El sábado pasado, a pocas horas de materializarse la tregua en Gaza y la liberación de las tres primeras rehenes secuestradas por Hamas, miles de israelíes tomaron las calles para apoyar a las familias de los cautivos y presionar al Gobierno de Beniamin Netanyahu. Entre la muchedumbre concentrada en Tel Aviv, jóvenes repartían gorras rojas con un lema en inglés escrito en letras blancas: “Terminad esta jodida guerra”. El modelo imita las populares gorras con el “Make America Great Again”, el popular eslogan del trumpismo. Desde lo alto de un puente, donde semanalmente se pronuncian los discursos de las protestas, se escucharon unas palabras en inglés: “Gracias al presidente Donald Trump por lograr que esto ocurra”. Shahar Mor, sobrina del rehén asesinado Avraham Munder, añadió: “La administración Biden fracasó. Tú puedes hacerlo mejor. No sobreviviremos si no vuelven todos”.
“Los israelíes deben tragarse su orgullo y ser agradecidos. Debemos mirar a la realidad de frente: el retorno de los rehenes y la tregua son obra de Trump”, consideró Uri Misgav en el diario Haaretz . Ideológicamente, el presidente estadounidense y su equipo están alineados con los intereses de la derecha israelí. Lo evidenció en su anterior mandato, con el traspaso de la embajada estadounidense a Jerusalén, el reconocimiento de la soberanía israelí sobre los altos del Golán o abriendo la puerta a la posible anexión de territorios de Cisjordania.
Entre las primeras medidas adoptadas tras su retorno, destacan la retirada de sanciones impuestas por la administración Biden a colonos judíos que atacaron a palestinos; imponer sanciones a extranjeros residentes en EE.UU. que supuestamente apoyaron a Hamas o Hizbulah en campus universitarios; el levantamiento del veto al envío de bombas de dos toneladas a Israel, o la renovación de sanciones contra la Corte Penal Internacional (CPI), que emitió una orden de arresto contra Netanyahu.
Parte de la derecha cree que Trump impone una agenda alejada de la “victoria total” en Gaza
Pese a la evidente afinidad ideológica, parte de la derecha hebrea está furiosa. Sienten que el “nuevo Trump”, que sueña con el Nobel de la Paz, les está imponiendo una agenda alejada de la “victoria total” en Gaza. Los altavoces mediáticos de Bibi repiten en bucle la urgencia de renovar la guerra tras finalizar la primera fase de la tregua, que durará seis semanas y supondrá la liberación de 33 rehenes. Quedan 94 en la franja, aunque no todos con vida. Además, Trump mantiene una tensa relación personal con Netanyahu, a quien acusó en el pasado de ser un líder poco fiable. Antes de jurar el cargo, el presidente norteamericano ya logró gestar la tregua, con unos parámetros calcados a la propuesta formulada por Joe Biden en mayo del 2024. Trump es el único líder mundial capaz de imponerse a la voluntad del primer ministro israelí, centrado en sobrevivir políticamente y condicionado por una extrema derecha que sueña con colonizar Gaza.
Tal como aclaró en su toma de posesión, Trump quiere ser recordado como “un hombre de paz y promotor de la unidad”. El líder republicano, que concibe la geopolítica como un gran negocio, no ve rédito en eternizar la guerra de Gaza. Su sueño pasa por Riad: impulsar la normalización diplomática entre Israel y Arabia Saudí pasa por desencallar la cuestión palestina. Nadie ve viable la solución de los dos estados en las circunstancias presentes, pero los saudíes exigen una tregua definitiva y retomar la vía diplomática entre israelíes y palestinos.
“Parte de nuestros logros serán las guerras que terminamos”, prometió Trump en su toma de posesión, que se siguió al dedillo desde Israel. El Gabinete de Netanyahu entendió que Trump no iba de farol cuando Steve Witkoff, nuevo enviado especial de EE.UU. para Oriente Próximo, se plantó en Jerusalén el 11 de enero durante el sabbat. Bibi le dijo que era imposible recibirle durante el día del descanso judío, pero el enviado de Trump le obligó a reunirse urgentemente. “Son los mismos parámetros de la tregua de mayo del 2024. La única diferencia es que Trump exigió su cumplimiento”, aclaró Witkoff. Trump también mandó un ultimátum contundente a Hamas: o empezaban a liberar rehenes antes de su toma de posesión, o Gaza “pagaría con un infierno” todavía mayor.
“Estados Unidos no permitirá la reanudación de la guerra, en especial mientras haya civiles israelíes y norteamericanos vivos en Gaza. Netanyahu tampoco aprobaría volver a los combates sin el visto bueno de Washington”, consideró la analista Tal Schneider en Zman Israel.
Michael Oren, exembajador israelí en EE.UU., cree que la nueva Casa Blanca beneficiará los intereses del Estado judío. “Pero es un presidente que quiere acuerdos, también en el frente palestino o el iraní. Debemos cooperar con él, y evitar los desencuentros que hubo con la administración demócrata”, apuntó. Pero Danny Zaken advirtió en el diario Israel Hayom : “Hamas, que celebró la tregua como una victoria, no tiene intención de rendirse voluntariamente”. La gestión del “día después de Gaza” sigue siendo la gran incógnita por resolver.