Riqueza y moral
Alude Raj Sisodia –invitado por Eurofirms Group– a Adam Smith, papá del liberalismo, del que me aconseja leer –además de La riqueza de las naciones– La teoría de los sentimientos morales , que arranca así: “Por más egoísta que pueda suponerse el hombre, es evidente que hay algunos principios en su naturaleza que le interesan en la suerte de los demás y le hacen necesaria su felicidad”. Los líderes de un capitalismo consciente anhelan un bienestar del otro, colectivo, sin renunciar al lucro empresarial: un canto de confianza en el ser humano (pero con leyes que disuadan al patán tentado por la pendiente del abuso y la explotación: el capitalismo sin conciencia). Cofundador de Conscience Capitalism Inc., a este liberalismo compasivo de Sisodia yo le llamaré socialdemocracia.
Qué es el capitalismo consciente?
Conjugar lucro y humanidad.
¿Hay algo más humano que el ánimo de lucro?
El lucro deviene inhumano si daña vidas humanas.
¿De qué daños habla?
Daños a la buena vida de tus empleados, de tu sociedad, de tu medioambiente...
Las empresas agresivas se imponen.
No: son señal de escasa inteligencia. Esa avidez solo conduce al fracaso global.
¿Es pesimista sobre nuestro futuro?
Si lo fuese no predicaría por el mundo un capitalismo consciente.
¿No es eso un oxímoron?
El capitalismo ha sido inconsciente, ha dañado. Es urgente un capitalismo con conciencia para hacer un mundo mejor.
¿Un mundo capitalista, en todo caso?
El capitalismo habilita a la libertad humana en su noble empeño de buscar la prosperidad: hoy se trata de que en ese empeño todos ganemos y nadie pierda.
¿Puede aportarme algún ejemplo?
La arrogancia de Bill Gates impregnó la cultura de Microsoft: su director ejecutivo Steve Ballmer solo miraba el lucro. Ha cambiado.
¿Cómo?
El actual jefe, Satya Nadella, es un líder consciente.
¿Por qué lo es?
No encubre fragilidades, su dolor por su hermana muerta, su cuidado de un hijo con necesidades especiales... Nadella es empático con las vulnerabilidad del otro.
Otro ejemplo.
La corporación Unilever, con Paul Polman, ha mejorado los salarios y hoy trabaja alineada con la sostenibilidad.
¿Y los beneficios, qué?
Los beneficios deben medirse más que por una cifra de dinero por el bienestar de empleados, proveedores, clientes y la sociedad en conjunto.
Procurando no arruinarse, eh.
De ruina, nada: si el empleado acude a trabajar contento, todo funcionará mejor en esa empresa, que así prosperará.
¿Esto lo tiene testado?
Estudié a veintiocho empresas con prácticas cuidadoras: en diez años multiplicaron por nueve sus resultados.
Importa la reputación de esa empresa.
Sí, y ese buen nombre solo lo depara un conjunto de buenas prácticas internas y externas, empáticas.
O un habilidoso lavado de cara.
¡No! Existe el greenwashing (lavado verde) para aparentar ecologismo, y otros maquillajes de fachada: son inconsistentes, todos acabamos viendo el engaño.
¿La verdad siempre aflora?
Siempre. Y penaliza haber mentido. Aviso a navegantes: no sale a cuenta.
Imparta un consejo reputacional.
Buscad un win-win (todos ganan) colectivo, que el propósito sea ayudar a mejorar el mundo. Si con la actividad empresarial alguien no gana, algo está fallando.
Entendido.
Y que nadie sufra el lunes por la mañana. La idea medular es servir, ser útil: servir el jefe a sus empleados, servir los empleados a los clientes... Preocuparse por el otro.
Y estas ideas, ¿de dónde le vienen?
Me entristecía el espectáculo de empresas con grandes beneficios y grandes abusos, antes de la crisis del 2008, y la crisis me empujó a emprender otro capitalismo.
Defina ese capitalismo.
Curador, compasivo, empático, del lado de la felicidad y el sentido, amoroso.
¿Hubo amor en su familia?
Mi madre prodigaba amor incondicional.
¿Y su padre?
Fuerte, ambicioso, emprendedor, inquieto, atrevido, arrancaba iniciativas... Por eso viví de niño en tantos lugares: India, Barbados, California, Canadá...
¿Qué aprendió?
En California me impactó ver en la tele los asesinatos de Robert Kennedy y Martin Luther King: quise un mundo mejor, esa la humanidad capaz de llegar a la luna.
Me refería a su padre...
Ah, admirable emprendedor e incompetente emocional, nada amoroso conmigo.
Ya veo: equilibra usted a papá y mamá en su capitalismo consciente.
Tiene usted razón; ambición y amor deben servirse el uno al otro: emprender con todo el amor y amar con todo el empuje.
Ambición amorosa, amor ambicioso.
Eso será el Santo Grial: alta iniciativa personal y elevado amor incondicional. Eso superará el caduco choque entre capitalismo y comunismo que llenó el siglo XX.
A ambos les faltó corazón.
Adam Smith ya lo sabía, pero bien me lo recordó Herb Kelleher al escribir: “El negocio de los negocios es el bienestar de las personas, ayer, hoy y mañana”.