Manmohan Singh, primer ministro de la década prodigiosa en India, fallece a los 92 años

Obituario

El economista sij, protegido por Sonia Gandhi, llevó al gigante asiático a sus mayores cotas de crecimiento

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Manmohan Singh saluda durante un mitin en Asam en 2014, en sus últimos meses como primer ministro de la India

Anupam Nath / Ap-LaPresse

En una India acostumbrada a políticos vociferantes y trifulca permanente, Manmohan Singh gobernó durante diez años sin levantar la voz, casi entre susurros. Una década después de su salida de la escena política, se fue para siempre con la misma discreción, este jueves en un hospital de Nueva Delhi que nada pudo hacer por él a su llegada. Su etapa como primer ministro (2004-2014), vista con perspectiva, coincide con el momento en que India suscitó mayores expectativas en el mundo, singularmente su primera legislatura. Nunca antes el gigante asiático había crecido  tanto -con picos del 9%- ni lo ha vuelto a hacer, pese a argucias contables.

Nada parecía predestinarle para llevar las riendas del segundo país más populoso (hoy el primero). Nació en un pueblo del Punyab Occidental -hoy en Pakistán- en el seno de una familia sij de condición humilde y estudió en Peshawar. A menudo tenía que hacerlo bajo la luz de las farolas y casi se dejó la vista entre manuales y  libros que, sin embargo, lo convirtieron sistemáticamente en primero de la clase hasta llevarle, contra pronóstico, a doctorarse en Oxford. 

A finales de los sesenta, Singh ya trabajaba en representación de India en las Naciones Unidas y, en los setenta y ochenta, prestó sus servicios en el gobierno de Indira Gandhi en Nueva Delhi, como principal asesor económico y luego como gobernador del Banco Central y jefe de la Comisión de Planificación. 

Más adelante fue portavoz del Congreso Nacional Indio o Partido del Congreso en la Cámara Alta, Rajya Sabha. “He perdido a mi mentor”, ha dicho Rahul Gandhi, hoy cabeza visible del partido. Durante años se dijo que su madre y presidenta del partido, Sonia Gandhi (la viuda de origen italiano del exprimer ministro Rajiv Gandhi y nuera de Indira Gandhi, a su vez hija de Jawaharlal Nehru) demostró una gran astucia al promover en 2004 al tedioso Manmohan Singh a primer ministro, tras unas elecciones que ganaron contra pronóstico.

Singh, se decía, estaba calentándole la silla a su hijo, Rahul Gandhi, entonces todavía demasiado bisoño para el cargo. La falta de tirón popular del economista sij, unida al hecho de no tener hijos (solo tres hijas), lo descartaban como amenaza. La elección de Singh, además, cicatrizaba una de las heridas más sangrantes del Partido del Congreso, a saber, la manga ancha que Rajiv Singh dio a militantes de su partido para asesinar a cientos de sijs indefensos en Delhi, en 1984, como venganza por el asesinato de su madre, Indira Gandhi, a manos de sus guardaespaldas de esta religión.

En 1991, el asesinato del propio Rajiv Gandhi, en un atentado con ramificaciones internacionales ejecutado por militantes de los Tigres Tamiles, significó una catarsis para India, en el año de la disolución de la URSS. Con Narasimha Rao al timón, Nueva Delhi abandonó sus veleidades tercermundistas y dio un bandazo de aproximación a Estados Unidos que todavía perdura, aunque sin renunciar a los lazos con Rusia.

La dimensión económica de dicho cambio de paradigma fue encomendada a Manmohan Singh, como ministro de Finanzas. Su salto a la palestra política nacional, trece años antes de ocupar el bungalow de primer ministro, en 7 Race Course Road. 

Él fue, como ministro, quien empezó a desmadejar la maraña de regulaciones que paralizaba la iniciativa privada en India. Los resultados de su liberalización fueron bienvenidos, aunque los frutos tardaron en llegar. De hecho, el crecimiento de los noventa fue idéntico al de los ochenta y su partido perdió las elecciones de 1996. El sueño desregulador tuvo también su parte de pesadilla, con la consolidación de un puñado de magnates, capaces de hacer descarrilar los procedimientos democráticos en adjudicaciones. 

