Todos quieren hacer negocios con China. Pero pocos se irían a vivir al país. Todos visitan y quieren vivir en Europa, por estilo de vida y valores. Pero recelan de su capacidad para defenderse. Rusia es un país fuerte, pero quiere que le teman. Estados Unidos también es un poder fuerte. Pero tiene tanto o más atractivo que Europa.
Esos eran, a grandes rasgos, los puntos fuertes y débiles de los diferentes bloques geopolíticos hace solo unos meses. Y a ese atractivo, esa capacidad de seducción que se atribuye a algunos países para conseguir que otros emulen su estilo de vida y adopten sus ideas y valores, se conoce como soft power , poder blando, en contraposición con el hard power , el poder duro que da la fuerza.
Sin embargo, con la llegada de Donald Trump a la presidencia, Estados Unidos ha perdido atractivo. La primera potencia siempre ha tenido detractores y partidarios. No ha dudado nunca en utilizar la fuerza. Pero su cultura y modo de vida han impregnado las costumbres y las maneras de pensar de otros países. En especial de Europa, que se ve como la perdedora de este giro inesperado de la historia.
Estados Unidos ya no quiere tener amigos; confía más en la fuerza que en convencer a los demás
Hoy Estados Unidos no quiere tener amigos. Washington dispara con aranceles a sus antiguos aliados; su presidente humilla en público a otros mandatarios, amenaza a Canadá con la anexión, quiere ocupar Groenlandia y llevar el ejército a Panamá; cierra fronteras, deporta a miles de personas y clausura la mayor agencia de cooperación internacional.
Hace una semana, Joseph Nye, politólogo influyente en la administración de los años noventa y 2000, publicaba en el Financial Times un artículo en el que acusaba a Trump de dilapidar el prestigio acumulado estos años. Nye fue quien acuñó el concepto de soft power en 1990. Un país no triunfa solo con la fuerza, razonaba. Lo que asegura el largo plazo es el poder blando. Roma conquistó con sus legiones, pero también con su cultura. El muro de Berlín cayó tanto por la presión militar de Ronald Reagan como por la pérdida de la fe de la población en el comunismo. Pero hoy Estados Unidos no entiende ese lenguaje.
“Lo que está ocurriendo es una ruptura con la América que conocíamos. Ya no es la City on the Hill , no quiere proyectarse como referencia para el resto del mundo. Es una ciudad fortificada. Cerrada al exterior”, dice Pol Morillas. El director del Cidob, Barcelona Centre for International Affairs, conoce bien esa política de apertura. Como otros, Morillas completó su formación con una estancia en Estados Unidos financiada por el Departamento de Educación, el Programa de Liderazgo para Visitantes (IVLP en inglés).
“Estamos ante una ruptura con la América que conocíamos; hoy es una ciudad fortificada”
El programa más afectado por la nueva política ha sido USAid, la Agencia para el Desarrollo Internacional, creada en los sesenta por John F. Kennedy. A través de ella, Washington desarrollaba programas humanitarios en países pobres. Elon Musk la ha cerrado y la califica de “organización criminal” y Trump ha dicho que estaba dirigida por “lunáticos radicales”. La agencia costaba dinero y sus beneficios eran intangibles, pero daba influencia, abría el camino a futuros acuerdos diplomáticos y contribuía a la estabilidad global.
“No sabemos si esos programas van a continuar después de los recortes –añade Morillas–. Pero con esas políticas lo único que consigues es que los otros países te vean cada vez más como un rival y no como un aliado”.
Trump le reprocha a Europa que haya sido desleal. “[La Unión Europea] fue creada para joder a Estados Unidos”, ha dicho en dos ocasiones. El presidente abandera un movimiento político, el MAGA (Make America Great Again), que acusa al “globalismo” de haber perjudicado a Estados Unidos. Y en particular a México y a Canadá de permitir la entrada de fentanilo y de inmigrantes.
