A la vuelta de un final de año espeluznante, los surcoreanos se agarran al más tímido brote verde para abrir sus informativos con una buena noticia. Tras cinco años seguidos de caída de la población y nueve de retroceso de la tasa de fertilidad, las surcoreanas, a la cola del mundo, acaban de invertir la tendencia. Por primera vez en casi una década, se ha registrado una mejora respecto al año anterior y la tasa de fertilidad ha pasado de 0,72 hijos por mujer, a 0,75.
Dicho de otro modo, para producir tres bebés, son necesarias cuatro surcoreanas. Algo terriblemente lejos de la tasa de fertilidad de 2,1 hijos por mujer, que garantiza el recambio generacional. Pero un cambio de tendencia, al fin y al cabo.
En números absolutos, en 2024 nacieron 238.300 bebés, lo que supone un incremento de 8.300 respecto a 2023. Un respiro, teniendo en cuenta el descenso acelerado, año tras año, desde 2015, cuando nacieron 438.400, doscientos mil más que ahora.
De todos modos, los demógrafos no lanzan las campanas al vuelo. Afirman que el repunte obedece a diversos factores que podrían no repetirse. Por un lado todavía hay un número relativamente grande de treintañeros -la edad de procrear en Corea del Sur- nacidos entre mediados de los ochenta y mediados de los noventa, pero su proporción decrecerá a partir de 2027.
Por otro lado, los dos o tres años duros de pandemia redujeron en gran medida el número de bodas, en un país donde el 95% de los bebés nacen dentro del matrimonio (en Japón, todavía más). Ese embotellamiento a las puertas del registro civil, en 2023, habría propiciado un elevado número de retoños en 2024.
Pero 200.000 menos que en 2015
En 2024 nacieron 8.300 surcoreanos más, por el repunte de bodas tras la covid
Como factores coadyuvantes, los últimos dos años y medio pusieron en la palestra al presidente más conservador en muchos años, Yoon Suk Yeol, empeñado en revertir desde el poder algunos de los avances del feminismo. Simultáneamente, los precios de la vivienda, que crecían de forma estratosférica, se han ralentizado, como la economía en general.
En la metrópolis de Seúl, donde viven uno de cada cinco surcoreanos, la situación es todavía más crítica. Aunque sus aceras están entre las mejores de Asia, es muy raro ver en ellas cochecitos de bebé, como es excepcional ver mujeres embarazadas, por la sencilla razón de que, quizás por primera vez en la historia de la humanidad, en la capital de una nación, la mayoría de sus mujeres nunca serán madres (la tasa de fertilidad en Seúl está en el 0,53%). Ni sus hombres, padres.
La caída en picado de la natalidad en Corea del Sur, muy acentuada desde la década pasada, ha colocado al país “a las puertas de la extinción”, según los más alarmistas. Aun después del ligero repunte anunciado este miércoles, la tasa de fertilidad en los países de la OCDE más que dobla a la de Corea del Sur, pese a su discreto promedio de 1,51 hijos por mujer.
El parche, en el caso de la Europa del Sur, donde la situación es igualmente crítica, es la inmigración. Pero esta es mucho más controvertida en Corea y no digamos en Japón, de manera que, aunque ha ido aumentando, sigue lejos de las cifras occidentales.
El aumento de la natalidad es una especie de victoria póstuma del defenestrado presidente Yoon Suk Yeol, que prometió elevar la tasa de fertilidad a un hijo por mujer en 2030. Los miles de millones invertidos por él y por sus predecesores habían arrojado hasta ahora resultados poco alentadores. Entre otros motivos, porque la incorporación de la mujer al trabajo remunerado no ha supuesto en Corea del Sur -como en Japón- ningún alivio para su papel tradicional en el hogar. Algo incompatible con la jornada laboral coreana, que típicamente agota el máximo legal de 52 horas laborables por semana (que Yoon quería ampliar a 69 horas).
En cualquier caso, el Comité Presidencial de Política Demográfica para una Sociedad que Envejece (así se llama) se ha felicitado por el aumento de un 15% en el número de matrimonios en 2024, por lo que ve factible “alcanzar una tasa de 0,79 hijos por mujer”.
En cualquier caso, el ligero aumento en el número de nacimientos no llegó a compensar en 2024 el incremento aún más pronunciado de los fallecimientos, en una sociedad que, efectivamente, envejece. De manera que la población de Corea del Sur sigue disminuyendo, por quinto año consecutivo. China, por su parte, lleva tres años perdiendo población, aunque su media de edad está en 40 años, en comparación con los 45 años y medio en Corea del Sur. Japón peina aún más canas, ya que su edad media roza ya los 50.
Los surcoreanos, que hace setenta años, tras la guerra, eran mucho más pobres que los indios o los chinos, han firmado una historia de éxito económico. Las dos últimas generaciones, además, han disfrutado del progreso en libertad, desde la apertura democrática de finales de los ochenta.
