Una historia albanesa

'Penínsulas'

Detrás de una guerra siempre hay un corredor energético

El pintor albanés Agron Dine

El pintor albanés Agron Dine

Propias

Este texto pertenece a Penínsulas, boletín que Enric Juliana envía a los lectores de La Vanguardia cada martes. Si quieres recibirlo, apúntate aquí.

Conocí a Agron Dine durante mi segundo viaje a Albania. Febrero de 1999. Había empezado una nueva guerra balcánica, la guerra de Kosovo, y aumentaba sin cesar la llegada de refugiados albano-kosovares a Italia, país en el que entonces trabajaba como corresponsal de La Vanguardia. Propuse un reportaje sobre el canal de Otranto, la ruta más corta entre Albania e Italia, y tomé el tren del sur junto con el fotógrafo Ivo Saglietti, viejo amigo del que conservo un gran recuerdo.

Viajamos hasta la localidad de Otranto, muy al sur de la Apulia, visitamos el centro de refugiados, subimos a una embarcación de la Guardia de Finanzas encargada de la vigilancia costera, y asistimos a la llegada de una lancha de contrabandistas albaneses con refugiados a bordo. La persecución fue prudente. La nave militar italiana dibujaba círculos en el mar y desplegaba una red, intentando que esta bloquease las hélices de la veloz lancha albanesa. El piloto italiano evitaba giros bruscos que pudiesen provocar el naufragio de la otra embarcación. Eran otros tiempos, imperaban otras formas y otros lenguajes. La Liga Norte ya repudiaba a los albaneses, pero Matteo Salvini aún era un veinteañero de vagas  simpatías comunistas en el centro social Leoncavallo de Milán. Ningún político se ganaba la vida en Italia cerrando puertos e insultando a los extranjeros. Eso vendría veinticinco años después. La aventura terminó con un grupo de refugiados a bordo, entre ellos una señora de unos ochenta años, que los ‘skafisti’, los contrabandistas albaneses, habían abandonado velozmente en unas rocas de la costa. Campesinos del Kosovo.

Al día siguiente embarcamos en una vieja nave rumbo a Vlorë (Valona en italiano), el puerto albanés más cercano, punto de partida de los contrabandistas. Doce horas de travesía para recorrer 60 millas náuticas. Llegamos a primera hora de la mañana a una ciudad envuelta en la niebla, que parecía devastada por un vendaval sin árboles caídos. Pedestales vacíos, suciedad, abandono y decenas de coches robados en Italia, sin matrícula, en manos de adolescentes embravecidos. Albania había estallado. La delirante autarquía socialista de Enver Hoxha se había transformado en un sórdido caos. Llovía y nos guarecimos en un portal. Al cabo de unos minutos apareció un vecino del inmueble. Intercambiamos unas palabras en italiano, un italiano gestual y telegráfico, y nos invitó a subir a su casa. Me llamo Agron Dine, nací en Tirana en 1948, soy artista pintor, he dirigido la escuela de Bellas Artes de Vlorë y en estos momentos no sé donde estoy. Quería un país más libre y hoy tengo miedo a que mis dos hijos salgan solos de casa. Esta es ahora una ciudad peligrosa.

Una de las obras de Agron Dine

Una de las obras de Agron Dine

Propias

Agron nos presentó a su esposa Miranda, que había dirigido la única fábrica de lámparas existente en Albania hasta su cierre. Ella hablaba un italiano más articulado, aprendido de las emisiones de la RAI, que podían escuchar, pero no ver, debido a las constantes interferencias. Largas tarde del domingo escuchando ‘Domenica In’, el programa estelar del primer canal de la RAI, sin ver el rostro de Pippo Baudo, leyenda de la cultura popular italiana en los años ochenta antes de los teléfonos móviles. La cultura popular democristiana: casa, familia, letras del Tesoro, Aldo Moro que estás en los cielos, Giulio Andreotti que habrás pactado una corta estancia en el infierno, el festival de San Remo y variedades el domingo por la tarde. Una Italia cantada.

Agron y Miranda también soñaban con un país cantado. Llevaban años oyendo canciones lejanas y aún no habían podido desentrañar todo su significado. Agron nos contó que en los años setenta, cuando estudiaba Bellas Artes en Tirana, había formado parte de una breve generación de jóvenes albaneses que se habían dejado crecer el pelo, siguiendo una onda de la que apenas tenían noticias. Fueron castigados. El estudiante Agron Dine tenía otra mancha en el expediente: su padre había sido partisano, pero su madre descendía de una familia de kulakis. Su abuelo había sido propietario agrario, kulaki, en ruso. Por lo tanto, el nieto era sospechoso de egoísmo pequeño burgués. Le enviaron al sur, a impartir clases en Vlorë, lejos de Tirana. La conversación se fue animando y nos explicó que un cuadro suyo, en el que dos soldados dialogan con una campesina, había sido premiado durante el mandato de Ramiz Alia, sucesor de Hoxha, el Gorbachov albanés, camaleónico dirigente de una apertura controlada. Dos soldados hablan con una mujer del pueblo en una calle que acaba de cambiar de nombre. La vieja placa ha sido arrojada al suelo: calle Mussolini. La nueva dice: calle de la Conferencia de Paz. El cuadro se titulaba. “Los tiempos están cambiando”.

