Lucie Castets lleva ya más de dos semanas en el incómodo papel de pretendiente a primera ministra de Francia. Es una situación muy extraña, insólita, en un país con un Gobierno dimisionario y en funciones, desde hace un mes, y ebrio de la euforia colectiva que le está dando la abundante cosecha de medallas olímpicas de sus atletas.
Castets, de 37 años, responsable de finanzas y compras en el ayuntamiento de París, fue designada por el Nuevo Frente Popular (NFP) –la coalición de izquierdas–, el pasado 23 de julio, como la persona que debe ocupar la jefatura del nuevo Gobierno. El NFP reclama ese puesto porque es el bloque con más diputados en la Asamblea Nacional surgida de las elecciones legislativas anticipadas del 30 de junio y el 7 de julio.
El problema de Castets es que el presidente de la República, Emmanuel Macron, a quien constitucionalmente corresponde nombrarla, la ha ignorado casi por completo. Piensa que no está en condiciones de construir una mayoría. Pero, que se sepa, ni siquiera la ha llamado para preguntarle. El jefe de Estado está medio de vacaciones, alternando su estancia en Fort de Bregançon, la residencia presidencial de verano, con escapadas a París para jalear a los deportistas franceses.
La pretendiente a primera ministra era un personaje totalmente desconocido antes de que se anunciara su elección. No ha sido nunca ni diputada ni ministra. Exmilitante socialista y formada en la elitista Escuela Nacional de Administración (ENA), también pasó por la London School of Economics y Sciences Po. La coalición de izquierdas tardó mucho en ponerse de acuerdo. Castets daba un perfil que favoreció el consenso. Trabajó un tiempo en el Ministerio de Finanzas y se la conoce como ardua defensora de los servicios públicos y del combate contra la criminalidad financiera. Con todo, no es alguien con la experiencia ni el peso que cabe esperar para dirigir el Ejecutivo.
Castets está intentando darse a conocer y mantener viva la llama de su candidatura, algo nada fácil en plenos Juegos Olímpicos. Para ello ha efectuado varios desplazamientos y ha concedido entrevistas. Hace unos días visitó la fábrica de la compañía Duralex, que ha atravesado una grave crisis y que finalmente ha sido asumida por sus propios empleados.
La estrategia mediática de Castets ha incluido revelar aspectos de su vida privada, entre ellos su homosexualidad. En una entrevista con Paris Match explicó que está casada con una mujer y que la pareja tiene un hijo de dos años y medio.
El intento de Castets de mantener un foco sobre ella coincide con múltiples especulaciones en la prensa francesa sobre quién será finalmente la persona escogida por Macron para ocupar el palacio de Matignon, la sede del primer ministro. Existe cierta impaciencia por la interinidad. Podía estar justificada por el periodo olímpico, pero los Juegos acaban el próximo domingo. No sería comprensible que el primer ministro saliente, Gabriel Attal, y su equipo siguieran en sus puestos muchos días más. Todas las decisiones importantes están paralizadas. No se efectúan nombramientos ni hay iniciativas legislativas de ningún tipo. La actividad gubernamental va al ralentí. Se ve a ministros en las gradas de los estadios, relajados, aunque sabiendo que tienen los días contados.
El actual Gobierno está en funciones y todas las decisiones importantes sehallan paralizadas
Se cree que Macron está aprovechando la tregua olímpica para mantener contactos discretos y explorar posibilidades. Una opción sería nombrar a un primer ministro de la derecha al frente de un gobierno “de emergencia nacional” que estaría en el poder hasta volver a repetir las elecciones, dentro de un año. Suena con insistencia el nombre de Xavier Bertrand, presidente de la región norteña de Altos de Francia, exministro de Chirac, un gaullista con sensibilidad social que gobierna una zona del país donde la extrema derecha de Le Pen es muy fuerte desde hace años.
No existe una vía clara para salir del bloqueo. Una coalición entre los macronistas y la derecha tradicional quedaría muy lejos de la mayoría absoluta y, por tanto, correría el riesgo de una moción de censura en cualquier momento, a menos que el pacto se ampliara a los socialistas moderados, una hipótesis poco viable.
Para Castets, el nombramiento de Bertrand sería “una aberración” desde el punto de vista democrático, por representar a un grupo muy minoritario en la Asamblea. La pretendiente no desfallece, a pesar de que su objetivo, hoy por hoy, parece inalcanzable. Acabe como acabe la historia, Castets ya no será una desconocida. La política podría darle una segunda oportunidad.