El califato acecha en Siria

Convulsión en Oriente Medio

Los kurdos, que custodian en sus cárceles a 10.000 combatientes yihadistas, advierten que el EI se reactiva

IMAGENES DE LA CELDA NÚMERO UNO DE LA PRISIÓN DE PANORAMA, EN LA CIUDAD DE HASAKA, DONDE ESTÁN ENCARCELADOS LOS LLAMADOS

Stefan Uterloo, de 19 años, está encerrado desde los 13 en Panorama, la cárcel donde las fuerzas kurdas custodian a unos 4.500 supuestos combatientes del EI

GEMMA SAURA/ POOL/ LA VANGUARDIA

“¿Me podéis contar algo, por favor?”.

Por el ventanuco de la celda número 1, el muchacho clava una mirada de súplica en los tres periodistas extranjeros al otro lado de la puerta de metal.

Pero los visitantes tienen terminantemente prohibido darle ninguna información de lo que ocurre en Siria. “Los presos no saben nada. Ni que El Asad ha sido derrocado, ni que Al Yulani ha tomado Damasco. Sería muy peligroso que lo supieran”, ha instruido el jefe de la cárcel antes de permitir el acceso a La Vanguardia y otros dos medios catalanes al complejo fortificado.

Pocos periodistas han podido entrar en el Guantánamo sirio estos años, pero ahora las autoridades kurdas quieren enviar un mensaje a los gobiernos occidentales: el caos que reina en Siria con la caída del régimen y el advenimiento de un nuevo poder islamista en Damasco son el cóctel perfecto para que el EI resurja de las sombras. Las células durmientes se reactivan y tratarán de liberar a sus militantes presos. Los kurdos son el último dique de contención ante esta grave amenaza para la región y para el mundo entero, y EE.UU. y Europa harían bien en apoyarlos.

Por eso estamos dentro de la cárcel y concretamente en el módulo de los presos que eran menores de edad cuando fueron detenidos. Los “cachorros del califato”, en palabras del responsable de la cárcel, un miliciano kurdo vestido con pantalones militares y sudadera negra, que se identifica como Damhat, “sin apellido”.

Durante los años del califato, el aparato de propaganda del EI difundió centenares de vídeos de sus sádicos cachorros, niños adiestrados para degollar, lapidar y asesinar en nombre de Alá. Aquí no hay inocentes, afirma Damhat, tajante. “Tenemos la certeza de que todos y cada uno de ellos lucharon con el EI. Tenemos documentados los crímenes que cometieron, desde el día en que se unieron al califato hasta que fueron capturados”.

Las cárceles y campos de yihadistas son una bomba de relojería y un gran desafío legal que Occidente ‘externaliza’

Armados con bastones y la cara cubierta con pasamontañas negros, los guardias abren el camino hacia la celda número 1. Dentro, una veintena de chicos aguarda en silencio, sentados sobre colchones finos y mantas dobladas. Los periodistas pueden mirar y tomar fotografías, pero no hablar con ellos. El espacio está impoluto, ellos están limpios y ninguno muestra señales de maltrato. Algunos bajan la cabeza, otros observan a los forasteros. Hay miradas de tristeza infinita. También de infinita rabia.

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Los llamados 'cachorros del Estado Islámico' en la celda número 1 de la prisión de Panorama

David Meseguer / pool / LV

Solo el clic, clic de las cámaras fotográficas rompe el silencio. Esconderse detrás del aparato, apretar el disparador, ayuda a soportar la intensidad de la escena.

Los guardas cierran la puerta de la celda y sus tres cerrojos. Abren el ventanuco y tras las rejas aparece la cabeza de un chico negro, que han seleccionado para la entrevista. Se llama Stefan Uterloo, tiene 19 años y está encarcelado desde los 13, explica en inglés. Nació en Surinam pero creció en Holanda, en Ámsterdam. En seis años de cautiverio, nunca ha tenido acceso a ningún abogado ni ha podido hablar con su familia.

-¿Por qué estás aquí?

-Estoy aquí porque… No sé, era joven. Estaba en Baguz y me trajeron aquí. Esa es la razón. No tengo madre, no tengo padre. Por eso me trajeron aquí.

-¿Combatías?

-¿Yo? Era joven para combatir.

-¿Cómo es tu vida aquí?

-Me da miedo hablar sobre esto.

Fue su madre quien le trajo a Siria, en el 2015, dice. “No vinimos por la cosa yihadista o para luchar. Vinimos porque ella estudiaba cosas de medicina y Siria era un lugar para trabajar, para aprender. Mi madre me contó eso. Cuando vinimos éramos cristianos, luego nos hicimos musulmanes. Y entonces un día... Es una historia larga. Podríamos decir que me secuestraron”. Cuenta que no ve a su madre desde el 2017, que la dejó en Idlib, donde ella trabajaba en un hospital.

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Stefan Uterloo, supuesto 'cachorro del Estado Islámico' explica su historia a través del ventanuco de la celda

Natàlia Segura / ACN

Habla con aplomo, escogiendo las palabras. Se nota que ha meditado el mensaje que quiere transmitir. También que es muy consciente de que le escuchan: los responsables de la prisión y los compañeros de celda.

