Funeral multitudinario en Teherán del presidente Ibrahim Raisi
“Será aún más valioso como mártir”
Ausencia de los expresidentes iraníes en la ceremonia dirigida por el líder supremo, Ali Jamenei
Una barrera formada por autobuses cortaba el paso de la avenida Enqelab –o Revolución– a la altura de la Universidad de Teherán. Una multitud se fue concentrando hasta que fue imposible moverse. Unos buscaban, con dificultad, calles alternas que los sacaran del tumulto y los condujeran a otros puntos del bulevar por el que más tarde desfilarían los féretros del presidente Ibrahim Raisi y sus siete acompañantes fallecidos en el fatídico accidente aéreo del pasado domingo.
Otros, muchos de ellos familias completas, se sentaron en el asfalto y las aceras a escuchar los rezos que llegaban de los altavoces, reproduciendo lo que sucedía en el interior del gran galpón donde durante décadas se ha celebrado la oración de los viernes en Teherán. Allí también esperaban miles de personas, aunque más organizadas, según se podía ver en el móvil que llevaba Marzieh, una mujer de 26 años que no se despegaba de la pantalla. “El Líder llegará pronto”, sentenciaba la mujer, que no dejaba de mirar la pantalla. Seguía cada una de las imágenes que transmitía la televisión estatal. Un primer plano del turbante negro de Raisi, que lo identifica como descendiente del profeta Mahoma, sobre su féretro.
Entre entre los asistentes estaba la plana mayor de la República Islámica con excepción de los expresidentes. Ni rastro de Mohamed Jatami, reformista; ni de Hasan Rohani, moderado; ni de Mahmud Ahmadineyad, radical populista peleado con las autoridades. Tampoco de otras importantes figuras del Nizam (el sistema). Sí de la mayoría de dirigentes de las instituciones, de la cúpula militar, y algunos religiosos. Todos estaban a la espera de la máxima figura de la nación, que lideraría el funeral a las 9 de la mañana.
“Me consuela que esté aquí el líder supremo, tengo mucha fe en él”, afirmaba Masoumeh Nouri, de 33 años, que llegó desde la ciudad de Qazvin, al norte de la capital. “La gente me decía que no viniera, que sería difícil, pero no podía encontrar la paz. Sentía que lo mínimo era acompañarlo”, contaba esta mujer que estaba sentada junto a su hermana. Ambas sostenían un cartel de Raisi y ambas aseguraban que no habían dejado de llorar desde que se confirmó su muerte. Sus sentimientos contrastaban con una multitud de iraníes que se oponen al sistema, que han sido víctimas de su represión y exclusión, y que no olvidaban las decisiones tomadas por Raisi cuando ocupó altos cargos en el sector judicial.
Pero ayer estaba llamado a ser su día. Cada uno de los lemas y cantos lo recordaban como alguien que había dedicado su vida a ayudar a la población. En los diversos pósters que se repartían por miles entre los asistentes se le podía ver junto a Qasem Suleimani, el extremadamente popular excomandante de las fuerzas Qods, asesinado por un dron estadounidense en Irak en el 2020; junto al líder supremo, Ali Jamenei, pero también junto a ciudadanos comunes con los que había departido en sus diferentes visitas a las provincias, algo que hacía con mucha frecuencia, como era el caso del viaje en el que murió.
Si bien Raisi era seguido por un limitado sector de la población que se identifica con las ideas conservadoras y extremas que representaba, nunca se caracterizó por su carisma. O por despertar pasiones como lo hicieron en su momento Jatami o Ahmadineyad. Raisi siempre tuvo altos cargos pero no contaba con mucha suerte en las urnas. En las elecciones del 2017 perdió frente al entonces presidente Rohani, y en el 2021 salió ganador después de que el Consejo de Guardianes se encargara de borrar a cualquier contrincante que le pudiera hacer sombra. Ganó con la participación más baja hasta entonces. Uno de los tantos síntomas de que un gran sector de la población ha perdido la fe en las instituciones políticas y en especial en la figura del presidente, que no solo es aprobada de antemano por el Consejo de Expertos, sino que cada vez está más supeditada a los dictámenes desde el interior del sistema en materia de política internacional, defensa, etc. En muchos de esos campos el presidente y su gabinete tienen poco que decir. Y ese sector de la población que se ha alejado de las urnas lo entiende perfectamente. Aun así, nadie ponía en duda que Raisi podía llegar a reemplazar al ayatolá Jamenei el día que este falte.
“Espero que este funeral le muestre a la gente en Occidente lo que pasa en Irán”, decía un profesor de universidad
“Raisi se ha convertido en un mártir que nos mostrará el camino a seguir en la República Islámica, será aún más valioso como mártir que como presidente”, explicaba Mohsen, de 38 años y proveniente de una de las poblaciones satélites de Teherán. Como muchos, lloró al empezar a hablar.
También fue el caso de Ali, que llegó con su esposa y sus hijos pequeños. “Era nuestro presidente y se sacrificó por Irán”. Ali había logrado escapar del tumulto por las calles aledañas, donde los cuerpos de seguridad, incluidos los milicianos conocidos como basijis, impedían el acceso de la gente que buscaba la manera de llegar a la universidad, y se ubicó en una acera en las cercanías de la plazoleta Azadi, adonde llegaría el cortejo fúnebre. Allí pudo ver pasar las carrozas cubiertas de flores en las que transportaban los féretros con la bandera de la República Islámica. Al paso de la caravana, la gente enloquecía tirando cualquier objeto, especialmente los pañuelos o kufiyas , para que los guardias rozaran los ataúdes con ellos y los retornaran de vuelta. Los seguían ríos de personas. Una multitud poco vista en las movilizaciones de los últimos años, y que solo se podría comparar con el funeral del general Suleimani, aún más numeroso. Aquel día era imposible que la multitud avanzara.
“Nosotros los iraníes tenemos una creencia, aquel que trabaja fuerte poniendo el corazón, incluso si no logra sus objetivos, permanece en nuestros corazones”, explicaba Zahra, la mujer de Ali, que como la mayoría de mujeres presentes iba cubierta con el chador de las mujeres tradicionales, religiosas.
Entre los asistentes, era evidente, no estaban las mujeres que piden libertades, entre ellas elegir cómo vestir. “Espero que este funeral le muestre a la gente en Occidente lo que pasa en Irán. Si no se dan cuenta de esta realidad, de la gente que ven aquí, no pueden tener una relación clara con Irán”, concluía Masud, profesor de universidad que junto a sus hijos pequeños había logrado abrirse paso entre la multitud y se alejaba por una calle aledaña.