Que el empresario y segundo hombre más rico del mundo Bernard Arnault representara a Francia en la toma de posesión de Donald Trump no fue una anécdota, si no una decisión amparada por dos razones. La primera: ambos millonarios, cultivan una estrecha relación desde finales de los 80, cuando el francés se exilió a EE.UU. tras la llegada de Miterrand y fundó Farinel, “propiétaire à la mer”. Su seducción francesa embarcó a Trump en The Princess, un complejo turístico en Palm Beach.
En la biografía no autorizada de Arnault, L’ange exterminateur (Albin Michel, 2003), se narra una cena ofrecida por varias maisons del lujo francés para abrir el mercado norteamericano “en la que se ve a Bernard Arnault caminar hacia su mesa, donde le espera Donald Trump, entonces ya multimillonario, y con el que él mismo a veces parece identificarse”. El francés acababa de comprar a los arruinados hermanos Willot, dueños del grupo Boussac, una leyenda: Christian Dior.
¿Qué puede interesarle a Trump del balneario europeo si no el negocio del lujo? Esa es la segunda razón que llevó a Arnault, y no a Macron, a la investidura presidencial. No en vano, la moda representa el 15% del PIB de Francia, superando a la industria del automóvil.
Antes de que comenzara el acto, Bernard fotografiaba al estilo fan la cúpula del Capitolio, alzando su teléfono. Iba acompañado por su mujer y dos de sus hijos, Delphine, presidenta de Dior –cuya línea de moda femenina diseña Maria Grazia Chirui, que ha abanderado el feminismo con sus colecciones–, y Alexander, CEO de Tiffany’s, el sueño americano de la familia Arnault, alentado por quien batió la geografía norteamericana durante años, y, en el 2019, inauguró junto a su padre una gran fábrica de marroquinería de Vuitton en Texas –cuya cinta cortó Donald Trump–. Juntos viajaron hasta Lone Star a bordo del Air Force One, y, a pesar del enfado de uno de sus diseñadores emblemáticos, Nicolas Ghesquiere, contrario a la irrupción del político en su santuario de artesanos, la fraternidad fue exhibiéndose cada vez más.
En Le Nouvel Observateur , que el pasado otoño informaba de cómo Arnault había utilizado su influencia para torpedear la formación de un gobierno de izquierdas y la consiguiente subida de impuestos a las grandes fortunas, se leía ayer: “Es probable que el eje Trump-Arnault también se deje sentir en Francia”.
El lujo es conservador por naturaleza y audaz por exigencias del mercado, de ahí que se haya convertido en paladín de la inclusividad, la diversidad y la sostenibilidad. Pero, a la vez, juega a mantener su sello exclusivo, aumentando precios como signo de identidad de los ricos del nuevo mundo, y como valor-refugio. Veremos hacia dónde virará el eje Trump-Arnault. ¿Volverán los oscuros visones al metro de Nueva York?