"Señoría, me acojo -dijo- a la 5.ª enmienda"..., ¡en Barcelona!"
Tengo 38 años y hace diez que cada día renuevo mi vocación de juez. Nací en Albatera, Alicante. Tengo dos hijos y un marido que fue magistrado y se ha pasado a la privada. Soy católica. Tenemos el doble de cargos políticos que jueces; creo que si fuera al revés nos iría mejor
Ojalá recortaran
¡Qué gran momento para convertir lamentos en mejoras! Para nuestra justicia, por ejemplo. Escucho a la magistrada Gutiérrez y sus peripecias, como las que viven cientos de jueces, y aplaudo su inquietud por evitar que cada día miles de policías y testigos repitan declaraciones y trámites -con sus dietas, permisos, transportes y horas perdidas- obligados por un garantismo tal vez deseable como ideal, pero inasumible en la práctica. ¿Es necesario que un testigo declare lo mismo ante el juez que instruye y el que juzga? ¿Por qué hacer comparecer al policía para ratificar un atestado que ya ha hecho? Son repeticiones que cuestan más de lo que garantizan de un dinero que no podemos duplicar.
El hombre alzó la mano derecha y proclamó solemne: "Señoría, me acojo a la quinta enmienda".
...
... ¡En Barcelona! En Wisconsin hubiera estado bien, pero en Barcelona...
El pobre señor lo había visto en la tele.
Por eso también hay quien pide una biblia para jurar sobre ella y decir "toda la verdad"...
En las películas queda estupendo.
Ya ve que podemos sonreír alguna vez, pero el derecho a no declarar contra un familiar, este sí recogido en el artículo 416 de nuestra ley de Enjuiciamiento Criminal, nos causa muchos sobresaltos.
¿Por qué?
Porque las ciudadanas que sufren violencia de género a menudo se resisten a declarar contra el marido o pareja que las agrede.
¿Confían en que el agresor se corrija?
Tienen miedo. Recuerdo a una señora temblando ante mí porque tras cuarenta años de matrimonio no se atrevía a acusar a su marido. Leí su parte de lesiones y en él se apreciaba "posible violencia". Mandé detenerle.
¿Qué dijo el presunto agresor?
Ante mí reconoció sin inmutarse: "La cogí del cuello, pero nunca la he acabado de matar".
¿Qué hizo usted?
Dicté una orden de alejamiento y un año de prisión. Nada extraordinario, pero recordaré siempre el abrazo de aquella señora seis meses después cuando, sintiéndose segura al fin, me dijo: "Me ha salvado usted la vida".
¿Pervive un machismo ancestral?
Y no tan ancestral. Muchas víctimas de malos tratos son jóvenes que siguen resistiéndose a declarar contra su agresor. Recuerdo a una joven de 16 años a la que su novio maltrataba con frecuencia. Al final, lo denunciaron los padres de ella.
Bien hecho.
Aun así, ella se resistía a declarar contra "el hombre que amaba". A él, que había reconocido en parte sus agresiones, le dictamos una orden de alejamiento de ella, pero como ella insistía en que iba a seguir viéndolo...
¡Vaya dependencia patológica!
Pues al final a la chica se la ingresó en un centro psiquiátrico de seguridad, pero se escapó y... ¡volvió con él!
¡Qué difícil era protegerla!
También nos encontramos con ciudadanos de otras culturas que declaran impertérritos que pegan a su pareja "para relajarla".
¿Y usted cree que son sinceros?
Y el Código, que incluye el eximente de "error de prohibición invencible", y excluye la pena al admitir que esa influencia cultural podría propiciar la conducta delictiva.
Pero aquí deben respetar nuestra ley.
Ya se dan cuenta de que, efectivamente, están en otro país y en otra cultura cuando entran en una sala en la que quienes decidirán su suerte -la juez, la fiscal, la abogada...- y hasta los mossos d'esquadra que le escoltan son señoras.
Una visión pedagógica.
Alguna vez hasta me insinúan que podía ser parcial por mi condición de mujer.
¿Qué les contesta?
Que antes que mujer soy juez, igual que las demás profesionales de sala en su oficio.
También juzgará usted a agresoras.
Y, dentro del drama, algunas también dejan lugar para el asombro. Recuerdo a la señora que acusó a su marido de acoso porque, dijo, "ha dibujado el 666, número del diablo, con un cuchillo en la barra del pan congelada".
¡Pobre señor!
También comparece el marido que justifica el acoso por el que le ha denunciado su mujer por "la infidelidad" de ella, y cuando le pregunto si él la ha visto serle infiel, responde que lo que sí ha visto es que "lleva bragas rojas al trabajo y... ¡a ver qué hace con ellas!".
Los abogados de oficio deben de sudar.
Cumplen, e incluso más. Para defender a una señora que se resistía a retirar unos árboles enormes de su terraza, tras demanda vecinal por los daños del riego, una letrada de oficio llegó a argumentar en su defensa que "la fotosíntesis beneficia a todos".
Da para la sonrisa.
Y a veces hasta para la ternura. Como cuando dos señoras llegaron ante mí porque una había llamado "guarra" a la otra, "porque su perrito se hace pipí en la escalera"... Al final conseguí que las dos señoras se perdonaran. Incluso se abrazaron.
Sainetes caros para el contribuyente.
Tiene razón: algo no funciona cuando nos ocupan casos así. Por eso me afilié a la Asociación Profesional de la Magistratura (APM).
¿Para qué?
Para intentar mejorar nuestra justicia. La alternativa era dejar la magistratura y pasar al sector privado, como mi marido, David Velázquez, hoy en el bufete Cuatrecasas. Y otros magistrados como él, que lo dejan.
Han escapado a los recortes.
Pero yo quiero ser juez. Decidí asociarme cuando tuve ante mí a una señora con un brote psicótico, y cuatro hijos, pero ninguno quería hacerse cargo de ella y no le encontrábamos plaza en ninguna institución.
Me temo que pronto no será tan raro.
Pero podríamos ahorrar en derroches absurdos, agilizar y abaratar la justicia y conseguir medios imprescindibles que faltan.
¿Cómo?
El exceso de garantismo es irreprochable como doctrina, pero en la práctica eterniza los procesos al obligar, por ejemplo, a que la policía comparezca en juicio para ratificar su atestado. O al exigir al testigo que repita declaración -la misma- ante el juez de instrucción y el que juzga.