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“Decidí ser yo ante el cadáver de Marguerite Duras”

Tengo 60 años. Soy de París y vivo medio año en la isla de Groix, en Bretaña. Soy una escritora que fue médico de urgencias. Estoy soltera y tengo 18 hijos, que son mis novelas publicadas hasta ahora. ¿ Política? Alejada de extremismos. ¿ Dios? Rezo y me funciona

Lorraine Fouchet,novelista

Creo que Saint-Exupéry y su padre fueron amigos.

Mi padre era aviador de la Francia libre, a las órdenes del general De Gaulle. Destinado a Argelia en 1943, allí trazó amistad con Tonio, como él le llamaba, también aviador.

Antoine de Saint-Exupéry: se estrellaría al año siguiente.

Jugaban a naipes juntos, cruzaban juegos de palabras... Saint-Exupéry le leía cada noche fragmentos de un libro que escribía.

¿Qué libro?

El principito. Y mi padre escuchaba y le hacía comentarios.

Algo de El principito quizá sea de... ¿cómo se llamaba su padre?

Christian Fouchet. Eso me gusta pensar, es verdad. Soy hija única: me tuvo mayor, fue más abuelo que padre... Sin estar muy presente, me influyó.

¿En qué sentido?

Corresponsal de guerra, diplomático y luego ministro con De Gaulle, recibía en casa a gente muy interesante y a sus tres mejores amigos: Malraux, Maurois y Mauriac.

¡Escritores, los tres!

Un día, con nueve años, pregunté: “Papá, ¿son mejores escritores que Enid Blyton?”.

¡La autora de Los cinco y Los siete secretos! Yo los devoraba.

Y yo. Disfrutaba tanto con esas aventuras que por las noches fabulaba continuaciones... ¡Quise ser escritora!

¿No le atrajo la vida de diplomático de su padre?

Con diez años rendimos visita a los reyes de Dinamarca, donde mi padre fue cónsul de Francia. Me enseñaron a hacer la reverencia, y al llegar ante los reyes... no la hice.

¿Por qué no?

¡Iban vestidos de calle! Yo esperaba un trono, unas coronas... “¡No son reyes!”, sentencié. Y no saludé. Luego mi padre sería ministro del Gobierno francés.

¿Qué recuerda de eso?

La cara de susto de mi madre ante un estudiante con la cara ensangrentada, en la terraza del ático donde vivíamos en París: mi padre era ministro del Interior... y los revolucionarios de Mayo del 68 nos asaltaron.

¿Les hicieron daño?

No, pero mi padre nos instaló en otro piso. Su obsesión ante los disturbios fue evitar muertos. Después dejó la política.

¿Se alegró usted?

Sí. La única vez que me dio un bofetón fue por contar un chiste infantil a costa de De Gaulle: “No se ríe uno de Charles”, me riñó... Me entristeció su muerte, cuando yo tenía 18 años. Ya muerto, leí esto anotado en su minuciosa agenda: “Llamar a mi hija”. Murió la víspera de llamarme.

¿Y cuándo realizó usted su sueño de ser escritora?

Yo escribía mientras trabajaba como médico de urgencias: a cualquier hora acudía a levantar actas de defunción.

¿Recuerda su primer muerto?

Un joven había saltado por la ventana al patio de luces. A su lado estaban sus padres... y su psiquiatra, que lloraba desconsolado.

Habrá visto usted muchos dramas.

Cada muerto impresiona, ves que no puedes hacer flashbacks como en las novelas. Y un cadáver me cambió, una noche.

¿Un cadáver?

Me personé en un domicilio, de madrugada. La fallecida era Marguerite Duras. Su cadáver y yo estuvimos un buen rato a solas. Yo la admiraba como escritora y como mujer. La miré. Y entendí que yo también moriría. Que cada segundo es valioso. Y me interpelé: “¿Tengo la vida que quiero?”.

¿Y la tenía?

Ahora sí. Porque aquella noche, ante el cadáver de Marguerite Duras, colgué el estetoscopio para dedicarme sólo a escribir.

¿No era compatible?

Ante algún paciente perdía autoridad como médico al descubrir que era novelista...

Curioso.

Nunca me lamento, actúo. ¡Podemos actuar! Actúa: vive. Marguerite Duras hizo lo que quiso hacer. Y aquella noche supe que si no haces algo... ¡es porque no quieres hacerlo!

¿Y qué es lo que más le gusta ahora?

Pasar medio año en la islita de Groix, ante la costa de Bretaña. La descubrí hace 16 años, me cautivó. Una casita blanca frente al océano Atlántico... y nada más hasta América, sólo agua... ¡La felicidad! Allí llevo ya escritas ocho de mis dieciocho novelas.

¿Qué le atrae de aquel lugar?

Sus gentes, intensas y sin máscaras. Zarpa el último barco y sabes que estás solo, tan lejos... Y de noche, las estrellas, tan cerca...

¿Qué le diría a su padre?

Que tenía razón cuando decía que “la vida es demasiado corta para ser pequeña”. Por eso él siempre actuó en grande. Fue el primer francés en entrar en Varsovia tras la derrota nazi, y ayudó en nombre de Francia a los judíos supervivientes.

¿Estaría él orgulloso de usted, hoy?

“Trata de llegar a ser lo que eres”, me enseñaba. Y creo que lo he hecho. Es fácil despistarse. Necesitas fortaleza, y acudo a la divisa del regimiento militar de mi abuelo materno: “Ni recular ni desviarse”.