“La guerra o la paz”. Así de crudas ha presentado las cosas el partido gobernante, Sueño Georgiano, ante las elecciones legislativas del próximo sábado en la antigua república soviética de Georgia. Dar los pasos necesarios para la adhesión a la Unión Europea significaría la guerra, sería acabar como Ucrania. La paz sería mantenerse en la órbita de Rusia. Se repite de este modo en el país caucásico el esquema visto la semana pasada en las elecciones presidenciales y el referéndum en Moldavia, que terminó con ajustadísimo sí a la UE gracias al voto de la diáspora moldava en Europa. ¿Podría ocurrir lo mismo en Georgia?
Georgia tiene la experiencia de la guerra. En solo cinco días, en agosto del 2008, perdió por fin los territorios de Abjasia y Osetia del Sur a manos de Rusia. Gobernaba entonces –y fue en gran medida responsable del desastre– Mijail Saakashvili, héroe de la revolución de las rosas cinco años antes. Saakashvili perdió en poco tiempo el apoyo del hombre más rico de Georgia y uno de los más ricos de Europa, Bidzina Ivanishvili. Saakashvili acabó encarcelado –hasta el día de hoy– tras su extraña aventura como gobernador de la región de Odesa, en Ucrania, mientras Ivanishvili, fundador de Sueño Georgiano, oficiaba de primer ministro un tiempo y financiaba todo tipo de proyectos de desarrollo como un monarca desde su inmenso palacio moderno –obra del arquitecto japonés Shin Takamatsu– en una colina desde la que domina Tiflis.
Un casi invisible Ivanishvili, de 68 años, gobierna en la sombra a través de sus hombres en Sueño Georgiano. Todo el mundo sabe que este hombre hecho a sí mismo desde la nada más absoluta debe su fortuna a los negocios que hizo en Rusia en los caóticos años noventa (en qué consistían exactamente no lo ha desvelado ni la revista Forbes ) y que es aliado de Moscú. Pero su Sueño Georgiano, en el Gobierno desde el 2012, ha jugado con las aspiraciones prooccidentales de buena parte de la población, en un país en permanentes apreturas económicas.
La invasión rusa de Ucrania en febrero del 2022 fue un golpe. En Tiflis abundan los exiliados rusos y las banderas ucranianas, pero el Gobierno se puso cuidadosamente de perfil y guardó distancias con uno y otro lado. Hasta que en mayo pasado todo explotó con una “ley de agentes extranjeros” dirigida contra las oenegés y entidades de la sociedad civil. Una copia de la ley rusa, asimismo aplicada en Bosnia y Hungría. La UE respondió congelando las negociaciones para la adhesión.
Las protestas masivas no han cesado desde entonces. La última, el pasado día 20, reunió cerca de cien mil personas en Tiflis. Se trata de una movilización civil, no de un activismo partidario. La corrupción, la tendencia prorrusa y la avidez de Ivanishvili habrían puesto en un mismo objetivo a empresarios y a una juventud sin perspectivas.
La presidenta Salomé Zurabishvili logró poner de acuerdo a la oposición ante Bidzina Ivanishvili, el oligarca que rige el país
Con no poco cinismo, Sueño Georgiano ha mezclado en sus carteles electorales su logotipo de una estrella de siete puntas con las estrellas de la UE, acompañadas del lema “Solo con paz, dignidad y prosperidad hacia Europa”. A la vez, Ivanishvili advertía de la posibilidad de verse absorbidos por la guerra. Hay que tener en cuenta el pensamiento político de este oligarca. Hace ya tiempo que habla de la existencia de un Partido Global de la Guerra que pretende gobernar el mundo y que responde a fuerzas oscuras..., precisamente las que estarían manejando las protestas. Semejante idea abunda en las teorías conspiranoicas que difunde Moscú en sociedades conservadoras como la georgiana, con la ayuda de la Iglesia ortodoxa, como la pérdida de identidad y de valores morales.
Pero la conspiración estaría en otro lado. Una investigación publicada esta semana por la agencia Bloomberg señala que Rusia ha espiado y hackeado durante años ministerios, compañías energéticas, medios de comunicación y el Banco Central en Georgia. Lo suficiente para paralizar el país.
Se cree que nadie alcanzará la mayoría el sábado. La presidenta, Salomé Zurabishvili, propuso una salida a los partidos de oposición: la firma de una Carta Georgiana con unos acuerdos de mínimos para reformar el país que permitirían formar un gobierno tecnocrático de coalición, seguido de elecciones en los próximos dos años. En caso de fracasar, probablemente todo volverá a la calle.