"Hay que aprender a trabajar por algo más que por dinero"
Tengo 51 años: si haces algo en lo que puedes mejorar, van sumando; por eso escribo. Nací en Hamburgo; crecí en Hong Kong, Brunéi, India... Hoy relato el estallido financiero de Londres y cómo ha degradado la clase media. El hombre no nació para servir al mercado, sino al revés
Una tómbola
Lo demostró Keynes; lo explicó aquí Stiglitz, y ahora lo novela Lanchester: la desigualdad no sólo es indeseable por injusta, sino también porque provoca ineficiencia económica: el pobre no tiene para gastar y el rico tiende a derrochar. Y la clase media, que calcula al céntimo, se empobrece. Así, en las burbujas, valor y precios acaban confundidos por necios ricos y temerarios bancos de inversión. En Capital , Lanchester explica qué sucedió en Londres -y no ha sido diferente aquí- cuando los flujos de capital se concentraron en hinchar los precios de los pisos. Y cómo el estallido del dinero liquida la clase media y convierte la ciudad en una tómbola de miseria y vanidad.
Cuando enormes sumas de dinero de todo el planeta en busca de beneficio hinchan la burbuja inmobiliaria en una ciudad...
Pasa de ciclo en ciclo.
... La explosión financiera dinamita el centro de la capital y luego el de la sociedad -la clase media- y sólo deja en ellas a los muy ricos y a los que no les importa ser pobres.
... ¿Y qué pasa con los demás pobres?
Esos ya estaban fuera, en el extrarradio. En la ciudad, junto a los millonarios, quedan esos a quienes no les importa ser pobres: la nueva bohemia. Y la clase media o se proletariza o es expulsada por los precios.
¿Y qué hacen los muy ricos?
El nuevo rico quiere exhibir su dinero hasta que cree que lo exclusivo es él y descubre que lo mejor que puede comprar es aislamiento: la burbuja. Y se mete en ella.
¿Cómo?
Ignorando el espacio y el tiempo. Una vez dentro de la burbuja también descubren que da igual la ciudad. Ya en su interior, siguen al dinero: y tras él se mueven por todo el planeta con agencias que les solucionan desde la decoración del piso hasta las niñeras, colegios u hospitales: es el circuito de las megalópolis financieras como Londres, Nueva York, Tokio, París, Hong Kong...
¿Tanto millonario cosmopolita hay?
Es la rampante inmigración de lujo junto a la pobre que le sirve y un turismo creciente que desnacionaliza el centro de las capitales. Londres ya no es Gran Bretaña. Y cada vez se aleja más de los ingleses.
Ni Barcelona es ya Catalunya.
Porque sus nuevos pobladores ya no están vinculados al territorio: se moverán sin dudarlo de ciudad en ciudad, de país en país, para ganar o gastar con ventaja siguiendo los flujos cambiantes del capital.
El Estado nación se funde en el dinero.
Y una gran fortuna es el mejor pasaporte: así el dinero se impone al espacio. Y también al tiempo: cada vez se transmite con más nitidez de generación en generación.
¿Cómo lo sabe?
El dato estadístico es que, en el mundo anglosajón, el estatus de los padres es cada vez más nítidamente repetido por los hijos: si tú estás en la burbuja millonaria, cada vez es más seguro que tus hijos y nietos también lo estarán. La globalización ha apeado de la escalera social a las clases medias nacionales y luego se ha roto.
¿Las clases medias ya no progresan?
Y no es un problema sólo para ellas, también para la estabilidad de todo el sistema.
¿No se soluciona con buena policía?
Se puede reprimir su protesta, pero no sustituir su eficiencia al comprar y vender: la clase media es la que mejor sabe invertir cada céntimo, ya que los pobres no tienen y los ricos atesoran sin mover su fortuna o la derrochan. Y la eficiencia del mercado se resiente.
Por ejemplo.
En el centro de las ciudades sólo quedan restaurantes carísimos o fast foods baratos. El término medio desaparece. La clase media, a la que no le preocupó la proletarización de sus ciudades hasta que empezó a ser ella la proletarizada, ahora se siente estafada.
¿Sólo pasa en Londres?
En toda Europa. Pero yo diría que en España han conservado ustedes valores alternativos al dinero puro y al individualismo.
¿En qué lo nota?
Si no tuvieran alguna solidaridad, con el paro que sufren, habría barricadas. Con esas cifras, Londres ardería. ¿Y sabe por qué intensifica su obsesión religiosa EE.UU.?
Siempre fue refugio de sectarios.
Porque la religión, al menos en teoría, les brinda el último refugio donde no se les mide sólo por su dinero. Las iglesias prestan a los que no son ricos una identidad no material; la única comunidad en la que no son considerados perdedores o ganadores.
¿Cómo son esos pobres de la capital a los que, dice, "no les importa serlo"?
Son nuevos bohemios que hallan en la cultura y el arte la identidad y autoestima que les permite ignorar la fortuna de los ricos.
¿Neohippies?
Son alternativos variopintos: artistas y profesionales. Saben que saben hacer algo muy bien y que saben lo suficiente para no sentirse miserables al lado de los muy ricos sólo por no tener tanto dinero como ellos.
Eso es una sabiduría.
Nos está haciendo falta ya una nueva ola, como la hippy, u otro 68, que no sólo ignore la obsesión economicista, sino que también se ría de ella con creatividad y humor.
¿Cuál es el paisaje tras la burbuja?
Un cambio profundo, paulatino y radical de conciencia social. La clase media comprueba que el presente es peor que el pasado y adivina que el futuro todavía será peor.
Pues es una visión poscatastrófica.
La clase media se sabe acabada y esa percepción de que su vida y la de sus hijos sólo puede empeorar impregna todo cuanto hace; era absurdo trabajar por 1.000 euros al mes cuando tu piso se revalorizaba 100.000 en un año. Pero más absurdo es todavía perderlo todo ahora y también el empleo.
¿Algún consejo?
Para progresar hay que aprender a trabajar por algo más que por dinero.
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