Del empujón al perdón
El push, el empujón de su madre que le salvó la vida, lleva este 26 de enero hasta Sabadell a Simon Gronowski, que presenciará el estreno en Catalunya de la ópera que le dedicó Howard Moody, traducida al catalán por J. Sellent. Es el día de las Víctimas del Holocausto, pero Simon, al piano encantador de su casa de Bruselas, interpretando Imagine para esta Contra, me cuenta que para él es el día de luchar contra la pujanza de la extrema derecha en Europa –e Israel, insiste–, que “quiere precarizar la vida de quienes, como mis padres refugiados, buscan una vida mejor en otros países”. La Fundació Òpera a Catalunya y la Simfònica del Vallès ponen ese día a 152 artistas en escena como broche de “Sabadell, capital de la cultura catalana”, que lo será así de la europea y de las que celebran la libertad en el perdón de Simon a sus guardianes nazis.
¿Cuál es tu primer recuerdo?
Ver a mi padre toser. Era minero en las minas de carbón de Valonia y sufría silicosis. Yo sufría al verlo sufrir.
¿Su padre también era músico?
Toda mi familia amaba la música. Mi padre dejó la mina porque sabía de pieles y ya en Bruselas se hizo comerciante de cueros.
¿Cómo llegaron a Bruselas?
Mi padre era un simpapeles. Huyó de Polonia tras la I Guerra Mundial. Soy hijo de un simpapeles, por eso me solidarizo con
los refugiados y los inmigrantes sin papeles de hoy. Mi madre era refugiada judía lituana. Compraron una casa con planta baja, la tienda, en Bruselas, y mi hermana se hizo pianista.
¿Y usted también tocaba?
Yo era feliz siendo boy scout, un lobezno; y ya me apasionaba tocar jazz al piano.
¿Hasta que llegó Hitler?
Cuando tenía 8 años y medio los nazis atacaron Bélgica. Sabíamos que querían matar a los judíos y nos preparamos para huir.
¿Adónde?
Los nazis nos prohibieron ir al colegio o a trabajar y nos hicieron coser en la ropa la estrella amarillas. Nos metieron a mi madre; mi hermana y a mí en la cárcel de Sainte-Amaline durante un mes. Yo ya tenía 11 años...
¿Y su padre?
Se salvó, porque había sido internado en un hospital por la silicosis. Un día nos hicieron subir a un tren de ganado.
¿Usted sabía adónde iba?
Nadie lo sabía. Yo no entendía nada. La gente creía que nos llevaban a campos de trabajo, no a la muerte...
¿Cómo se salvó de Auschwitz?
De repente el tren se paró en la noche. Oímos gritos y disparos. Eran los guardias nazis. Luego supe que tres jóvenes de la resistencia, uno judío, habían atacado y detenido el tren y abierto un vagón.
¿Y les liberaron a ustedes?
A diecisiete personas de otro vagón.
¿Y cómo se salvó usted?
El tren volvió a moverse y yo me quedé dormido junto a mi madre. Me despertaron los gritos de la gente del vagón que intentaba abrir la puerta y escapar. Lo lograron y mi madre, en un momento en que el tren volvía a frenar, me agarró por la ropa, me sacó del vagón y, cuando casi se paraba, me soltó...
¿Ella se quedó?
Si yo hubiera sabido que no venía conmigo, me hubiera agarrado a ella. Y hubiera muerto en Auschwitz con ella. Yo la adoraba...
¿Qué hizo tras saltar del tren?
Correr despavorido por los campos y bosques. Creí estar en Alemania, pero aún estaba en Bélgica. Llegué a un pueblecito y llamé a la puerta de una casita humilde; porque sabía que las grandes estaban tomadas por los nazis. Me abrió una señora...
¿Le ayudó?
Yo estaba llorando lleno de barro y le dije que me había perdido jugando y quería volver con mi madre. Ella debió desconfiar de un francófono en tierras flamencas a 80 km de Bruselas y me llevó en bici a casa del gendarme como hacían con cualquier niño perdido.
¿Qué hizo el gendarme?
Salió a preguntar por el pueblo y volvió diciéndome que me había escapado de un tren alemán, pero que no me iba a denunciar. Me dieron de cenar y ropa de su hijo y me metieron en un tren de vuelta a Bruselas. Allí unos amigos me llevaron con mi padre.
¿Qué hicieron ustedes?
Mi padre murió tras la guerra desesperado por la pérdida de mi madre y mi hermana ; yo sobreviví de milagro.Durante muchos años no quería hablar de aquel tren. Me casé, tengo dos hijos y cuatro nietos... ¡Ah, aquí llega mi hija! Se la presento...
Encantado, señora.
Aprendí a tocar jazz y cada vez que toco me acuerdo de mi hermana. Escuche...
Es muy bueno...Y ahora le dedican a su historia una ópera, Push.
Se estrena el domingo 26 en Catalunya, después de Londres, Bruselas, Oslo...
¿Cómo resume la obra su salvación?
En tres momentos: cuando los nazis me separan de mi hermana; cuando mi madre me hace saltar del tren..., y cuando uno de los nazis que nos metieron en el vagón vino a pedirme perdón en el 2013.
¿Le perdonó?
Y de corazón. Nunca he sentido odio, porque el odio al primero que castiga es a quien odia y yo no he sufrido esa enfermedad. Pero lucho contra la extrema derecha y el fascismo para que nadie la sufra.
¿También lucha contra la extrema derecha israelí?
Por supuesto. También contra la extrema derecha israelí. Soy antifascista, antirracista, pero también optimista: creo en el ser humano y en que nuestra bondad acaba imponiéndose. Pero mucho antes sí luchamos juntos por la paz. Yo he sido abogado y modesto músico para conseguirlo.