Tarde o temprano, la destructiva magia política que ha mantenido a Beniamin Netanyahu en el poder durante más de quince años estaba destinada a desencadenar una gran tragedia. Hace un año, Netanyahu formó el Gobierno más radical e incompetente de la historia de Israel. No se preocupen, aseguró a sus críticos en el Gobierno estadounidense, tengo “las dos manos firmemente en el volante”.
Sin embargo, al descartar todo proceso político en Palestina y afirmar de modo temerario que “el pueblo judío tiene un derecho exclusivo e inalienable a todas las partes de la Tierra de Israel”, las declaraciones de su fanático Gobierno arrojaron a Israel a una ruleta donde tarde o temprano iba a correr la sangre.
El grupo islamista no solo ha logrado una sorpresa táctica, sino también estratégica
Es cierto que la sangre ya corrió en Palestina cuando gobernaron políticos que buscaron la paz como Yitzhak Rabin y Ehud Barak. Toda propuesta de paz israelí que no lograba satisfacer las poco realistas expectativas de los palestinos desencadenaba una respuesta violenta y, con ella, el colapso de la política interna israelí. Igual que Cronos devorando a sus propios hijos, el proceso de paz iniciado hace treinta años en Oslo fue un ejercicio de autodestrucción política.
El caso es que Netanyahu ha favorecido arrogantemente el correr de la sangre aceptando pagar a sus socios de coalición cualquier precio pedido a cambio de apoyo. Les permitió apropiarse de tierras palestinas, ampliar los asentamientos ilegales, desafiar la sensibilidad musulmana en las mezquitas sagradas del monte del Templo y promover delirios suicidas acerca de la reconstrucción del Templo b
íblico.
Al utilizar Al Aqsa como símbolo distintivo de la causa palestina, Hamas eleva el conflicto con Israel al nivel de una confrontación apocalíptica que tiene el potencial de inflamar toda la región. Y esto es así precisamente porque un mesianismo judío igual de peligroso se ha ido acumulando en los últimos años en torno al monte del Templo, sede de los templos sagrados destruidos del judaísmo. Las estrictas reglas halájicas siempre han prohibido a los judíos subir al monte para no profanar el más sagrado de los santuarios judíos antes de que sea redimido por la llegada del Mesías. Sin embargo, ahora, uno de los principales ministros de Netanyahu, el impetuoso supremacista judío Itamar Ben-Gvir, ha convertido en costumbre visitar de forma provocadora el monte. Lo respalda una nueva teología política que reivindica sobre el lugar la soberanía judía para reconstruir el templo. Se trata de un planteamiento que ha ido ganando terreno no solo entre los fanáticos religiosos (más de una docena de fundaciones mesiánicas buscan recuperar el monte del Templo para el culto
judío), sino también dentro del partido gobernante en Israel, el Likud, cuya ala moderada ha quedado diezmada. Todo ello es una invitación abierta a cientos de millones de musulmanes de todo el mundo a lo que podría ser la madre de todas las
yihads.
Para aplacar a sus aliados políticos radicales entre los colonos religiosos, Netanyahu ha marginado a la dirección política palestina más moderada de Mahmud Abbas en Cisjordania y ha reforzado al radical Hamas en Gaza. Un gobierno islamista fuerte en Gaza, tal es el retorcido razonamiento de Netanyahu, constituye la razón definitiva en contra de una solución política en Palestina. Recompensando a los extremistas y castigando a los moderados, Netanyahu creyó que, a diferencia de los pusilánimes izquierdistas, él había encontrado por fin la solución mágica al conflicto palestino.
Los acuerdos de Abraham con cuatro estados árabes y la probable incorporación a ellos de Arabia Saudí, la joya de la corona del arrogante primer ministro, lo cegaron y le impidieron ver el volcán palestino bajo los pies.
El caso es que, en la despiadada matanza de civiles israelíes perpetrada en los pueblos que rodean Gaza, la hibris de Netanyahu ha encontrado su némesis en forma de barbarie de Hamas. El 6 de octubre, cincuenta años después de que Egipto y Siria lanzaran por sorpresa un ataque conjunto contra Israel en lo que se conoció como la guerra del Yom Kippur, Hamas ha sorprendido a un país autocomplaciente asaltando las fronteras de Gaza con Israel y matando a cientos de civiles indefensos. Cerca de un centenar, entre ellos familias enteras, ancianas y niños pequeños, han sido brutalmente secuestrados y llevados a la franja. En las redes sociales quedaron grabadas escenas de jóvenes violadas junto a los cuerpos de sus amigos.
¿Debería sorprendernos que Hamas haya podido penetrar con tanta facilidad las defensas de Israel a lo largo de la frontera con Gaza? Esas defensas no existían. Un número considerable de unidades regulares del Ejército de Tierra estaban desplegadas en Cisjordania para proteger a los colonos religiosos en los enfrentamientos que ellos mismos provocan a veces con los palestinos locales y en festivales que realizan en lugares sagrados inventados en tierras bíblicas.
Es cierto que algunas de esas unidades de las Fuerzas de Defensa de Israel se encuentran en Cisjordania por razones estrictamente operativas, aunque siempre se dio por supuesto que Gaza no era una prioridad tan vital. Se suponía que el muro subterráneo de sensores y hormigón reforzado que se había construido en torno a la franja bloqueaba los túneles a través de los cuales Hamas intentó en el pasado llegar a las poblaciones israelíes del otro lado de la frontera. Ese muro no ha servido de nada. Las milicias de Hamas se han limitado a asaltar las vallas en la superficie.
