Islamabad sufre desde este lunes para cumplir su cometido fundacional, consistente en separar al gobierno de Pakistán de los pakistaníes. En la etapa final de una nueva marcha a favor del exprimer ministro Imran Jan, decenas de miles de sus seguidores presionan desde anoche para derribar las barreras levantadas alrededor de la capital y forzar su excarcelación. Los enfrentamientos entre manifestantes y antidisturbios se han saldado de momento con seis muertos y miles de detenidos.
El actual primer ministro, Shehbaz Sharif, acusó al partido de Jan, el Movimiento por la Justicia de Pakistán (PTI) de sembrar la “anarquía”, después de que un policía falleciera el lunes por la noche por herida de bala. Miembros de su gobierno han advertido de que, más allá de las mangueras, el gas lacrimógeno y las balas de goma, responderán “al fuego con fuego”.
Pero los ánimos ya estaban encendidos, con la detención de miles de simpatizantes del PTI que pretendían unirse a la marcha, a lo largo y ancho de Pakistán, con más de cien agentes heridos. El objetivo de los manifestantes es perforar el perímetro de seguridad levantado con contenedores alrededor de la zona gubernamental de Islamabad. Encabeza la marcha, con el rostro velado, la tercera esposa de Imran Jan, Bushra Bibi, condenada, como él, por vender obsequios recibidos en visitas de estado. A su lado, el jefe de gobierno de la provincia pastún de Pakistán, de su mismo partido. Aunque Jan no habla pastún, siempre ha presumido de que sus orígenes familiares están en Afganistán.
De hecho, la utilidad de Jan para la cúpula de la Fuerzas Armadas de Pakistán -que tanto hizo por la promoción de su carrera política- terminó con la deseada salida de todos los ejércitos extranjeros del país vecino y la conquista de Kabul por los talibanes. Desde entonces, se convirtió en un estorbo, al primar la necesidad de reconciliación con Estados Unidos. Washington sigue pesando mucho en el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), cuyos créditos siguen siendo indispensables para pagar los intereses de créditos anteriores (principal partida del presupuesto nacional) y mantener el desahogado nivel de vida de su élite militar, política y burocrática.
Un papel que China no parece dispuesta a desempeñar, aunque contribuya de forma decisiva a la modernización de su ejército y, sobre todo, de sus infraestructuras, con un ojo puesto en India.
Cabe recordar que Vladimir Putin tuvo la osadía de concertar una entrevista con Imran Jan en el Kremlin el mismo día en que ordenó la invasión de Ucrania. Una foto que desencadenó, al cabo de algunas semanas, una moción de censura contra Jan en la que mucho dinero cambió de manos, según el PTI. Sin embargo, la popularidad del antiguo capitán de la selección pakistaní de críquet no ha decaído, sobre todo entre la mitad más joven de la población, a pesar de la persecución judicial de que ha sido objeto desde entonces. En la marcha de esta semana, los jóvenes, las clases medias y los pastunes ejercen de punta de lanza. Sin olvidar el ascendente de Jan -y de su tercera esposa- entre los sufíes, una vez enterrados sus años de playboy.
Jan tiene nada menos que 150 causas abiertas y su partido no puedo presentarse con sus propias siglas en las elecciones del año pasado. El año pasado, a pesar de ello -y de un escrutinio cuestionado- los candidatos independientes fieles a Jan a punto estuvieron de superar a la coalición gobernante de los hermanos Sharif (PML-N) y de la familia Bhutto Zardari (PPP), cuyos casos de corrupción convierten en anecdóticos los del matrimonio Jan (aunque no los de algunos de sus aliados políticos).
Por todo ello, el ejecutivo de Shehbaz Sharif depende más que nunca del patrocinio de las Fuerzas Armadas, a pesar de que estas estuvieron en el pasado detrás de la caída de todos los gobiernos de su hermano, Nawaz Sharif. El país está completamente estancado y el descontento social crece, pero los generales ven como algunos de sus grandes objetivos estratégicos se cumplen. India perdió su influencia en Afganistán con la caída de Kabul y este año acaba de perderla en Bangladesh (antiguo Pakistán Oriental) donde, al hilo de una revuelta estudiantil con tintes islamistas, el ejército metió a la primera ministra Sheij Hasina en un helicóptero con destino a Nueva Delhi.
En Jaiber
El capítulo de violencia que empezó este lunes en Islamabad llega apenas un día después de que las autoridades pakistaníes mediaran una tregua entre elementos armados suníes y chiíes en la comarca de Kurram, en Jaiber Pajtunjua, tras un reguero de al menos 75 muertos desde el jueves pasado. Ese día, dos asaltos distintos con armas automáticas contra autobuses cargados de miembros de la minoría chií dejaron 43 muertos y varios heridos, pese a la escolta policial. Al día siguiente, como represalia, en Parachinar, la capital comarcal de mayoría chií, un bazar dominado por vecinos suníes fue arrasado, siendo pasto de las llamas trescientas tiendas y un centenar de casas. Hubo que lamentar treinta y dos muertos más, repartidos entre ambas sectas. Pakistán es un país de neta mayoría suní, donde los chiíes -una sexta parte de la población- mantienen la máxima discreción, a pesar de que su fundador, Muhammad Ali Jinnah, lo fuera, como lo es toda la dinastía política Bhutto-Zardari.