Las puertas de la estación del metro Arsenalna, considerada la segunda más profunda del mundo, se abren por oleadas. Hace menos siete grados centígrados y cada uno de los que se avientan a la calle va a la carrera intentando llegar a su destino. La mayoría van a trabajar, pero no es el caso de Vlad. “Si Trump nos da unas condiciones buenas –para llegar a un acuerdo que finalice la guerra–, perfecto. Pero en este momento no hay nada en concreto que garantice nuestra seguridad y que Rusia no vuelva a invadir”, confiesa este trabajador social de 26 años que con el pasar de los segundos acepta contar brevemente su vida. Es del este del país y su región, incluida su terreno, su casa y su pequeño negocio, están bajo la ocupación rusa desde hace tres años. Ese mismo día, por coincidencia, dice que va camino a presentar los exámenes médicos para enlistarse en las fuerzas ucranianas. “Yo no confió en la palabra de Putin y no creo que quiera detener la guerra –continua–. Por eso me alisto, quiero liberar nuestros territorios, mi casa como mínimo”.
Reconoce que en los últimos días no puede despegarse de las noticias. “Estoy afectado. Temo que nos va a traicionar, pero tenemos que seguir adelante”, sentencia antes de continuar su camino y perderse en una de las callejuelas vecinas a este céntrico lugar de Kyiv que acoge a muchos de los edificios gubernamentales.
“Estoy afectado, temo que nos va a traicionar, pero tenemos que seguir adelante”, dice Vlad
Dentro de uno de los cafés abiertos a la salida del metro, las mesas están llenas. Dos mujeres trabajan en su ordenador, un grupo de tres señores hacen tertulia al igual de Valentina, de 60 años, que se acaba de sentar con Galina a desayunar. Valentina también es del este del país, en su caso de la ciudad de Donetsk, bajo ocupación desde hace una década. Al principio rehúsan a hablar, pero terminan por comentar: “Estoy en shock” –explica Valentina, que insiste en que no sabe nada de política–. Pero confío en nuestro presidente. Las tonterías de Trump no van a ningún lado”.
Galina interviene para decir que está perdida con lo que se sucede en EE.UU. “La ayuda había sido eso, ayuda, Toda la ayuda que dio Biden no tenía intereses y según entiendo no la teníamos que devolver”, dice esta mujer, que se queda en silencio un rato para luego exclamar: “Es un chantaje”.
No es la primera persona que lo dice. Este término empezó a hacerse más y más frecuente desde que los ucranianos entendieron que el acuerdo propuesto por Washington, al menos los primeros borradores, pretendía que Ucrania le cediera la explotación y las ganancias de algunos de sus recursos minerales, incluidas las tierras raras, para pagar los 100.000 millones de dólares que Estados Unidos ha dado a Ucrania en ayuda, especialmente militar.
“Igualar a una víctima con un atacante que tiene las manos llenas de sangre, no sé ni cómo comentarlo. Estoy aterrada con lo que está pasando”, vuelve a intervenir Valentina que luego se extiende en lo que ha hecho Trump en los últimos días que ella no puede entender: llamar a Zelenski dictador, insinuar que Ucrania comenzó la guerra y presionar a Ucrania para que firme un acuerdo en el que ceda la explotación de sus riquezas minerales sin entregar nada a cambio. Especialmente sin prometer garantías de seguridad que eviten que Rusia no vuelva a invadir a Ucrania en un futuro. Y que es el clamor que se escucha en las calles, en el Gobierno y los medios ucranianos. En una rueda de prensa el domingo pasado Zelensky dijo que no iba a hipotecar generaciones de ucranianos de esa manera.
“Yo creo que el pueblo ucraniano no ve a los Estados Unidos de la misma manera que antes”, sentencia Oksana, dueña de una peluquería en la zona de Podil. “Estamos agradecidos, pero no se puede confiar en Trump, admirador de Putin que no entiende que nosotros fuimos los atacados”, cuestiona esta mujer de 45 años que habla mientras atiende a una de sus clientas. “No, el pueblo ucraniano no aceptará dar nada porque ya dimos mucho”, sentencia.
Los ucranianos ha tenido sentimientos encontrados hacia Washington desde el comienzo de la invasión. Por un lado, están enormemente agradecidos por el apoyo, especialmente a nivel militar, que han recibido. “Sin ese apoyo posiblemente no estaríamos hoy aquí”, confirma Igor un militar que se ha montado en uno de los trenes que ayer se dirigía de Kyiv a Kramatorsk. “Todos creímos en las palabras Biden de que nos apoyarían hasta que fuera necesario. Pero al mismo tiempo siempre dudó y tardó en aprobar armas que hubieran ayudado a cambiar la guerra si se hubieran entregado a tiempo”.