Conciliación familiar imposible
En Seúl, más de la mitad de las mujeres nunca será madre
Demográficamente, la esperanza blanca del pueblo coreano es la reunificación, pero esta parece ahora mucho más lejana que hace veinticinco años. Corea del Sur sigue doblando en población a Corea del Norte, pero la diferencia se está reduciendo, ya que la tasa de fertilidad en esta última, aunque ha ido reduciéndose, se mantiene en 1,8 hijos por mujer.
En cualquier caso, otros países asiáticos en relativo ascenso, como Tailandia, Indonesia o Vietnam -no digamos Filipinas- miran ahora a Corea del Sur con la admiración antes reservada a Japón, con la diferencia de que ellos temen “hacerse viejos antes de hacerse ricos”.
Aunque Corea del Sur nunca había gozado de una proyección internacional comparable a la de los últimos años -gracias al salto tecnológico de sus empresas y al atractivo de su cultura popular- la sensación de haber tocado techo -como le sucedió a Japón en los noventa- lleva un tiempo extendiéndose de puertas adentro. La alarma finalmente saltó fronteras con la anacrónica intentona golpista del presidente Yoon Suk Yeol, en diciembre pasado, antes de ser depuesto.
Para más inri, cerró el año el peor accidente de aviación de su historia, con 179 muertos, cuando un Boeing de Jeju Air que había despegado de Bangkok no pudo desplegar el tren de aterrizaje durante su descenso, en el aeropuerto coreano de Muan.
En una última humillación, la autoridad interina surcoreana entregó las cajas negras a Boeing, que se las llevó a Estados Unidos para su inspección. En el colmo de la mala suerte, los dos minutos finales de conversación de los pilotos, que habrían podido dilucidar si se trató de un fallo mecánico o humano -o como se difundió, fruto del impacto de aves- no habrían podido ser recuperados.
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Tras concluir su última declaración, no menos desafiante que las anteriores, Yoon Suk Yeol se inclinó ayer martes ante el Tribunal Constitucional que examina su destitución como presidente.
Declaración final ante el Constitucional
Yoon Suk Yeol acusa a la oposición de estar “a las órdenes de Pyongyang”
Todo depende ahora de los ocho -máximo nueve- magistrados del Tribunal Constitucional que deberán dictaminar en los próximos días la legalidad de los argumentos con que la Asamblea Nacional de Corea del Sur destituyó en diciembre pasado a Yoon Suk Yeol, con una mayoría de dos tercios, por su declaración de la ley marcial y su asalto armado a la sede de la soberanía. El presidente depuesto, que lleva varias semanas bajo custodia, tras echarle un pulso al estado, atrincherado en su residencia oficial en el perímetro del ministerio de Defensa, sigue en sus trece. Ayer martes, en su declaración final, ante el Tribunal Constitucional (11 sesiones y 16 testigos) lamentó “la confusión” causada por su efímera ley marcial -desbaratada por los legisladores de la oposición que acudieron en tropel al Parlamento antes de media noche, como sucedió en Turquía aquel 15 de julio de 2016. Con la diferencia de que en Ankara los F-16 de los insurrectos llegaron a bombardear la Asamblea y el episodio dejó más de 250 muertos -sobre todo en Estambul- mientras que en Seúl, los helicópteros militares transportaron a unidades de élite, armadas hasta los dientes, pero no se disparó un tiro.
En cualquier caso, tal como hizo el 3 de diciembre, Yoon insistió en que la ley marcial entra dentro de sus competencias y que estaba justificada porque la oposición, mayoritaria en el parlamento, “obedece a Corea del Norte, a Rusia y a China”. A este último país ha venido acusándolo además de haber manipulado las últimas elecciones legislativas surcoreanas, que se celebraron con él mismo como presidente. Un relato anacrónico sobre “enemigos del estado” que encuentra eco en la ultraderecha coreana, especialmente representada entre las filas de veteranos del ejército y en determinadas macro iglesias evangélicas.
Estos elementos, con el añadido de algunos jóvenes movilizados por influencers en YouTube, constituyen la infantería que en la calle -aunque en franca minoría frente a los demócratas- defiende a capa y espada la rehabilitación de Yoon Suk Yeol y que sea la oposición en pleno la que ingrese en prisión. A diferencia de las protestas masivas y modélicas frente a la Asamblea Nacional, en favor de la destitución y detención de Yoon, los defensores de este vandalizaron los juzgados que, en primera instancia, mandaron a la cárcel al político ultra, antiguo fiscal general del estado.
Este se mostró ayer apenado por las actuales tribulaciones legales de estos mozos. También quiso ganarse al tribunal, alegando que, si le exoneran y rehabilitan, piensa dedicar su mandato a reformar la Constitución, contemplando la reducción de su propio mandato. Pero la última palabra ya no la tiene Yoon, sino los magistrados del Constitucional. Si un mínimo de seis convalidan la inhabilitación, la República de Corea deberá volver a elegir presidente en las urnas en un plazo de sesenta días, a fin de salir de la interinidad.