Sea como fuere, el glorioso ejército israelí estaba mayormente desplegado en otros lugares cuando Hamas asesinó a cientos de civiles indefensos. Durante largas horas, hombres y mujeres desesperados estuvieron pidiendo ayuda a gritos, sin que el ejército más poderoso de Oriente Próximo apareciera por ninguna parte. La cruel ironía de la historia. Exactamente lo mismo ocurrió hace cincuenta años en los primeros días de la guerra del Yom Kippur, cuando los aislados puestos avanzados israelíes a lo largo del canal de Suez fueron rodeados por unas fuerzas egipcias superiores y se les dejó luchar y morir hasta la última bala. Israel acabaría venciendo. Sin embargo, entonces, como ahora, los dirigentes políticos fallaron y no supieron ver ponderadamente la realidad tal como es, no como la imaginaban. Entonces y ahora, la hibris se encontró con su némesis.
En 1973, Israel dispuso de mucha información, pero decidió hacer caso omiso de ella. En la tragedia actual, Israel ha carecido por completo de información acerca de las intenciones de Hamas. El país de las startups, cuyas sofisticadas unidades cibernéticas pueden detectar el movimiento de la hoja de un árbol en una base iraní en Siria, no ha sabido nada de los planes de Hamas. La obsesión de Israel con la posible nuclearización de Irán y la concentración de sus servicios internos en la Cisjordania ocupada deberían explicar en parte semejante negligencia.
El grupo islamista no solo ha logrado una sorpresa táctica, sino también estratégica. Así ha quedado patente en la calculada decisión de Hamas de no participar en ninguno de los enfrentamientos de los dos últimos años entre Israel y la Yihad Islámica. Asimismo, la impresión dada por el grupo en los últimos tiempos de que se convertía en un gobierno que respondía a las necesidades materiales de su pueblo y que no proseguía con una resistencia presumiblemente ineficaz engañó a los israelíes y les hizo creer que las subvenciones de Qatar y los gestos de Israel disuadían a Hamas de futuras aventuras militares.
Y ahora, ¿qué? ¿“Restaurar la disuasión”? ¿Cómo, exactamente? ¿Autocastigo en forma de una renovada ocupación de Gaza? No cabe descartar algunas operaciones terrestres, aunque solo sea porque Netanyahu las necesita para su supervivencia política. De todos modos, resulta difícil imaginar una invasión terrestre total de la franja. Una razón es el atroz nivel de destrucción y bajas que ello comportaría. Otra es la posible tentación de Hizbulah de abrir un frente adicional desde Líbano, en el norte. Las capacidades de Hizbulah son muy superiores a las de Hamas, y una guerra en esos dos frentes, con el posible respaldo de Irán a los enemigos de Israel, constituye un apocalipsis inimaginable.
Justamente eso es lo que ha querido evitar el presidente Joe Biden al aconsejar a los enemigos de Israel “no explotar la crisis”. Para no dejar ninguna duda acerca de ese punto, Biden ha ordenado que el portaviones más moderno y avanzado de la Armada estadounidense zarpe hacia el Mediterráneo oriental. Otro elemento que también podría impedir una invasión terrestre es la póliza de seguros que supone para el grupo islamista tener en su poder a tantos rehenes israelíes indefensos. Aunque, a decir verdad, ¿cuándo ha respondido el conflicto israelí-palestino a una lógica cartesiana?
De Clausewitz aprendimos que se supone que la guerra tiene sentido en el contexto de un objetivo político y diplomático. La actual guerra de Hamas tiene tales objetivos: asegurar su hegemonía en el seno del movimiento nacional palestino mediante la resistencia y presentándose como el protector último de la causa sagrada de Jerusalén y Al Aqsa asegurando la liberación de sus hombres de las cárceles israelíes mediante la captura del mayor número posible de rehenes; y evitar que Palestina sea abandonada a su suerte y traicionada por los “hermanos árabes” en sus prisas por normalizar las relaciones con el Estado judío. Para el Gobierno de Netanyahu, en cambio, se trata de una guerra puramente reactiva sin otro objetivo político que el de llegar a una pausa hasta la siguiente ronda de hostilidades.
Un país que no exija responsabilidades a sus dirigentes por una torpeza criminal como la puesta de manifiesto por las horribles escenas ocurridas en torno a Gaza pierde su derecho de ser una verdadera democracia. Ahora bien, por increíble que parezca, la venenosa maquinaria de desinformación política de Netanyahu ya está trabajando en la difusión de una teoría conspirativa según la cual algunos oficiales izquierdistas de las Fuerzas de Defensa de Israel fueron responsables de la negligencia que condujo a la guerra. Una pálida emulación de la teoría nazi acerca de la “puñalada por la espalda” que supuestamente estuvo detrás de la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial.
Cuando esta guerra sucia concluya, será inevitable negociar un intercambio de rehenes y prisioneros. Es posible que el bloqueo de Gaza, a todas luces ineficaz, acabe por levantarse. Una cuestión del todo diferente es si la execrable barbarie exhibida por las milicias de Hamas en los campos de la muerte que rodean la franja de Gaza es el camino hacia la redención palestina.
Shlomo Ben Ami es exministro y exembajador israelí.
Traducción: Juan Gabriel López Guix