Este sería, años después, uno de los puntos -magnificado por los medios- que harían  zozobrar a Singh, ya como primer ministro, en su segunda legislatura. Aunque la crisis financiera global de 2008 afectó menos y más tarde a la India, finalmente alcanzó el bolsillo de los indios. Por el camino, el Partido del Congreso había perdido algunas de las señas de identidad progresistas de su primera legislatura de coalición. 

Manmohan Singh (2004-2014)

El exceso de populismo hace que algunos añoren a un técnico sin carisma como él

En realidad, Manmohan Singh, el primer ministro que no se metía en política, fue un logro de racionalidad económica en un país dado al populismo identitario, de casta y religión. Pero también una oportunidad perdida de dotar de sentido al progreso de India. Singularmente, en el marco internacional, donde el mimetismo indio de Occidente dilapidó décadas de buena voluntad en los antiguos países no alineados. Una tendencia que luego se ha agravado con el chovinismo hindú de Narendra Modi, uña y carne desde sus inicios con el extremismo etno-religioso del Likud de Beniamin Netanyahu, en Israel y Palestina ocupada. 

En el mar revuelto del sur global, quien ha pescado voluntades en los últimos años ha sido China, reforzada además por un ascenso económico más sólido y equilibrado. Una auténtica oportunidad perdida para India, más ejemplar en otros terrenos, como la separación de poderes, la libertad de prensa o el reconocimiento federal de su diversidad (aunque no todos, véase la justicia social o la igualdad de la mujer). 

El propio Manmohan Singh reconocía, en sus últimos meses en el poder, que la industrialización no había estado a la altura de sus deseos. La realidad, más allá de los elogios desmesurados en las páginas salmón, es que los Estados Unidos, Europa y Japón pusieron sus fábricas en China, no en la India. Desde Nueva Delhi no se supo -ni se sabe todavía- cómo darle la vuelta. Treinta y tres años de adoración del sector privado han sido insuficientes para crear una sola marca india reconocida internacionalmente. 

La apuesta brahmánica por saltarse la revolución industrial, pasando directamente y sin arremangarse del campo a los servicios, con un ejército de cybercoolies, ha sido una apuesta fallida, incapaz de sacar de la pobreza a cientos de millones de seres humanos. Singh tiene su parte de responsabilidad en dicho ejercicio de miopía. También la tiene en no haber hecho nada por promover a sus ministros más capaces -Jairam Ramesh, P. Chidambaram y algún otro- como alternativas al tierno y “dinástico” Rahul Gandhi al frente del partido. 

Por talante y formación, Manmohan Singh fue más administrador que estadista y estuvo a años luz de visionarios como Nehru o Gandhi. Pero por lo menos no alumbró ninguna distopía. En mayo pasado, durante la campaña electoral, Singh rompió su silencio con una carta de condena al “sectarismo rabioso” de Narendra Modi, que “ha rebajado como nunca antes la dignidad del cargo de primer ministro”. Eran días  en los que este último advertía a las mujeres hindúes en sus mítines que, si votaban al Partido del Congreso, los musulmanes vendrían a quitarles su  collar de bodas y otras joyas. 

Pero el sosiego de Singh pudo hacer poco contra el populismo de Modi, en la época de los móviles y las redes. Aunque ahora no son pocos los que echan de menos su preocupación por el bien común, sin ahondar en las fracturas de la sociedad india para sacar réditos electorales. 

Manmohan Singh a menudo subía a la palestra en el parlamento indio con apuntes en urdu, pero se expresaba en inglés, lengua que utilizaba también en ruedas de prensa, incluso cuando le preguntaban en hindi. A diferencia de su sucesor, Narendra Modi, que desde el principio dio prioridad a la lengua vernácula. Al economista eminente le faltaba olfato político y su ascenso meritocrático en la burocracia nunca se habría traducido en tanto poder político de no haber mediado las circunstancias ya explicadas. 

Digámoslo claro. Manmohan Singh -incapaz de dar un titular- aburría a los indios. Pero estos no le regatean su rara honradez. Por eso nadie discutirá que las banderas indias ondeen a media asta durante una semana en los edificios públicos. 

De él quedará su ley de Derecho a la Información, su plan de empleo rural, su tremendo impulso a las infraestructuras (aeropuertos y carreteras) y a la identificación digital (tarjeta Aadhaar). Estos últimos aspectos, retomados y optimizados por su adversario Narendra Modi (para la transferencia de ayudas sociales) siguen modelando la India de hoy. 

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