Hay que dejar a un lado el ruido y la furia desatados por Donald Trump en los últimos días contra Volodímir Zelenski porque es probable que se deban al miedo a quedar como un fracasado ante el mundo en una negociación sobre la guerra de Ucrania que no tiene más remedio que afrontar, a menos que se haya entregado a Rusia, cegado por su rencor hacia el presidente ucraniano por no ayudarle en su campaña contra Joe Biden en el 2019 y por su admiración patológica por los liderazgos fuertes como el que encarna Vladímir Putin.
El Kremlin acogió tan bien ese entreguismo de Trump en la reunión en Arabia Saudí –con la rehabilitación de Putin, la promesa del levantamiento de sanciones, la oferta de negocios con EE.UU., la negativa al ingreso de Ucrania en la OTAN y la obligación a este país de renunciar a recuperar territorio ocupado, la marginación de los ucranianos en una mesa de diálogo...–, que no tuvo necesidad siquiera de insinuar contrapartidas, al menos públicamente.
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Militares ucranianos preparan un cañón autopropulsado para lanzarlo hacia posiciones rusas en la región de Donetsk, el 22 de febrero del 2025
En Riad, la delegación estadounidense estaba encabezada por debutantes recién salidos de casa: el empresario inmobiliario Steve Wittcoff (cuyo único crédito es haber convencido a un amigo de EE.UU., Beniamin Netanyahu, de un alto el fuego con Hamas), el consejero de Seguridad Nacional, Mike Waltz, y el secretario de Estado, Marco Rubio. El trío tenía delante al ministro de Exteriores Serguéi Lavrov (el mundo entero está en su cabeza), al veterano asesor Yuri Ushákov y al financiero Kirill Dmítriev, hombre de muchos contactos. Todos ellos conocen muy bien a los americanos.
Los rusos pudieron constatar, con tanto ofrecimiento, la voluntad de Trump de alejar a Rusia de China (cosa en realidad nada fácil), pero sería muy ingenuo pensar que se creen todo el teatro de Trump a costa de Ucrania. Están preparados para la negociación, y ahí puede ocurrir de todo. ¿Moscú podría volver a su planteamiento anterior a la gran invasión, la exigencia –presentada a Joe Biden– de retomar la arquitectura de seguridad anterior a 1997?
La analista Tatiana Stanóvaya ha avisado de que “será un largo proceso de negociación en el que Moscú está dispuesta a aceptar cualquier resultado, desde acuerdos limitados hasta el fin de todo diálogo e incluso una escalada militar. Los dirigentes rusos tratarán de evitar esta última opción, pero no a cualquier precio”. En este sentido, la opción más barata podría ser simplemente un alto el fuego: Rusia ganaría un respiro en su campaña militar y Trump salvaría, si no los muebles, al menos una mesilla de noche.
Rusia cuenta con que Trump puede cansarse y contentarse con un alto el fuegono importa cómo
John Bolton, veterano halcón de Washington que fue un sufrido asesor de Trump, dijo esta semana que el presidente “no es alguien que juegue al ajedrez en tres dimensiones” y que “no tiene una estrategia”. Rusia cuenta con que podría cansarse de todo el asunto y contentarse con ese alto el fuego no importa cómo. Hay que recordar, en este sentido, el fiasco de Trump en su negociación con el norcoreano Kim Jong Un, quien por cierto ahora envía tropas, obuses y misiles a Rusia, sin que al presidente parezca importarle.
Pero un alto el fuego mientras se sigue negociando un acuerdo final siempre es algo muy resbaladizo. Sobre todo porque si hubieran de supervisarlo tropas europeas –con o sin la ayuda de Brasil y China (?), como se ha rumoreado– estas habrían de tener unas normas de confrontación en caso de que sea violada la tregua. Si no las hay, los agresores siguen adelante, como ocurrió en la masacre de Srebrenica en 1995, en presencia de los cascos azules de la ONU.
Lo que demanda Zelenski, aun sabiendo que tendrá que ceder territorio, son garantías de seguridad para Ucrania que impidan un nuevo ataque ruso. Que se sepa, esto no ha desaparecido de la base negociadora, a pesar de la cacofonía de la Administración Trump.
Flota la idea arriesgada de garantizar a Ucrania el ingreso en la OTAN si Rusia viola el acuerdo al que se llegue
Así las cosas, vista la sucesión de palos propinados a Zelenski, hay que preguntarse por la zanahoria que Trump pueda ofrecerle. El primer palo fue no permitir que Kyiv llegara a la mesa de diálogo en cierta posición de fuerza, como deseaba el enviado presidencial para Ucrania, el general retirado Keith Kellogg, cuyo papel ha sido limitado por Trump, al parecer a petición de Moscú. Trump no ha querido dar ninguna facilidad a Ucrania, incluso ha suspendido la ayuda de carácter civil. Las fuerzas ucranianas resisten hoy con el último paquete de armas de Biden y contarán para los próximos meses con un nuevo suministro europeo (más otro alemán). Pero el colmo de la presión a Zelenski fue la exigencia de que firmara un documento cediendo a EE.UU. el 50% de los beneficios de los recursos mineros de Ucrania en pago por la ayuda ya suministrada. La negativa provocó los insultos de Trump, pero también una renegociación del asunto.
Según funcionarios de Washington consultados por la cadena NBC, ahora se estaría considerando garantizar a Ucrania el ingreso automático en la OTAN si Rusia viola el acuerdo al que se llegue. De ser esto cierto, también lo sería que Trump metió la pata con Rusia y se ve obligado a reaccionar. Eso sería no solo la gran zanahoria, sino echar toda la carne en el asador porque, al menos en teoría, meter en la OTAN a una Ucrania atacada de nuevo activaría el artículo 5 de la Carta Atlántica y llevaría a los aliados a la guerra con Rusia. Hay que fijarse en lo que también dijo John Bolton: “Pensé que Trump se retiraría de la OTAN, y no lo ha hecho todavía, pero ya se empieza a oír la música”, es decir, su intención de retirar tropas norteamericanas de Europa.
El ataque contra Zelenski ha tenido el efecto previsible del cierre de filas ucraniano y la reacción de los europeos, que acuden en su auxilio. Pero en el fondo también en auxilio de Trump. Quizá no esté todo perdido.