La noticia sobresaltó a toda Europa a primeras horas de la mañana del pasado miércoles. Dos individuos encapuchados y armados con fusiles de asalto kaláshnikov irrumpieron en la estación de metro de Clemenceau, en Anderlecht –uno de los municipios que integran Bruselas–, disparando al aire, aparentemente con afán meramente intimidatorio, antes de huir por los túneles del suburbano. No hubo ningún herido y la única repercusión para la ciudadanía fue la interrupción del servicio en varias líneas. ¿Otro atentado terrorista? Para alivio general, pronto se descartó esta posibilidad.
Pero ¿realmente hay de qué aliviarse? Todo indica que el suceso de la estación de Clemenceau, grave por todo lo que implica, es un episodio más de la guerra sin piedad que libran las bandas de narcotraficantes por el control del territorio, en Bélgica y en toda Europa. El miércoles no hubo víctimas, pero sí hubo un herido en otro tiroteo el jueves en la misma zona. Y en la madrugada del viernes, un tercer tiroteo en el barrio de Peterbos, también en Anderlecht, dejó un muerto.
Bandas como la neerlandesa Mocro Maffia o la francesa DZ Mafia están detrás de decenas de asesinatos
Bélgica y los Países Bajos son uno de los principales focos del narcotráfico en Europa, que tiene en los puertos de Amberes y Rotterdam los principales puntos de entrada en la UE de la droga procedente de Colombia y México.
El grupo organizado más activo en ambos países, con extensiones en Alemania y España, es la llamada Mocro Maffia, una banda extremadamente violenta que saltó al foco de la actualidad en el 2022 tras amenazar a la princesa Amalia de los Países Bajos y al primer ministro Mark Rutte si no se liberaba a su líder, Ridouan Taghi, detenido en Abu Dabi y extraditado a La Haya. Juzgado en el llamado proceso Marengo, junto a una quincena de cómplices, por 13 asesinatos perpetrados entre 2015 y 2017, fue condenado el año pasado a cadena perpetua. Lo cual no ha impedido que siga dirigiendo la organización.
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Despliegue policial en Bruselas, el miércoles pasado, tras el tiroteo en una estación de metro
La Mocro Maffia surgió en los años noventa en los barrios de la comunidad marroquí de Amsterdam, dedicada inicialmente a la importación de cannabis –de consumo legal en los Países Bajos– procedente de Marruecos. Después daría el salto a la cocaína, de la que se estima que controla una tercera parte de la que se distribuye por toda Europa, según el Institute for Security Studies (ISS), que la considera “una amenaza para Europa y el Norte de África”. Se trata de una banda de procedimientos brutales, a la que se atribuyen un centenar de asesinatos –ha matado a testigos, abogados, periodistas...– y que recurre a las torturas y las decapitaciones como método de intimidación.
No es el único caso en Europa con este nivel de violencia. El 2 de octubre pasado un chaval de 15 años fue salvajemente apuñalado –recibió 50 heridas de arma blanca– y quemado vivo en un polígono de viviendas sociales de Marsella, Fonscolombes, por una banda del barrio. El muchacho, armado con una pistola, había sido contratado por 2.000 euros por un miembro de la organización criminal conocida como DZ Mafia para intimidar a un rival, pero fue descubierto. Tras su muerte, el mismo capo que lo había contratado encargó a otro adolescente de 14 años –esta vez, por 50.000 euros– el asesinato de un miembro de la otra banda como venganza. Solo que, a causa de una discusión absurda, acabó matando al conductor de VTC que le había conducido hasta el barrio y que nada tenía que ver.
El doble suceso puso de nuevo en evidencia la gravedad del problema del crimen organizado en la segunda ciudad de Francia y desveló un fenómeno inquietante: la extrema juventud de los sicarios contratados por las bandas de narcotraficantes. Un informe de Europol del pasado noviembre constataba que los menores –de entre 13 y 17 años- tienen un papel cada vez más activo en las bandas europeas dedicadas al narcotráfico, generalmente como vendedores callejeros o correos, actividad que ahora se ha extendido a la extorsión e incluso al asesinato.
Marsella, la capital de la French Connection , tiene una vinculación histórica con el crimen organizado. Pero allí donde antaño prosperaron los grupos mafiosos de origen corso e italiano hoy se han enseñoreado las bandas de magrebíes de los barrios del norte de la ciudad, en medio de violentísimas disputas territoriales. En el 2023, uno de los peores años, la lucha por los puntos de venta de droga y los ajustes de cuentas dejaron un sangriento balance de 49 muertos. El año pasado las víctimas fueron una veintena. La DZ Mafia, cuyo nombre alude a Dzaïr (Argelia), empezó a despuntar precisamente hace dos años tras su victoria en la guerra de bandas. Dirigida desde el extranjero por Mejdi Abdelatif Laribi, alias Tic , hoy es uno de los mayores dolores de cabeza de la policía francesa.
La Mocro Maffia y la DZ Mafia son solo dos ejemplos de una realidad que se extiende como una gangrena por toda Europa. Un revelador informe de Europol hecho público el año pasado ofreció la primera foto panorámica del fenómeno del crimen organizado en el continente: en la UE operan actualmente al menos 821 grupos criminales organizados integrados por 25.000 miembros, la mitad de los cuales se dedican al narcotráfico. La mayoría son trasnacionales, aunque cada cual concentra geográficamente su actividad en un máximo de dos o tres países. El 71% recurre a la corrupción para asegurar sus negocios y el 68%, a la violencia. Y la casi totalidad –el 86%– ha infiltrado la economía legal con empresas normales, bien sea para amparar sus tráficos ilícitos, bien sea para blanquear sus ganancias. En palabras de la directora de Europol, Catherine De Bolle, se trata de “redes activas y peligrosas que amenazan la seguridad interior de la UE”.
El incidente de Bruselas no era terrorismo, no. Pero no es menos inquietante.