“La crisis de confianza y financiera de las universidades de elite refleja un sistema que hace aguas”
“Es sorprendente porque no se puede decir que a Estados Unidos le haya ido mal con esta globalización. Ha ganado en el comercio, en lo militar... –dice Manuel Gracia Santos, investigador del Real Instituto Elcano–. El cambio con México y Canadá llama todavía más la atención. Supone el fin de un modelo de integración regional, que estaba muy avanzado. Renuncian a ello y a la idea de que la interdependencia económica te garantiza la paz. Hoy ven la dependencia como una debilidad”.
Gracia Santos coordina el Índice de Presencia Global de esta institución, que busca objetivizar el soft power de los países. “Estados Unidos lidera ese índice desde hace años. Pero China ha recuperado mucho terreno. Venía de muy abajo –precisa–. Hay dos áreas en las que ya se ha producido el sorpasso , en la ciencia (han acelerado en la publicación de patentes en inglés) y en la transición a las energías renovables”.
Para que el soft power sea efectivo, el país debe predicar con el ejemplo. La división interna de los últimos años no ha ayudado. El asalto al Capitolio del 2021 fue un shock. La inestabilidad en los campus universitarios en la segunda mitad del mandato de Joe Biden, también.
“La interdependencia económica te garantizaba la paz, pero ahora se ve como una debilidad”
“La crisis financiera y de confianza hacia las universidades de elite –con una reacción desproporcionada a las protestas en los campus por la guerra de Gaza– pone en cuestión la idea de esas universidades como fábricas de la elite, es un sistema que hace aguas”, afirma Vicente Palacio, director de política exterior de la Fundación Alternativas.
Para Palacio, que fue investigador visitante en Harvard en los años de apogeo de Nye, su visión liberal y atlantista está en declive en Washington. “Pensaron que iban a cambiar el mundo con los mercados y los parlamentos, en un mundo ordenado en el que Estados Unidos iba a prevalecer. Pero el siglo XXI no ha ido por ahí”.
Nye atribuye gran parte de los actuales cambios a la personalidad de Trump, a su pasado inmobiliario y constructor que “solo ha conocido la coerción y las transacciones”, pero que no entiende otras formas de poder.
Pero para muchos, Trump es la culminación de un proceso que viene de atrás. Según Palacio, la pérdida de influencia americana “arranca en el 2001, con las Torres Gemelas. Con las guerras de Irak y Afganistán. Y, sobre todo, después de la gestión de la crisis financiera del 2007, la de las hipotecas basura, donde Estados Unidos demostró que no era capaz de garantizar el orden financiero”.
Manuel Gracia detecta indicios del cambio en años precedentes. “La OMC ya no funcionó porque Estados Unidos la bloqueó. Y está por saber hasta qué punto Washington se ha anticipado a algo que ve como inevitable [el ascenso de China]. Lo que ocurre ahora no sorprende. Lo que sorprende es la vehemencia de ese cambio”.
Estados Unidos habría optado por adaptarse a un entorno en el que China y Rusia practican ya políticas neoimperialistas. “Las políticas de soft power están en retroceso en el mundo. También la Unión Europea habla cada vez más de utilizar la fuerza”, indica Morillas.
La clave, añade, “es que las leyes de la física siempre acaban por cumplirse. Cuando uno abandona un espacio, otros actores lo ocupan. China puede ocupar ese vacío, ya ha lanzado iniciativas como el Instituto Confucio en esa dirección”. ¿Y Europa? “Europa tiene ahí una oportunidad, el Sur Global no quiere ser imperio de nadie, pero su pasado colonial le condiciona”.
Estados Unidos no quiere tener amigos y solo confía en la fuerza. ¿Significa eso que va a perder influencia en el mundo? No necesariamente. “Podemos ver lo que está ocurriendo de otra manera. Estados Unidos no habría perdido su poder blando, simplemente habría cambiado de ideas –dice Palacio–. Antes vendía valores liberales, y ahora vende proteccionismo, nativismo y nacionalismo”. “Personajes como Steve Bannon son la prueba de su influencia. Él y gente como Javier Milei o Nayib Bukele”.