La nueva guerra de las galaxias de Trump

Defensa

El presidente recupera la idea de proteger EE.UU. con satélites armados frente a ataques nucleares, pero los expertos dudan de su eficacia

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Una imagen del lanzamiento de un cohete balístico ruso en el 2022 

HANDOUT / AFP

A finales de la década de 1980, el físico Edward Teller, padre de la bomba de hidrógeno, y el astrofísico Lowell Wood propusieron un plan de apariencia estrambótica para defender a Estados Unidos de un ataque con misiles. El sistema “Guijarros Brillantes” preveía poner en órbita terrestre baja miles de pequeños satélites cargados con misiles termoguiados capaces de destruir las armas nucleares soviéticas entrantes mucho antes de que liberaran sus ojivas. La idea acabó por abandonarse; en buena medida, porque la tecnología parecía todavía lejana. Ahora Donald Trump la está resucitando.

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En la campaña electoral, Trump prometió construir para Estados Unidos una Cúpula de Hierro, en una alusión al sistema israelí de defensa antimisiles. La referencia no es del todo adecuada. El sistema israelí está diseñado para eliminar cohetes de corto alcance. Trump tenía en mente, y así lo explicitó en una orden ejecutiva publicada el pasado 27 de enero, un esfuerzo más ambicioso para detectar y neutralizar misiles balísticos intercontinentales (ICBM) y similares. Estados Unidos ya cuenta con un sistema diseñado para ello, la Defensa Terrestre a Medio Curso (GMD), que tiene interceptores en Alaska y California.

Un proyecto como el que tiene Trump en la cabeza tiene un problema: su coste estratosférico

La propuesta de Trump es diferente en varios aspectos importantes. Uno es su alcance. El GMD está destinado a repeler ataques limitados que involucren un pequeño número de misiles balísticos, como los que podrían llegar como consecuencia de un ataque de Corea del Norte. En cambio, se supone que el escudo de Trump bloqueará “cualquier ataque aéreo extranjero”, lo que no solo tendrá en cuenta misiles de crucero y balísticos, sino también un ataque estratégico a gran escala por parte de Rusia o China con muchos cientos de misiles a la vez.

Los críticos de la defensa antimisiles afirman que eso es una locura, porque suele ser más barato construir sistemas ofensivos adicionales que interceptores para detenerlos. Rusia y China (que están construyendo sus propios escudos antimisiles) han aducido también que las defensas estadounidenses corren el riesgo de socavar la disuasión nuclear, porque algún día podrían permitir a Estados Unidos atacar a sus enemigos sin temor a represalias. Los defensores del plan replican que la amenaza de los misiles ha cambiado: los misiles no nucleares de largo alcance pueden ahora paralizar las instalaciones militares en el territorio continental estadounidense, lo que permitiría a los enemigos obligar a Estados Unidos a mantenerse al margen de una guerra lejana.

TOPSHOT - A military aide carries the nuclear

Un militar lleva la maleta nuclear del presidente que contiene los códigos y otros sistemas para activar el armamento en EE.UU. 

MANDEL NGAN / AFP

En cualquier caso, el diseño preferido por Trump es también llamativo. El GMD apunta a los misiles entrantes cuando están en mitad de vuelo. En teoría, es más fácil derribar un misil en su “fase de impulso” (al elevarse), cuando se mueve más lentamente. El problema es que se trata de un momento fugaz: de tres a cinco minutos en el caso de los ICBM. La nueva orden prevé “interceptores espaciales proliferados capaces de interceptar en fase de impulso”. Eso equivale a un sistema similar al de los Guijarros Brillantes: muchos satélites pequeños y armados, algunos de los cuales estarían en todo momento sobre Rusia, China y otros países considerados enemigos.

El coste de construir ordenadores diminutos y poner miles de ellos en órbita es mucho menor que en los tiempos de Teller (en parte, gracias a Elon Musk). De todos modos, sigue siendo carísimo y puede absorber una buena parte del presupuesto de defensa. Estados Unidos necesitaría 500 satélites en total para tener solo tres o cuatro interceptores capaces de alcanzar las plataformas de lanzamiento de Corea del Norte, estima Bleddyn Bowen, de la Universidad de Durham; y es probable se necesiten cientos más, añade.

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Un desafío técnico clave será la construcción de sensores espaciales con un “seguimiento de calidad de control de fuego”, sensores lo bastante buenos para detectar y rastrear misiles enemigos y guiar a los interceptores hacia ellos, afirma Tom Karako, del centro de estudios CSIS. Ahora bien, si se demuestra que la tecnología está madura, las consecuencias podrían ir más allá de la defensa antimisiles. “Veremos la aparición, la comprensión gradual y, al final, la aceptación de los ‘disparos espaciales’”, afirma Karako, con unos satélites capaces de apuntar, con medios tanto explosivos como electrónicos, a objetivos en tierra, en el aire y a otros satélites en órbita.

Son muchos los escépticos. Trump planteó ideas similares en su primer mandato, pero no las respaldó con dinero. El gasto para una Cúpula de Hierro estadounidense competirá con una serie de otras prioridades, desde una armada más grande hasta más armas nucleares. “Siempre es una cuestión de presupuesto”, dice Karako. «Si me muestran un presupuesto para la defensa antimisiles, le digo cómo va a ser esa Cúpula de Hierro estadounidense”.

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Traducción: Juan Gabriel López Guix

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