Los tiempos cambiaron y Agron Dine y su familia se vieron empujados a emigrar a Grecia. Le perdí la pista durante años hasta que un día puse su nombre en Facebook y apareció una cuenta que le identificaba. Las redes sociales nos enfrentan y también nos acercan. Había regresado a Vlorë, regentaba una galería de arte y su obra había recorrido diversas exposiciones de pintura albanesa en Estados Unidos y Europa. El presidente de la República de Albania le condecoró en 2012. Agron Dine había logrado sobrevivir al torbellino de los Balcanes.

Un cuadro de Agron Dine pintado en su época de realismo socialista

Un cuadro de Agron Dine pintado en su época de realismo socialista: 'Los tiempos están cambiando' 

Propias

Conseguí contactar con él por teléfono. Fue una conversación telegráfica y entrecortada. Recordaba nuestro fugaz encuentro, me dijo que había estado enfermo y agradeció la llamada. Creo que aquel día fui un fantasma del pasado. He vuelto a buscar en Facebook y su cuenta ya no está. Hoy tendría 76 años. Se pueden encontrar en internet diversas menciones a su obra. Un joven pintor del realismo socialista enviado a una ciudad del sur porque su fidelidad no estaba del todo asegurada. Recuerdo su mirada incisiva. Recuerdo que fumaba sin parar. Recuerdo los cuadros que nos mostró en su casa: el realismo socialista se había transformado en un expresionismo mitológico; el caos se había apoderado del país y él pintaba una Albania homérica, fuerzas antiguas en busca de un nuevo orden. Después se reconcilió con el paisaje.

Hoy, Albania, país con 2,7 millones de habitantes, aspira a formar parte de la Unión Europea, sus playas se están convirtiendo en un atractivo destino turístico, Italia les sigue mirando como si fuesen su colonia, y acaban de prohibir Tik Tok durante un año para proteger a los menores. No puede afirmarse categóricamente que el contrabando y sus negocios anexos hayan desaparecido. Albania es un país interesante, que muestra la furia de la geografía cuando las montañas hacen política. Todo en Albania tiende al hermetismo, empezando por su idioma, una rama muy específica del frondoso árbol indo-europeo. Albania es un país que se puede cerrar fácilmente, puesto que está rodeado de altas montañas. Basta con vigilar bien la costa. Es lo que hizo Enver Hoxha, ordenando la construcción de miles de búnkers a lo largo del litoral. Hoxha rompió primero con la URSS, cuando Nikita Jruschov denunció los crímenes de Stalin en 1956, y veinte años después rompió con la República Popular China, cuando Mao Zedong y Zhou Enlai empezaron a juguetear con Richard Nixon y Henry Kissinger. Hoxha se había formado en París. Su ideal era la vida tranquila de una capital de provincias francesa.

Paisaje de Vlorë, pintado por Agron Dine

Paisaje de Vlorë, pintado por Agron Dine

Propias

Recuerdo otra escena de aquel viaje a Vlöre. Agron Dine nos propuso comer en el puerto, donde tenía conocidos que nos podían hablar de los ‘skafisti’. Se sentó con nosotros un tipo que parecía bastante enterado de lo que se cocía en la ciudad. Cuando un orden se desmorona pronto surgen guías que saben orientarse en medio del caos. Su primer consejo fue que a las siete de la tarde nos fuésemos al hotel y no saliésemos de noche, puesto que la ciudad se había vuelto peligrosa y podía haber tiroteos. Entre vasos de rakia, el aguardiente de los Balcanes, aquel hombre no nos desveló ningún secreto sobre los contrabandistas, pero si nos contó que Vlorë figuraba en el mapa de los corredores. Nos lo dijo muy seriamente. Aquel mapa mental le impresionaba. Aquella gris ciudad portuaria en la que ninguna estatua se mantenía en pie figuraba en un mapa del futuro. “Hay un corredor muy importante que puede pasar por Vlorë”. No entendí nada.

Al regresar a Italia encontré referencias a los futuros corredores energéticos de los Balcanes en la revista Limes, una publicación geopolítica de gran calidad. La Europa del Este era objeto de una profunda reorganización política, económica y social y se estaban dibujando los futuros gasoductos. Lo acabé de entender años más tarde viendo un mapa del gasoducto Transadriático, importante conducción inaugurada en mayo del 2020 que transporta gas de los yacimientos de Bakú, en Azerbaiyán, hasta Italia, pasando por Turquía, Grecia y Albania. Me fijé bien en el recorrido y el gasoducto discurre a muy pocos kilómetros de Vlorë, para atravesar el mar Adriático mediante una conducción submarina. Vi entonces la importancia del canal de Otranto, puente entre Roma y Bizancio, camino de Jerusalén para los cruzados, punto de cierre del Adriático, la distancia más corta entre las turbinas de la industria europea y los tubos que pueden conectar con los yacimientos del Cáucaso y Oriente Medio.

He recordado aquella conversación en el puerto de Vlorë después de leer que la vertiginosa caída de Bashar El Asad puede facilitar la construcción de un gasoducto que permita transportar gas natural de Qatar a Europa a través de Siria, Turquía y Albania. Al parecer, El Asad mantenía paralizado ese proyecto. Dos días después de publicarse esa noticia, Donald Trump amenazaba a Europa con fuertes aranceles si en un futuro no le compra más gas natural licuado a Estados Unidos. Vivimos una época en la que ni siquiera las conspiraciones siguen una lógica perfecta. Todo es expresionista, como un cuadro desesperado de Agron Dine.

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