Una Europa ninguneada cuenta por lo menos con la comprensión de una China no menos descolocada por la súbita sintonía entre Washington y Moscú. Aunque Pekín no comparta el belicismo de muchos de los reunidos en la cumbre de Londres, defiende la participación europea en negociaciones de paz, “al tratarse de una guerra que se libra en su continente”.
El mismo viernes en que el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, era despedido de la Casa Blanca con cajas destempladas, Xi Jinping recibía con mucha más formalidad a Serguéi Shoigú, secretario del Consejo de Seguridad de Rusia y exministro de Defensa. El foco, en ambos casos, era la guerra de Ucrania, que diez días antes parecía haber quedado lista para sentencia, tras el diálogo directo entre los jefes de la diplomacia estadounidense y rusa, en Riad.

Xi y Putin, durante la reunión del BRICS 2024 en Kazan
Ahora sabemos que el presidente Donald Trump no ha resuelto el conflicto “en 24 horas”, como fanfarroneó, pero el giro estadounidense de 180 grados ha producido vértigo.
Moscú, por su parte, se ve en la obligación de disipar cualquier recelo que pudiera abrigar Pekín sobre un “cambio de pareja”. No son pocos los que evocan un remedo de los años setenta, cuando Kissinger y Nixon profundizaron la división entre la URSS y la China de Mao a cambio de relegar a Taiwán (parte que se olvida).
La visita de Shoigú a Pekín se suma a las dos llamadas reconocidas en lo que va de año entre los presidentes Vladímir Putin y Xi Jinping, que volverán a verse en Moscú en la conmemoración de la victoria soviética en la Segunda Guerra Mundial.
La actual guerra, tan internacionalizada y, a la vez, con tantos elementos propios de una guerra civil, no se decidirá en Pekín, pero la diplomacia china, a diferencia de la europea, mantiene su capacidad de mediación, tanto con Moscú como con Kyiv.
Eso no le ha evitado las críticas de Bruselas, donde un día se le acusa de ponerse de perfil y al día siguiente de formar parte del engranaje bélico de Moscú. China recuerda que no fue ella quien inició el conflicto, que no está involucrada y que tampoco lo ha alimentado. Al contrario, dice saludar todos los esfuerzos para encontrar una paz justa.
Al margen de un plan de cuatro puntos de Xi deliberadamente ambiguo, Pekín patrocina ahora con Brasil Amigos para la Paz, un proyecto en el que están embarcados otros once países, entre ellos otros tres del G-20 (México, Indonesia y Sudáfrica).
Xi estará en Moscú en mayo para celebrar con Putin la victoria soviética en la II Guerra Mundial
Es cierto que China nunca ha condenado la invasión rusa de Ucrania, y es difícil pensar que Xi no estuviera al corriente de los planes de Putin, al que había recibido pocos días antes de la invasión, en los Juegos de invierno de Pekín, y con el que había sellado “una asociación sin límites”.
Pero también es verdad que Pekín no ha parado de manifestar su apoyo a una resolución dialogada del conflicto que incluya de entrada el respeto a la integridad territorial de los estados –lo que satisface a Ucrania– y a la Carta de las Naciones Unidas, así como a las preocupaciones de seguridad de todos los actores (lo que contenta a Rusia).
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Entrada del Museo del Partido Comunista Chino
China sabe que no está en su mano resolver una guerra entre europeos. Aunque no la haya alimentado, puede haberse beneficiado puntualmente de ella, como es el caso de India, por los descuentos en los hidrocarburos rusos, pero más importante aún es la disrupción en el comercio mundial.
Tampoco se hace ilusiones a largo plazo, ni con Washington ni con Bruselas. Desde este martes, EE.UU. aplica un arancel suplementario del 10% a las importaciones de productos chinos, que se suma al 10% de hace pocas semanas. Es más, la congelación de fondos de cooperación internacional estadounidenses, hasta nueva revisión, tiene dos de sus más notables excepciones en Taiwán y en Filipinas, donde el pulso con China no debe decaer.
También sabe que Donald Trump quiere hacer las paces con Rusia para tener las manos libres en su combate por la hegemonía con China, su verdadero rival económico y, cada vez más, tecnológico.
A la vez, el repliegue estadounidense abre nuevas oportunidades para el país de las Nuevas Rutas de la Seda.
Mientras en Londres, meca histórica del librecambismo, se proponen nuevas fórmulas militares para encauzar el conflicto, la República Popular de China se deja mecer por la corriente hacia el centro de la escena como potencia predecible y máxima valedora de la máxima según la que el comercio trae la paz.
Asimismo, la beligerancia occidental –como la beligerancia rusa– han permitido a China seguir cosechando buena voluntad en los países del Sur Global, donde su apoyo simultáneo a Palestina le ha permitido eludir las acusaciones de doble rasero.
Xi sabe que Trump quiere hacer la paz en Ucrania para poder centrarse en el pulso con China
El ministro de Exteriores chino, Wang Yi, aboga por “una solución política” a la guerra de Ucrania, “sin sanciones”. Otros siguen creyendo en la vía militar, y la jefa de la diplomacia de la UE, Kaja Kallas, se permite advertir que, “si no somos capaces de hacer presión ante Rusia, cómo vamos a ser capaces de derrotar a China”.
Para acabar, el paralelo entre Trump y Nixon es poco fiel, porque el desencuentro entre la URSS y China venía de antes. Y la China de entonces nada tiene que ver con la actual, primer socio comercial de 120 naciones, incluida Ucrania, que tiene en China a su mejor cliente.