Fiel a su estilo aturdidor, Donald Trump ha sembrado conmoción al incitar la expulsión de los dos millones de palestinos de Gaza para erigir allí un resort, propiedad de EE.UU. Aunque su propuesta –ilegal bajo el derecho internacional– carezca de detalles y enfrente barreras políticas, económicas y morales como mínimo, el eco de su fantasía persiste.
“No parece algo factible, pero no ha impedido que Trump siga hablando de ello, e incluso lo haya elevado, cuando algunos de sus funcionarios intentaron suavizarlo”, dice a La Vanguardia Michael Hanna, director del programa de EE. UU. en el International Crisis Group. Mientras el presidente insiste en que Israel le “entregará Gaza” y que tras su negocio inmobiliario hay una supuesta voluntad de mejores condiciones de vida para los gazatíes, éstos se niegan a abandonar su hogar, incluso a pesar de que Israel lo haya dejado casi inhabitable. “Han luchado para quedarse en su tierra. No van a salir y no permitirán que ningún poder, sea Israel o Estados Unidos, los saque”, afirma Mohamed Hamarsha, analista del think tank palestino Al Shabaka.
El ejército israelí tiene orden de crear un plan de ‘traslado’, lo que permite a Netanyahu calmar la crisis con sus socios ultras
Por eso, enfatiza Hanna, “no suena razonable” y “posiblemente requeriría violencia significativa”. “Existe la cuestión de adónde irían estas personas, cómo se trataría con ellas y quién correría con los gastos”, completa. En este sentido, Egipto y Jordania, dos países de fuertes lazos con Washington que Trump exhibió como futuros receptores, se han opuesto de lleno, además de que a los dos les supondría “una amenaza existencial”, según Hamarsha. No solo por las dificultades económicas y de seguridad de absorber a dos millones de desplazados, sino por el rechazo de sus sociedades, las cuales abrazan la causa palestina.
Frente al repudio global y regional –de parte también de Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Qatar, monarquías del Golfo que son aliadas de EE.UU.–, ¿por qué persevera Trump? Para varios analistas, entre ellos Hamarsha, su postura extrema podría servirle de canje en futuras negociaciones. Por ejemplo, en la potencial normalización de relaciones entre Israel y Arabia Saudí. Retirar su incendiaria idea como concesión en los diálogos con el reino liderado por Mohamed bin Salman es una de las teorías, replicando la estrategia que utilizó con Emiratos en el 2020, cuando insinuó una anexión israelí de Cisjordania para luego cambiarla por la firma de los Acuerdos de Abraham.

Netanyahu ha recibido un balón de oxígeno de Trump para lidiar sus socios ultraconservadores
Hamarsha, en conversación con La Vanguardia , también estima que Trump “está utilizando este discurso extremo para poner un poco más de presión a Hamas” de cara a la nueva ronda sobre la segunda fase de alto el fuego en Gaza, que está cruda y cumple ya una semana de retraso.
Hanna considera que “no está claro qué es lo que estaría negociando”. “¿Estados Unidos está realmente interesado en presionar a sus socios tradicionales de una manera que podría desestabilizarlos?”, se pregunta. Tampoco cree que ayude a avanzar con las etapas dos y tres de la tregua con Hamas porque “habló de todos estos planes fantásticos, sin sugerir que EE.UU. vaya a hacer el máximo esfuerzo para asegurarse de que el cese de la violencia se mantenga”, y poco se puede progresar “si los palestinos ahora piensan que están negociando su eventual salida de su territorio”.
Donde sí ha calado fuerte Trump es en Israel, donde el propósito del Gran Israel no es del presidente sino que es histórico, arraigado en el sionismo. El premier Beniamin Netanyahu, sin hacer nada, presenció el martes cómo la Casa Blanca rompía el tabú de la expulsión forzada de palestinos. “Esta es la primera buena idea que he oído”, dijo. Una idea con la que coqueteó la Administración Biden mientras apoyaba los ataques israelíes en Gaza, al plantear “corredores humanitarios” temporales a Egipto.
“El discurso de limpieza étnica y de expulsión está normalizado por la inacción hacia el genocidio de los últimos 15 meses. Está normalizado hablar de los palestinos como si fueran animales”, sostiene el analista de Al Shabaka.
Las reacciones
“Han luchado para quedarse en su tierra. No van a salir y no permitirán que ningún poder los saque”, analizan en un think tank
En este tiempo, los ultranacionalistas israelíes defendieron alentar “la emigración voluntaria”. Hoy afirman que es “la única solución”. El ejército israelí ya ha recibido la orden de diseñar un plan de “traslado” de palestinos que “deseen emigrar”, una medida que le ofrece asimismo a Netanyahu calmar la crisis política con sus socios ultras y que, según encuestas de los últimos días, recibe el apoyo de 7 de cada 10 israelíes. La discusión interna se está centrando en si es posible o no, y apenas unos pocos, los críticos de siempre, piden detenerse a pensar si es moral o no. “Hablar así le da un impulso enorme a la extrema derecha israelí. Y la política ahora cambia de foco y muchas personas están hablando sobre facilitar ‘la emigración voluntaria’ –concluye Hanna–. Normalizar la idea de la transferencia como una solución a la cuestión palestina es un resultado muy malo”.