La Inglaterra que está enferma

El reportaje

Knowsley, un suburbio de Liverpool, es la metáfora perfecta de la Inglaterra que no trabaja y vive de los subsidios

People arriving at the Halewood Environment Centre polling station in Halewood, Knowsley as votes are cast in the local government elections. Picture date: Thursday May 5, 2022. (Photo by Peter Byrne/PA Images via Getty Images)

Centro de votación en las elecciones de julio que dieron la victoria al Labour. Keir Starmer quiere poner a trabajar al país

Peter Byrne - PA Images

Una ley de vagos y maleantes de la Inglaterra de los Tudor, en el siglo XVI, permitía que quienes llevaban tres días sin trabajar fueran marcados con un hierro ardiendo y adquiridos como esclavos, y los reincidentes podían ser castigados incluso con la pena de muerte. Las cosas han cambiado mucho desde entonces. Hoy, nueve millones y medio de británicos en edad laboral ni tienen empleo ni lo buscan, y reciben subsidios sociales que pueden llegar a superar con creces el salario mínimo.

El Gobierno laborista de Keir Starmer, en su radical giro a la ­derecha siguiendo la estela de ­Donald Trump y Elon Musk, quiere poner al país a trabajar para aumentar la productividad, que crezca la economía, aumenten los ingresos por impuestos y baje el gasto público. Un póquer de ases que resolvería de un golpe buena parte de los problemas del Reino Unido, que no son pocos.

Casi diez millones de británicos en edad laboral no trabajan ni buscan trabajo y viven de las ayudas estatales

Knowsley, una localidad de 150.000 habitantes situada doce kilómetros al nordeste de Liverpool, tiene el dudoso honor de ser la capital de la Gran Bretaña que vive del Estado de bienestar, con el mayor porcentaje de personas dependientes de los subsidios por discapacidad física o mental (4,2 millones en todo el país, y un millón más que antes de la pandemia). Conocida por su parque de animales salvajes estilo safari con leones de cara triste, un paseo por su calle principal es capaz de hundir a cualquiera en la más profunda depresión. El paisaje son locales cerrados y escúteres eléctricos para personas con problemas de movilidad aparcados delante del pub, de tiendas de todo a cien y casas de apuestas. El centro comercial parece abandonado, y las escaleras mecánicas no funcionan. La única actividad está en un local gestionado por mujeres chinas que hacen la manicura.

La factura anual por subsidios de enfermedad supera ya los 60.000 millones de euros anuales, y se estima que al ritmo actual alcanzará los cien mil millones al final de la década, una cifra inasumible. Especialmente preocupante es que uno de cada ocho jóvenes de entre 16 y 24 años ni estudian, ni trabajan ni hacen ningún tipo de aprendizaje, y en muchos casos han crecido en familias en las que nadie tiene un empleo pagado desde hace sesenta años. “Se trata de una situación moral y económicamente insostenible”, dice el primer ministro Starmer.

La cultura de los subsidios es la gran lacra de la sociedad británica, con casi un tercio de los habitantes (22,6 millones) cobrando algún tipo de ayuda. Dos millones disfrutan de un piso gratis o ­subvencionado, con un coste de 45.000 millones de euros anuales para el Tesoro, y muchos más se encuentran en listas de espera y echan a los inmigrantes la culpa de no tenerlo. La cifra oficial de solo un 4,4% de paro va acom­pañada de un asterisco, porque se refiere solo a quienes querrían tener un empleo y no lo consiguen, no a aquellos que no lo buscan.

“Ni mis padres ni mis abuelos han trabajado desde que tengo uso de razón –dice Greg, habitual de un pub llamado The Copper Pot en el centro de Knowsley–. Yo tampoco, no vale la pena, porque los sueldos son una mierda, y encima hay que pagar impuestos y pierdes los descuentos a la tasa del IBI, los medicamentos y las facturas de gas y electricidad. En las redes sociales hay vídeos que te explican cómo obtener el má­ximo posible de subsidios, entre el básico de incapacidad, el suplemento por el coste de la vida para personas con problemas de mo­vilidad, la vivienda y las ayudas por hijos o por estar al cuidado de mayores. Conozco una familia que cobra una fortuna al mes ­porque tres de los niños pade-
cen TDAH (trastorno por déficit de atención con hiperactividad)”.

Knowsley es el perfecto ejemplo del triángulo tóxico de inactividad laboral, pobreza y mala salud, con la menor expectativa de vida para las mujeres en todo el país, y un 20% de los hogares sin trabajo (la media nacional es el 14%). Entre 1970 y 1990, el área metropolitana de Liverpool perdió 230.000 empleos por el cierre de astilleros, altos hornos, fábricas textiles y de manufacturas. La ciudad se ha recuperado, pero no así sus suburbios.

Más de 500 enfermedades y problemas de salud dan pie a solicitar el subsidio por discapacidad en Gran Bretaña, desde el cáncer hasta el acné, los eczemas, la dislexia, el autismo, la anorexia y las alergias (a raíz de la pandemia se ha disparado los casos de ansiedad y depresión). La cantidad que percibe cada individuo viene determinada por un sistema de puntos y varía mucho (pudiendo superar los mil euros mensuales, aparte de otras ayudas como la de vivienda), y no depende del diagnóstico médico, sino de la posibilidad o no de realizar tareas básicas como ducharse o hacer la comida. “El subsidio básico de paro es muy poco (unos 110 euros a la semana), y hay que complementarlo con el de enfermedad. TikTok te enseña qué palabras clave has de poner en el formulario para sacar el máximo posible, y ni ­siquiera tienes que acudir a una entrevista, todo es por internet. Funciona muy bien”, afirma Greg.

Keir Starmer se ha marcado ­como misión hacer que Inglaterra trabaje. Ya tiene tarea.

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