“No tengo nada que ver con todo esto... Muchos de los chicos que están aquí conmigo están en la misma situación. Sus padres quizá les educaron con estas ideas, pero en prisión han cambiado (...) Es todo cosa de adultos, que jugaron con las mentes de los niños, pero estos chicos son todos inocentes. Lo sé porque vivo con ellos”, afirma Stefan. “Nos pasamos el día pensando en cómo salir de aquí, cómo empezar nuestra vida de nuevo. Nuestras vidas se han echado a perder. ¿Cuándo podremos salir de aquí? ¿Qué hemos hecho? ¿Por qué el mundo no se apiada de nosotros? ¿Por qué no nos sacan de aquí, por qué no nos ayudan? Éramos niños, ¿sabéis?”.

“¿Por qué el mundo no se apiada de nosotros? Éramos niños”, dice Stefan, un supuesto “cachorro del EI”

La entrevista se interrumpe abruptamente cuando le preguntamos si quiere enviar un mensaje al Gobierno de los Países Bajos o a la Unión Europea. “Eso no está permitido. Y es hora de acabar”, intervienen los responsables.

El ventanuco se cierra y dejamos a Stefan en la celda número 1. Caminando entre los altos muros flanqueados por torres de vigilancia, el jefe de la prisión se muestra impertérrito. “Este chico que ahora parece tan inocente no hubiese dudado un segundo en cortarte el cuello en tiempos del califato”, dice Damhat.

“Yo solo hago mi trabajo. Un trabajo humanitario. Me aseguro de que tengan lo que necesitan pero, a fin de cuentas, son mis enemigos dentro de la cárcel igual que lo fueron fuera, cuando luchamos contra el califato. Muchos de mis amigos murieron en aquella guerra”, añade.

“Este chico que ahora parece tan inocente te hubiera degollado en el califato”, dice el jefe de la cárcel kurda

Los kurdos han sacrificado mucho. Las Fuerzas Democráticas de Siria, las milicias que derrotaron al EI con el apoyo aéreo de EE.UU., perdieron a unos 12.000 milicianos, según su comandante jefe, Mazlum Abdi. Las fotografías de los mártires llenan cuarteles, edificios públicos y rotondas.

La tensión se palpa entre los guardias de Panorama. El temor a un asalto del EI no es algo abstracto. En enero del 2022, el grupo terrorista lanzó un sofisticado ataque contra la prisión. Las milicias kurdas solo recuperaron el control del recinto después de diez días de duros combates, en los que EE.UU. intervino con bombardeos aéreos y desplegando fuerzas especiales sobre el terreno. Más de 150 soldados murieron y cientos de presos consiguieron huir.

“Ellos siempre están tramando cómo atacar la cárcel, porque sus altos mandos, sus emires, están aquí. Y ahora encima están enardecidos, porque hay un tipo del Estado Islámico en Damasco que sale todo el día en televisión”, masculla Damhat, en clara referencia a Abu Mohamed al Yulani, el líder de HTS (Organización para la Liberación del Levante), el grupo islamista con raíces en Al Qaeda que ha tumbado a El Asad.

Las palabras del curtido miliciano contrastan con el tono conciliador que han adoptado las autoridades kurdas con el nuevo poder en Damasco. “Por favor, ¡si sus combatientes llevan insignias del Estado Islámico en el uniforme! Si hace nada luchábamos contra ellos en Idlib. Todo el mundo sabe que son los mismos, pero nadie dice nada”, se indigna Damhat.

Panorama es la joya de la corona, la mayor prisión en el noreste de Siria para detenidos del EI, pero no la única. Los kurdos custodian a unos 10.000 supuestos yihadistas en una veintena de cárceles, a los que hay que sumar cerca de 50.000 mujeres y niños del califato, encerrados en campos y centros de rehabilitación.

Una bomba de relojería. También un descomunal desafío legal que Occidente ha externalizado en los kurdos.

Las cárceles y campos de yihadistas son una bomba de relojería y un gran desafío legal que Occidente ‘externaliza’

Un ambiente de efervescencia reina en Al Roj, uno de esos campos, desde que llegó la noticia de que El Asad es historia, asegura su administrador, Rashid Omar. “Estos días las mujeres están ocupadas haciendo las maletas. Están convencidas de que pronto las vendrán a liberar. Nos dicen que dentro de poco se intercambiarán los papeles, que el califato volverá y seremos los kurdos los que estaremos encerrados en campos”. Celebran los ataques turcos contra territorio kurdo y ven a Al Yulani como uno de los suyos.

En Al Roj viven más de 2.600 mujeres y 1.700 niños, la mayoría extranjeros, en un régimen de detención indefinida, sin que se hayan presentado cargos en su contra. Las tiendas se extienden, rodeadas de muros con alambre de espino y torres de vigilancia. El velo integral es omnipresente, incluso entre las niñas prepúberes. “Si alguna mujer se quita el niqab, le pegan una paliza, le destrozan las cosas, le quitan la comida”, afirma Omar.

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Crece el ambiente de efervescencia en el campo de yihadistas de Al Roj: "Están convencidas de que les vendrán a liberar"

Natàlia Segura / ACN

Se han intentado aplicar programas de desradicalización pero son inútiles, opina el administrador del campo. Solo 200 niños acuden a la escuela. “Muchos van solo para coger libretas y lápices y luego se lo llevan a las tiendas, donde las madres les enseñan la ideología yihadista”, asegura mientras muestra fotografías de rudimentarias armas que han requisado en el campo.

Cuando cumplen 12 años, los niños son separados de las madres y trasladados a los denominados centros de rehabilitación. Una política muy cuestionada por los defensores de los derechos humanos, que Omar califica de imperativa para impedir matrimonios de adolescentes. “Hace pocas semanas descubrimos que un niño de 13 años fue casado en secreto y ha engendrado dos hijos. Están criando para volver a levantar el califato”.

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