abascal en la presidencia del Gobierno no ha superado nunca el 7%. Tal vez por ello la estrategia de Vox reserva un papel limitado y muy puntual a su líder. La omnipresencia podría ser contraproducente entre su público potencial de ultraderecha.