Europa contra la fuerza bruta de Trump y Putin

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La complejidad importa para entender las crisis de identidad que afrontan muchas naciones, la ansiedad de sus ciudadanos, las promesas de soluciones que no llegan y la búsqueda de alternativas en los márgenes del sentido común. La complejidad, sin embargo, es difícil y en estos tiempos de satisfacción inmediata los presidentes prefieren ignorarla. Los problemas no se resuelven por mucho que se simplifiquen, pero simplificar siempre ha sido el camino más fácil, el que utilizamos para vivir en el autoengaño, algo más satisfechos, aunque mucho más equivocados.

Los alemanes tomarán mañana una decisión muy compleja. Tal vez sea la última oportunidad que tengan de impedir la llegada del neofascismo al poder. Conservadores y socialdemócratas pueden impedirlo, pero su probable alianza no servirá de nada si no logran poner en valor la prudencia, la aversión a los líderes carismáticos y a las guerras, principios que han servido para hacer grande a Alemania y que también forman parte del ADN europeo.

La prudencia es compleja. Es contraria al riesgo y la estridencia. Favorece la estabilidad, pero es aburrida. El prudente parece estar siempre a la defensiva, falto de la energía y la luz que embellecen al héroe. Hoy no tiene muchos seguidores, pero la sabiduría ancestral premia su tesón de hormiga bien organizada.

Alemania, igual que Europa en su conjunto, es un territorio de hormigas postheroicas acomodadas a la paz. Su ambición no es solo material. Trabaja para un bienestar que, por encima de todo, favorezca la igualdad y evite las guerras. Europa es una idea que coloca al hombre en el centro de la organización política.

Carnival dancers perform in front of the party logo at the main election campaign event of the Christian Democratic Union with CDU top candidate for chancellor Friedrich Merz ahead of the German federal Bundestag elections on Sunday, in Oberhausen, Germany, Friday, Feb. 21, 2025. (AP Photo/Martin Meissner)

Fin de campaña de la CDU ayer en Oberhausen (Renania del Norte-Westfalia)

Martin Meissner / Ap-LaPresse

Estados Unidos también es una idea que defiende la libertad individual y el pluralismo, pero la gran diferencia con Europa es que su territorio está en manos de héroes belicosos, empeñados en ser más y más grandes.

La complejidad que tantas veces atenaza a la vieja Europa se simplifica en la infantil y vitalista América . Trump es el producto más exagerado de este reduccionismo. Para él, la fuerza que emana del dinero y el territorio lo soluciona todo. “Los fuertes hacen lo que pueden y los débiles soportan lo que deben”, decía Tucídides a propósito de las guerras del Peloponeso y ahora, 2.500 años después, Trump cree que no hay mejor manera de definir el poder, como si el mundo fuera hoy tan brutal como entonces.

La fuerza bruta simplifica los problemas, pero no soluciona nada. Puede ser útil para desahuciar a unos vecinos y levantar una torre nueva, pero no para solucionar conflictos tan complejos como Ucrania y Palestina. Se puede gentrificar un barrio, pero no un país.

Como a todo promotor inmobiliario, a Trump le gustan los planos y los mapas. Despliega el mapamundi y ve que Groenlandia, lógicamente , debería ser suya. Lo vio hace tiempo, durante su primer mandato , cuando propuso a Dinamarca que se la cediera a cambio de Puerto Rico.

El centro aguantará en Alemania porque es la mejor ‘posesión’ que tiene Europa

Permutar terrenos es habitual entre promotores inmobiliarios, como lo era también entre los estadistas del mundo de ayer, el de las guerras coloniales, el caudillismo y el vasallaje.

Los mapas marcan fronteras que representan países que son propiedades y que sirven, sobre todo, para hacer la guerra. Por eso los militares son los mejores. No sirven, sin embargo, para representar la complejidad humana. En los mapas, por ejemplo, no hay grupos étnicos o lingüísticos. En los que manejan Trump y Putin no hay personas. Solo posesiones. La gente es una molestia para cualquier imperialista porque es compleja, se mueve sin cesar y a menudo se encuentra en el lado incorrecto de la frontera.

Europa sabe que los mapas complican el mundo. Lo simplifican tanto que es mejor no tenerlos en cuenta. La Unión Europea demuestra que la vida de verdad se construye mejor entre personas que entre territorios.

Que la fuerza sea hoy necesaria para defender un territorio se debe a que todavía hay naciones expansionistas, ningunas más peligrosas que la Rusia de Putin y los EE.UU. de Trump.

La riqueza de las naciones, sin embargo, hace tiempo que ya no depende de la extensión de las fronteras. Trump no necesita poseer Groenlandia para beneficiarse de sus riquezas y su geografía. Dinamarca, hasta ahora uno de sus más sólidos aliados, seguro que se avenía a negociar concesiones mineras y bases militares.

Un iPhone se diseña en California y se ensambla en China con piezas de muchos países. El nacionalismo geográfico que emana de los mapas no ayuda a producir bienes de consumo y ofrecer servicios de la manera más efectiva posible.

Europa lo sabe muy bien. El mercado común es su gran fuerza interior, una comunidad de 450 millones de personas. La UE es el pacto, la razón por la que el centro aguantará mañana en Alemania la embestida del neofascismo.

El centro es aburrido porque es discreto. Lo forman la mayoría de ciudadanos, los que no se asustan, los que no quieren resolver sus problemas con la fuerza de las armas o la retórica imperial, sino con el diálogo, el consenso y los valores que nos humanizan.

Los mapas, como los que manejan Trump y Putin, sirven, sobre todo, para hacer la guerra

A los europeos y, sobre todo a los alemanes, la historia nos pesa de una manera extraordinaria. Es una losa que, sin embargo, no tenemos solo sobre los hombros sino también bajo los pies. Nos marca el camino y esta es una gran ventaja sobre los imperialistas de Washington y Moscú.

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